viernes, 31 de enero de 2014

PEDRO J., EN SUS TRECE

Ya lo dijo Thomas Jefferson en una de sus más célebres frases: 'prefiero un país sin Gobierno a un país sin periódicos'. Si bien muy posteriormente otro gran presidente norteamericano, Ronald Reagan, matizó semejante declaración apuntando que fue emitida antes de que su autor llegara a la presidencia, destaca ni más ni menos el importante cometido que una prensa independiente ha de cumplir en un régimen de opinión pública como medio de control al poder. En el caso que nos ocupa, el periódico permanece, pero no su fundador y director, o al menos no en su sitio: Pedro J. Ramírez. Desde luego, la historia del periodismo le tiene reservada a Pedro J., un verdadero 'pata negra' de la profesión, un sitio de honor, y el devenir político de España desde la transición democrática no puede entenderse sin la presencia del riojano. Pero su adhesión a la causa del furibundo antimarianismo, su decidida apuesta desde hace un par de años, no le ha salido nada bien esta vez.

Se suele resaltar la enorme contribución del periódico de Pedro J., junto a otros medios de comunicación críticos, al final de la larga era de Felipe González, especialmente gracias a las constantes denuncias de casos de corrupción y aquellos relacionados con el GAL y el terrorismo de Estado. Y cabe reconocer que algo, o mucho, de verdad hay en ello, pese a que en las elecciones generales de aquel tiempo el PSOE sacara votos hasta debajo de las piedras y lograra con ello que el PP de Aznar ganara por los pelos. Pues bien, Pedro J. ha querido también ayudar al derrocamiento de otro Gobierno, en este caso el actual; o, para ser exactos, propiciar la dimisión de su denostado Mariano Rajoy como presidente del Gobierno para que entrara otro (u otra) del PP a sustituirle, que sobre todo fuera más receptivo (o receptiva) a sus operaciones de ampliación mediática. Pero de momento el objetivo está muy lejos de cumplirse.

Porque, en efecto, Pedro J. ha tenido la virtud en los últimos tiempos de destapar parte de los chanchullos de Bárcenas; para después, eso sí, hacer de abogado defensor del preso y transmisor de sus chantajes, puesto que ambos compartían un mismo objetivo: cargarse políticamente a Mariano; en el caso del periodista, porque se la tiene jurada desde que el Gobierno actual no manifestara el visto bueno a sus proyectos mediáticos. Aunque poca materia para poner en aprietos a un presidente suponen unos mensajes de móvil sacados de contexto y que, para más inri, en último término demostrarían que Rajoy dejó de hacer caso a los requerimientos y amenazas de Bárcenas. 

Sea como fuere, si la línea editorial que Pedro J. imprimió a 'El Mundo', es decir, contra Mariano siempre, no hubiese conllevado una sensible bajada en la venta de periódicos, seguramente ahí seguiría por mucho que presionase el Gobierno; porque, cabe puntualizar, ha permanecido dirigiendo el periódico nada menos que 25 años y aun siendo siempre incómodo para el poder fuera del color político que fuese. Lo que ha ocurrido en esta ocasión es que la cuenta de resultados no ha acompañado en absoluto, y de ahí que el consejo de administración haya decidido cesarle como director. Cosa distinta es que su proverbial megalomanía (que nunca le ha impedido ser un gran periodista) le haya llevado una vez más a presentarse como víctima del Gobierno de turno, y que haya quien le compre la mercancía; sobre todo los que andan empeñados en que Mariano es el origen de todos los males.

En cualquier caso, y para fortuna del pluralismo informativo y la libertad de expresión, tendremos todavía Pedro J. para mucho rato, porque ni su voz se ha apagado ni su pluma se ha quedado sin tinta. Y a buen seguro que continuará en sus trece en otro sitio donde se le acoja... o que cree él mismo.

martes, 28 de enero de 2014

POR LA UNIDAD DEL CENTRO-DERECHA

 
Respetando, y en parte comprendiendo aunque no compartiendo, los motivos que puedan llevar a algunos a abandonar un partido y fundar otro, ahora más que nunca, y ante el riesgo de que en la próxima legislatura nos veamos gobernados por una ensalada de partidos movidos única y exclusivamente por su animadversión, cuando no odio, al PP, resulta imprescindible mantener unido al centro-derecha en torno al único proyecto político viable, realizable y con posibilidades de vencer electoralmente; y que desde el Gobierno ya ha hecho realidad medidas que no pueden ser consideradas precisamente de ideología tibia o 'cuasi-izquierdista', como la flexibilización del mercado laboral, políticas de ajustes y reducción del gasto público, liberalización del comercio, etc., o proyectos como la liberalización de los colegios y servicios profesionales o la ley de defensa del no nacido... Y, a mayor abundamiento, cuando determinadas propuestas que se enuncian desde la disidencia, como la de una vuelta al centralismo, son absolutamente impropias de cualquier programa con verdaderas aspiraciones a ser aplicada desde un Gobierno y bajo el actual régimen constitucional.

Así pues, haremos lo posible por concienciar acerca de la importancia de que no se divida el voto del centro-derecha, porque ciertos sufragios, en lugar de conseguir una deseada influencia política, terminan siendo inservibles debido a los mismos filtros del sistema electoral. Sea como fuere, pese a lo que se está diciendo, no es ni mucho menos la primera vez que el PP ha debido afrontar un proyecto adversario surgido de una disidencia interna (ahí estuvo el PADE de Juan Ramón Calero, que no era precisamente un mindundi dentro del partido); y, de momento, siempre ha salido muy bien librado de retos de ese tenor, porque no en vano desde su refundación, y en especial desde la época de Aznar, lleva siendo la organización política española más sólida y extendida socialmente y con mayor militancia fiel y comprometida.


Por lo demás, quienes se han atrevido a emprender tamaña aventura, y quienes les apoyan, son merecedores de todo respeto: desde luego, resulta absolutamente disparatado tacharles de extrema derecha, porque, independientemente de la evidente falta de realismo de algunos puntos de su programa, no lo son. Pero propiciar procesos de ruptura dentro del centro-derecha es un craso y profundo error, y más en estos momentos en los que los esfuerzos deberían centrarse en consolidar la recuperación económica y hacer frente unidos tanto al pulso secesionista catalán como al que ya se está empezando a plantear por parte de las ramas del nacionalismo vasco. Sin que ello obste a que se puedan seguir manifestando discrepancias puntuales con determinadas formas de proceder; y dentro del mismo partido, por qué no.

Eso sí, dignos de tanta consideración son quienes decidan fundar otro partido como quienes se mantengan en el PP, porque, por ejemplo, tan víctimas o perseguidos por la ETA, o defensores de unos principios basados en España y la libertad, son tanto unos como otros (así, Jaime Mayor Oreja, Carlos Iturgaiz, Teresa Jiménez Becerril, Marimar Blanco, Regina Otaola, Carlos García...); y es injusto que a estos últimos se les etiquete como 'vendidos por un plato de lentejas' (escasas legumbres, entonces, para Regina Otaola o Carlos García), como también lo sería explicar la iniciativa disidente únicamente como una mera forma de buscar fuera del partido la consecución de una ambición política que algunos no podían encontrar dentro (como, por ejemplo, un puesto en las listas al Parlamento europeo, pretensión que sí se da en algún caso).


Dentro de esta sucesión de defecciones más o menos cantadas, tuvimos la rara oportunidad de presenciar en un mismo día dos maneras distintas y contrapuestas de abandonar un cargo de representación política: uno, de forma forzada y dando un sonoro portazo (Vidal-Quadras); otro, voluntariamente y con la elegancia y lealtad que siempre le ha caracterizado (Mayor Oreja). ¿Y a qué se debe semejante diferencia de actitudes? Fundamentalmente, a que uno quizá se ha creído acreedor a ostentarlo indefinidamente; y otro, en cambio, a que tiene muy claro que los puestos de responsabilidad política son, o han de ser, temporales. Y que cada cual extraiga sus propias conclusiones.

En cualquier caso, da más bien la impresión de que la irrupción de la disidencia abascalina va a perjudicar más las perspectivas electorales de UPyD, y Ciudadanos en Cataluña, que las del PP. Entre otras razones, porque, pese a sus obvias diferencias ideológicas (por mucho que el partido de Rosa Díez presuma de asepsia en ese sentido), coinciden en disfrutar del aliento e incondicional apoyo del antimarianismo mediático, de conocida tendencia centro-derechista. Y claro, sus editorialistas y opinadores van a tener que repartir ahora elogios y adhesiones y, llegado el momento, peticiones de voto. Pero permaneceremos atentos a la pantalla.

viernes, 17 de enero de 2014

HACER FRENTE AL SEPARATISMO

La pretensión del nacionalismo separatista catalán de apropiarse de la soberanía del pueblo español obtendrá del Congreso de los Diputados, sede asímismo de la soberanía nacional, la misma respuesta que se le dio en su momento al 'Plan Ibarretxe': un no rotundo. Esperemos que ahí el PSOE, la otra gran pata sobre la que se debería asentar la estabilidad institucional y la unidad nacional, sí sea capaz de mostrarse sin disidencias. En cualquier caso, el rechazo del Parlamento nacional a la consulta secesionista dará paso previsiblemente a un adelanto de las elecciones autónomicas catalanas, que el nacionalismo planteará como plebiscitarias. Y ante tal coyuntura, los partidos políticos constitucionalistas (PP, PSC -o lo que quede de él- y Ciudadanos) tendrán que batirse el cobre y hacer frente común en defensa de la unidad de España.

Pero contra el separatismo catalán no solo se ha de actuar limitándose a aplicar la ley y la Constitución, que también y tal y como se ha hecho hasta ahora, sino construyendo y exponiendo un discurso firme en defensa de la unidad nacional; aderazado, por qué no, de actos simbólicos y desacomplejados que incidan en la necesaria labor pedagógica. Y no solo en 'Madrit', sino sobre todo donde más falta hace: en la propia Cataluña. Así por ejemplo, el PP de Barcelona se ha atrevido a 'mancillar' un centro cultural que el nacionalismo catalán ha convertido en auténtico templo de su versión delirante de la historia, más concretamente de su episodio favorito: el asedio borbónico de Barcelona en 1714. Pues bien, además de plantar un plafón con la bandera de España, en una de sus salas se dictará una conferencia titulada 'Otra historia de Cataluña', que servirá para contrarrestar mínimamente la propaganda y manipulación histórica del pensamiento único nacionalista. Será, por cierto, en la misma ciudad en la que se prohibió el rodaje de uno de los capítulos de 'Isabel', exitosa serie pero 'facha' y españolista según los sagrados cánones del secesionismo catalán.

Bravo por la iniciativa. Así se combate ideológicamente al separatismo catalán; y por qué no, en su propio terreno y dentro de sus mismísimos santuarios.

martes, 14 de enero de 2014

ESPAÑA-EEUU: UNA AMISTAD POR MEJORAR



Antes de la visita de Rajoy a la Casa Blanca, la última conversación con cierta enjundia entre un presidente del Gobierno de España y un presidente de Estados Unidos se produjo cuando este último, que ya era Obama, llamó a Zapatero para reconvenirle por su política económica e instarle a que tomara medidas de una vez. Menos de cuatro años después, el presidente Obama ha tenido a bien recibir al actual máximo mandatario español y elogiar públicamente unas reformas que, según sus palabras, 'han estabilizado la economía española', si bien ha hecho hincapié en la importancia de seguir afrontando el reto de la creación de empleo, la sempiterna asignatura pendiente de nuestra economía. Pero semejante cambio de actitud hacia el presidente de nuestro país, que es lo que va de Zapatero a Rajoy, de un Gobierno del PSOE a un Gobierno del PP, es tremendamente significativo.

Aunque, sobre todo, resulta de capital importancia reconducir en general unas relaciones privilegiadas con la primera potencia mundial y líder del mundo libre, deterioradas por el irresponsable antiamericanismo (por mucho que se presentara como antirrepublicanismo norteamericano, o 'antibushismo') del anterior presidente. Conviene, por tanto, hacer un somero repaso de los gestos, declaraciones, actos y formas de proceder que nos han conducido a coyuntura tan mejorable en cuanto a nuestros vínculos con el gigante norteamericano, y que son perfectos ejemplos de lo que jamás se debe hacer en política diplomática.

Hemos de situarnos en los dos últimos años de la segunda legislatura de Aznar. Hacía tiempo que el entonces líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, había decidido transmutar su imagen de socialdemócrata moderado tipo Tony Blair, proclive al pacto con el Ejecutivo del PP, por el de un radical de izquierdas con cierta tendencia 'antisistema'. Ya se había ganado una justa fama de 'pancartero' con motivo de su apoyo a la huelga general política que los sindicatos le habían organizado a su detestado 'Gobierno de la derecha', y a las manifestaciones, orquestadas por la izquierda nacionalista gallega, en las que se responsabilizaba al PP del hundimiento del 'Prestige'. Pero la guerra de Irak supuso un verdadero punto de inflexión en ese drástico cambio de táctica, ya que, además de adherirse a algaradas callejeras tan 'pacifistas' como violentas, Zapatero no desaprovechó la oportunidad de hacer uso y abuso de una de las tradicionales señas de identidad de la izquierda: el antiamericanismo.

Aquella tristemente célebre actitud de desconsideración hacia la bandera estadounidense, irresponsable e impropia de un jefe de la oposición que aspiraba a gobernar un país occidental, era un gesto totalmente calculado para ganarse a un electorado que se distingue por su inquina hacia todo lo que representan los Estados Unidos. Y no le importaba en absoluto que con ese desplante se hubiera ganado la animadversión durante años del inquilino de la Casa Blanca, cualquiera que fuera su tendencia: quizá él mismo no se veía de presidente del Gobierno a corto plazo. Pero, aupado por la conmoción producida por los atentados del 11-M y la macabra utilización política de sus muertos en plena jornada de reflexión, llegaría sorprendentemente a La Moncloa. Y no tardaría en adoptar una de sus primeras decisiones, habida cuenta además de que pronto había que ganar 'como sea' unas elecciones europeas que debían refrendar una victoria obtenida en condiciones lamentablemente trágicas: ordenar la retirada de nuestras tropas de Irak. Bochornosa y cobarde huida que obtuvo el aplauso del fundamentalismo islamista y la indignación de nuestros aliados, en especial del entonces presidente norteamericano Bush, quien, tras propinarle la oportuna reprimenda, decidió distinguirle con todo su desprecio. No contento con ello, Zapatero se atrevería incluso a recomendar en Túnez a los países que permanecían en Irak que siguieran su ejemplo: sería la gota que colmaba el vaso. Bush, en aquella ocasión, sí se dignaría a llamarle, pero para espetarle que se comportaba 'como un amigo de Bin Laden'.

Esta imprudente forma de proceder, teñida de ese infantil antiamericanismo del que hiciera gala como jefe de la oposición, había logrado en tiempo record algo que parecía imposible: convertir unas relaciones de privilegio con la indiscutible primera potencia y líder de las democracias occidentales, labradas con paciencia y perseverancia por su antecesor Aznar desde la época de Clinton, en inexistentes. Aun así, Zapatero, pese a los consiguientes perjuicios para nuestros intereses en los asuntos exteriores, se mostraba hasta divertido y daba a entender que a él, la quintaesencia del 'buenismo' pacifista, le resultaba difícil mantener vínculos con alguien que, por mucho presidente de Estados Unidos que fuese, era en realidad, tal y como prescribía la progresía política y mediática, un texano bobo, estúpido y belicista. Además, confiaba en que las adversidades surgidas de la deficiente planificación militar en Irak acabarían desgastando lo suficiente a Bush como para caer derrotado en las urnas ante el candidato demócrata, John 'Flip-Flop' Kerry, en cuya victoria tenía depositadas sus esperanzas. Pero el electorado norteamericano, que a partir de ese momento fue objeto de las más ridículas descalificaciones por parte de quienes, generalmente desde la izquierda, se empeñan en impartir lecciones a la primera democracia liberal de la historia, se decantó claramente por Bush. El plan 'quiero un amigo americano' de Zapatero se había venido abajo: su comparecencia pública en la que felicitaba a Bush por su triunfo, significativamente malcarado y exhibiendo unas prominentes ojeras, fue todo un poema.

Por tanto, a España le esperaban al menos cuatro años sin posibilidad de restablecer sus vínculos con los Estados Unidos, lo que equivalía a permanecer en una especie de limbo en el panorama internacional. En las cumbres mundiales se sucedían las situaciones más grotescas: desde las irrisorias persecuciones por los pasillos del inefable Moratinos a la entonces Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, cual dama deseada, hasta los muy fugaces 'encuentros', cronometrados en décimas de segundo, de Zapatero con Bush. Escenas que daban lugar a todo tipo de chistes y chirigotas, pero que suponían un grave menoscabo para la imagen exterior de España, que ya de por sí, y tras la deserción de Irak, se había ganado la reputación de socio no fiable.

Sin embargo, y dado el límite de mandatos que se impone en la democracia norteamericana, tan peculiar ella, habría forzosamente un cambio en la presidencia. Además, esa misma América tachada de profunda, intolerante y paleta porque cuatro años antes había elegido a Bush, optaría en esta ocasión por el demócrata Barack Obama, una especie de santo laico canonizado por la progresía mundial; gracias a lo cual, el pueblo estadounidense pasó de repente a ser sabio e ilustrado. Zapatero parecía haber encontrado por fin a su 'amigo americano', bajo la premisa de unas supuestas coincidencias ideológicas que justificarían una nueva estrategia 'proamericana' ante un electorado generalmente reacio a todo lo que huela a Estados Unidos. De ahí que, por ejemplo, Leire Pajín, a la que con tal de ensalzar la egregia figura del Jefe no parecía importarle caer en el más espantoso de los ridículos, resaltara el 'acontecimiento planetario' que suponía la coincidencia de dos grandes líderes 'progresistas' rigiendo los destinos del mundo.

¿Pero cabe calificar a Obama de 'progresista'? Sería oportuno recordar que, en uno de los debates de sus primeras elecciones a presidente, su entonces rival republicano John McCain llegaría a colocarle la etiqueta de 'liberal' (equivalente a 'progre' o 'progresista' en los Estados Unidos), y el propio Obama rechazaría tajantemente que se le pudiera aplicar tal calificativo. ¿Y hasta qué punto se le puede considerar a Obama de izquierdas? Pues depende de con qué o quién se le compare. Su objetivo de implantar una Sanidad pública a la europea, muy parcialmente logrado, podría denotar un cierto carácter izquierdista, aunque se debe matizar que entre los 'padres' de la Seguridad Social encontramos más bien personajes pertenecientes a la derecha autoritaria, desde Bismarck hasta Franco. Y, por ejemplo, Obama no ha amagado con la más mínima intención de impedir por ley el despido libre, que, que sepamos, continúa en vigor en los Estados Unidos. Ni de poner obstáculos al muy liberalizado mercado estadounidense. Ni tan siquiera de abolir la pena de muerte. Por tanto, no es que Obama no esté tan escorado a la izquierda como pudo estarlo Zapatero, o cualquier líder del PSOE; es que en muchísimos aspectos se sitúa a la derecha del PP o de cualquier partido conservador europeo.

En cualquier caso, cabe reconocer que Obama, afortunadamente para nuestros intereses, decidió en su momento restablecer siquiera mínimamente las relaciones con España, y de ahí que también llegara a agasajar a Zapatero en la Casa Blanca; aunque no fue gracias a un supuesto 'feeling' o identificación ideológica, sino velando por el bien de los Estados Unidos. Y es que la guerra de Afganistán se estaba convirtiendo en un auténtico atolladero, y necesitaba cuantos más aliados, mejor: en este caso, el entonces jefe de nuestro Gobierno no tuvo empacho alguno en enviar más soldados españoles a la zona de conflicto, e incluso a la Guardia Civil. Y si el presidente norteamericano hubiese sido por entonces McCain, o cualquier otro republicano, muy posiblemente, en aras del realismo que suele imponerse en la política exterior estadounidense, y después de tragar saliva, hubiera invitado igualmente a Zapatero a la Casa Blanca. 'No deja de ser el presidente de un país de la OTAN, de un país aliado', tal y como le puntualizó a su adversario el propio Obama en otro debate electoral.

Pero, cabe insistir, el siguiente, único y último contacto 'bilateral' que tuvo lugar entre Obama y Zapatero fue la famosa llamada conminatoria del primero. Y, por su parte, Rajoy ha tenido que esperar dos años como presidente, y tras haber podido demostrar que sí es plenamente capaz de hacer los deberes en materia económica, para por fin ser recibido en la residencia del presidente de los Estados Unidos con los correspondientes honores. Sea como fuere, si lo que se pretende es volver a las relaciones de privilegio con el amigo americano que, por ejemplo, Aznar forjó y finalmente logró no sin denodados esfuerzos, los daños provocados durante el zapaterismo, sobre todo en su primera legislatura, son tan difíciles de cuantificar que todavía se han de paliar en la medida de lo posible. Quizá esta entrada de Rajoy como invitado en el Despacho Oval marque el punto de partida de una profunda amistad por fin totalmente recuperada.

martes, 7 de enero de 2014

LA IMPORTANCIA DE UN REY



Cómo no. Los apóstoles de la abdicación real han aprovechado la intervención del Rey en la Pascua Militar para volver a intensificar su particular campaña y hacernos ver que tenemos un monarca que ya no vale para nada. Pero cabe apelar una vez más a la tranquilidad: el tiempo acabará dictaminando, y no a mucho tardar, si fue un 'cúmulo de circunstancias adversas', como asegura el diario monárquico por excelencia, el que empujó a don Juan Carlos a una alocución ciertamente torpe y balbuceante, y no un supuesto estado físico o mental más que preocupante. Hemos de esperar a próximas comparecencias del Jefe del Estado. Cabe reconocer empero que el de emitir discursos es uno de los cometidos fundamentales de quien en una democracia parlamentaria encarna el principal símbolo de la unidad y permanencia de la nación, por lo que no se trata precisamente de una cuestión baladí. Y es así al menos desde que los 'mass-media' comenzaron a extenderse en amplios estratos de las sociedades desarrolladas.

A este propósito, de la vital importancia de la capacidad discursiva o declamativa de un Jefe de Estado en un régimen de opinión pública, o más específicamente de un Rey en una monarquía parlamentaria, trata de manera extraordinariamente acertada, divulgativa y amena la que a mi juicio es una de las mejores películas históricas de las últimas décadas: 'El Discurso del Rey'. He aquí en versión original la secuencia culminante, llena de emoción, cuando un tartamudo Jorge VI, interpretado magníficamente por Colin Firth, logra superar todas las dificultades para, con la ayuda de su terapeuta Lionel Logue (un no menos sobresaliente Geoffrey Rush), recitar con éxito su discurso más trascendental: una arenga patriótica a los británicos tras la declaración de guerra del Reino Unido a la Alemania nazi y ante el inminente inicio de las hostilidades.

Es ni más ni menos el papel que cabe esperar del Rey en momentos decisivos y delicados que puedan surgir; de aquel que en una democracia liberal no gobierna, pero reina.

viernes, 3 de enero de 2014

DATOS, NO ACTOS DE FE

El mismo día que alguien escribe en Murcia acerca del 'optimismo como estrategia' y 'discursos descocados' basados en 'el mundo de las creencias' y sin 'motivaciones sólidas que los sostengan', se confirman unos datos de reducción del paro, puros, duros y nada imaginarios, que siguen batiendo récords absolutos: 107.000 parados menos en diciembre, los mejores guarismos de toda la serie histórica; lo que además supone que se cierre 2013 con 147.000 desempleados menos: es el primer año en el que baja el paro desde 2006, antes incluso de que comenzara la crisis económica. Además, para aquellos que ahora aseveran que no hay que fijarse en las cifras que apuntan a la disminución del desempleo, que puede deberse a variadas circunstancias, sino en cuánto empleo real se ha generado, también hay buenas noticias (o al menos así deberían considerarlas): 64.000 afiliados más a la Seguridad Social en diciembre, lo que también nos lleva al mejor dato de la serie histórica.

No se trata tanto de resaltar unas cifras dentro de un periodo, en efecto, especialmente favorable para la creación de empleo por la temporada de Navidad, sino el hecho de que no tienen precedentes y, sobre todo, que es la primera vez que se reduce anualmente el paro desde que empezó la crisis. Cabe puntualizar que para que bajara significativamente el desempleo o se generara empleo antes era necesario que la economía creciera entre el 2 y el 3%, por lo que algo tendrá que ver la controvertida reforma laboral vigente con el cambio de tendencia. Sea como fuere, a semejantes conclusiones no se llega basándose en actos de fe y 'aspiraciones a milagros', sino comparando datos tan objetivos como significativos. Y a quien no le guste, que no se ría.


Tres cuartos de lo mismo ocurre con esa prima de riesgo que hace apenas año y medio se situaba por encima de los 600 puntos y que, por colocarnos a las puertas de ese infierno llamado rescate de Bruselas, era motivo de zozobra y, según determinados medios, indicativa muestra de la incapacidad de un recién aterrizado Gobierno del PP de generar confianza en nuestra economía; pues bien, ha llegado a bajar de los 200 puntos básicos, algo que no ocurría desde mayo de 2011. Lo que a su vez conlleva que el bono español a diez años baje del 4%, es decir, que nuestra economía ha conseguido financiarse a un coste sensiblemente menor en los mercados.

Eso sí, tantísimos de los que antes anunciaban la venida del Apocalipsis por las subidas de la otrora tan temida prima, aseveran ahora que su actual evolución a la baja no tiene ninguna importancia, ya que, aseguran en esta ocasión, su incidencia en las economías domésticas es nula. Pues a ver en qué quedamos. Porque no se advierten razones objetivas para que ahora sea merecedora de una atención menor si tantísimo peso tenía antes; y si cabía responsabilizar al Gobierno cuando subía, algún mérito, siquiera mínimo, habría que reconocerle ahora que baja. Pero pedir coherencia a algunos es un ejercicio inútil a estas alturas.


En cualquier caso, son unos números, como tales fríos y objetivos, los que parecen augurar que, en efecto, 2014 marcará el inicio de la ansiada recuperación económica. Por mucho que les moleste precisamente a los mismos que negaban con contumacia la crisis incluso cuando empezaba a ser evidente que la teníamos encima.