La decisión de la llamada Cumbre del Euro, es decir, del eje franco-alemán, de depreciar la deuda española solo puede hallar explicación en la debilidad de nuestro Gobierno también en política exterior. Porque, en primer lugar, nuestra economía no arrastra obligaciones griegas; y, pese a ello, es a España, después de Grecia, a quien más recursos adicionales se le exige. En segundo lugar, porque otros países, particularmente Italia, están incluso peor que España en cuanto a deuda contraída. Se ha tratado, pues, de una resolución basada en motivos puramente políticos, en absoluto económicos, con la mera intención de asignarle a alguien el desagradable papel de chivo expiatorio que acompañe a la desahuciada Grecia. Por desgracia, le ha tocado a España. Y nosotros que nos llegamos a creer esa aseveración sarkozyana de que ya no estábamos 'en primera línea de deuda' gracias tanto a Gobierno como oposición. Ilusos.
Lejos quedan aquellos tiempos en los que un obstinado y antipático Aznar, con tal de defender con firmeza los intereses de España, se plantaba en las cumbres europeas hasta hacer claudicar por cansancio y aburrimiento a los líderes de la Unión. Hace casi ocho años que un sonriente, casi siempre silente e invariablemente sumiso José Luis Rodríguez Zapatero nos llevó, tal y como nos prometió, al 'corazón de Europa'; esto es, a convertirnos en meros comparsas de París y Berlín y de sus inapelables directrices. Y he aquí una de las consecuencias de semejante giro en política exterior. Otra espada de Damocles sobre nuestra maltratada economía. Y un nuevo regalo envenenado del socialismo zapaterista al Gobierno que próximamente le sustituya.
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