lunes, 27 de junio de 2016

EN ESPAÑA TRIUNFA LA SENSATEZ EN LAS URNAS

No es un hecho baladí que un partido y un candidato a la presidencia del Gobierno, pese a todo el viento mediático en contra, cosechen en solo seis meses 700.000 votos más, con los que se hallan a punto de alcanzar los 8 millones de sufragios, y un incremento de 14 escaños, con los que aumenta su ventaja en nada menos que 52 diputados sobre el segundo, que a pesar de su descenso sigue siendo el PSOE. Tampoco que se haya impuesto en 42 de las 52 circunscripciones y, excepto en Cataluña y País Vasco, en todas las Comunidades Autónomas, incluidos feudos socialistas por excelencia como Andalucía y Extremadura. Y no lo es que, tras meses de ópera bufa en el Parlamento y de prácticas sectarias propias del 'cordón sanitario' zapaterino, hayan sido los únicos que han logrado mejorar sus resultados del 20-D, y además de manera sensible.

Con datos tan elocuentes en la mano, producto del sagrado veredicto de las urnas, caben plantearse las siguientes preguntas: ¿se atreverán aun así algunos a seguir negándole a Mariano Rajoy la legitimidad para presidir un nuevo Gobierno y a continuar imponiendo vetos y bloqueos que no hagan sino alargar una situación de interinidad que empieza a ser inasumible e insostenible amén de políticamente impresentable? ¿Los mismos que, pese a sus denonados esfuerzos por acaparar fotos y titulares en estos últimos meses, han perdido votos de manera significativa se empeñarán sin embargo en exigir la retirada de quien los ha ganado, el que además ha sido por tercera vez consecutiva el vencedor de las elecciones generales? Las respuestas las tendremos muy pronto, porque más de uno no va a tener más remedio que volver a retratarse de cara a unos españoles que, por cierto, han dado toda una lección de sensatez y sentido común al decidirse mayoritariamente por opciones moderadas y constitucionalistas. Lo cual, en estos tiempos en que los populismos obtienen sonoros triunfos electorales tanto dentro como fuera de nuestra Europa continental, no deja de ser motivo de satisfacción.

Porque, afortunadamente, la ultraizquierda chavista-comunista, el lobo bolivariano que se presentaba con piel de cordero sueco en campaña electoral, ha sido la gran derrotada de estos comicios. A pesar de que lo situaban por encima del PSOE unas encuestas que han vuelto a fallar más que escopetas de feria (especialmente las 'israelitas', que se han mostrado en el mismo nivel de desatinos que en las realizadas recientemente en el Reino Unido), lo cual por otra parte ha favorecido la estrategia de pedir la acumulación del 'voto útil' moderado en el PP, el chavismo de Iglesias Turrión no ha sido capaz ni mucho menos de atraerse los apoyos del 20-D a Izquierda Unida, por lo que finalmente se ha quedado muy lejos del tan cacareado 'sorpasso'. Una derrota en toda regla que sería letal para la formación 'morada' si no dispusiera de amplias parcelas de poder municipal; de las que disfruta, por cierto, gracias a un sostén, el del PSOE de Pedro Sánchez, que de momento no tiene visos de ser retirado. Bajo su estricta responsabilidad, por tanto, quedará empeñarse en dotar de oxígeno a un populismo de extrema izquierda con el que, para más inri, rivaliza por el mismo espacio electoral.

Sea como fuere, parece ser que la tan celebrada 'nueva política' empieza a perder fuelle. El líder de su vertiente 'institucionalista', Albert Rivera, ya se ha ocupado de culpar del descenso de su partido a un 'injusto' sistema electoral (que es ni más ni menos que el mismo con el que consiguió 40 escaños), pero perder casi 400.000 votos en seis meses no se debe a la circunscripción provincial ni a la Ley D'Hont, sino a una estrategia de identificación con el PSOE de Sánchez y de un veto incomprensiblemente tenaz a Mariano Rajoy que muy posiblemente haya provocado que buena parte de ese electorado que ha abandonado a Ciudadanos haya vuelto 'a casa'; a la del PP, claro. Y si a esta posición adoptada por los 'naranja' en el Parlamento de la nación le añadimos su colaboración activa en frentes anti-PP en lugares como Granada, Toledo o municipios y pedanías de Murcia, podemos explicarnos con mayor claridad el batacazo, por mucho que la capacidad de autocrítica brille por su ausencia en la 'nueva política', tanto o más que en la 'vieja'.

Por su parte, en el PSOE han alcanzado con Pedro Sánchez niveles tan bajos de autoexigencia que, pese a continuar batiendo records históricos negativos, se dan por satisfechos con mantener la segunda posición y resistir por encima de la ultraizquierda populista. Impensable tamaño conformismo, no ya en la época de absoluta hegemonía socialista bajo el liderazgo de Felipe González, sino hace solo cinco años, cuando Rubalcaba cosechó una marca, 110 diputados, considerada entonces tan ridícula que nadie siquiera imaginaba que pudiera ser empeorada. Pues bien: 85 escaños es ahora una cifra perfectamente asumible por la actual dirección socialista y su líder, que ni ha amagado con dimitir ante la mínima posibilidad de que un eventual y muy improbable 'totum revolutum' contra el PP pudiera llevarle, esta vez sí, al poder. Ya ha avisado que ni por activa ni por pasiva apoyará un Gobierno de Rajoy ni del PP, haciendo oídos sordos a las recomendaciones de 'barones' como Guillermo Fernández Vara. Pero el estadista sigue a lo suyo, y así será mientras continúe siendo, siquiera formalmente, secretario general del PSOE; porque es ese mismo puesto el que sigue en juego.

Mariano Rajoy, al día siguiente de haber salido reforzado en las urnas con una victoria incontestable, ha tenido el gesto de tender la mano al PSOE para empezar a negociar e intentar alcanzar acuerdos, pero la 'gran coalición', por desgracia, es hoy por hoy una entelequia en España: tanto por el propio empecinamiento de Sánchez en vetar a Rajoy y al PP como por los atavismos guerracivilistas que todavía anidan en el socialismo. Quizá la otra alternativa que se plantea, un pacto de investidura o legislatura entre PP y Ciudadanos (que, recordemos, suman 169 escaños frente a los solo 156 que acumulan PSOE y Podemos) con el complemento de los votos afirmativos o las abstenciones de PNV, Coalición Canaria y quizá Nueva Canaria (con los que se alcanzarían los necesarios 176), se presente ahora mismo como más factible. Esperemos, en todo caso, que ciertos dirigentes políticos, en especial los que aseguran moverse por el patriotismo y los intereses generales de España y abogar por la estabilidad política y económica, sepan estar a la altura de las circunstancias y procedan con, al menos, parecida sensatez que la mostrada por los españoles en las urnas.

sábado, 25 de junio de 2016

'BREXIT'. ¿Y QUÉ ESPERÁBAMOS?


Tras la conmoción general que en la política europea y en los mercados financieros ha supuesto el triunfo del 'Brexit', en el que se ha impuesto la idiosincrasia típicamente británica, y que de momento se ha llevado por delante al mismísimo Primer Ministro David Cameron, es momento de contemplar tamaño acontecimiento con la distancia y el sosiego del mayor tiempo transcurrido. Es más, me voy a permitir aportar un punto de optimismo que, por supuesto, trata de ser fundado: de la misma manera que el Reino Unido nunca ha llegado a estar del todo dentro de la Unión Europea (recordemos que, por ejemplo, no forma parte ni de la Unión Económica y Monetaria ni del Tratado de Schengen), mi pronóstico personal es que tampoco se irán del todo. No les conviene en primer lugar a unos británicos que, por mucho que hayan vuelto a demostrar que son 'muy suyos', históricamente se han caracterizado por su pragmatismo; y menos en estos tiempos, con un Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la UE en ciernes. El Gobierno británico se limitará a negociar condiciones comerciales y económicas para no imponer aranceles ni límites a la libre circulación de personas y mercancías y los partidarios del 'Brexit' presentarán el hipotético acuerdo como una claudicación de Bruselas. Al tiempo.

Mucho se ha escrito sobre las causas históricas, políticas, sociales y hasta geográficas (su condición insular) del tradicional desapego y hasta recelo británico hacia el resto del viejo continente. Pero lo cierto es que los proyectos de unidad económica, jurídica y política de Europa siempre han contado con los consabidos reparos procedentes de las Islas. Los argumentos que Margaret Thatcher, el entonces inevitable 'verso suelto' de las cumbres europeas, utilizaba para oponerse al Tratado de Maastricht, de donde nacería la actual Unión Europea, son aplicables al actual rechazo británico a la Europa de la gobernanza económica: sí a una Europa de valores liberales y democráticos compartidos, que promueva un mercado libre, abierto y competitivo; pero no a una unión política y económica que, además de menoscabar la soberanía británica, introduzca el intervencionismo económico y la burocracia. Postura tan tajante y determinante, 'marca de la casa', provocaría la división en el Partido Conservador y, a la larga, y al igual por cierto que hoy Cameron, su propia dimisión como Primera Ministro, pero el tiempo acabaría demostrando que era la que suscitaba la adhesión de la mayor parte de los británicos: de tal forma que ni Major, ni Blair, ni Brown, en teoría más abiertos al europeísmo, se atrevieron por ejemplo a dar el paso de integrar al Reino Unido en la Unión Económica y Monetaria.

Mucho se ha criticado a David Cameron por su empeño en convocar un referéndum que tenía todas las papeletas de perder y provocar con ello un terremoto en la Unión Europea, pero en realidad no ha tenido más remedio que atender una exigencia surgida de su propio partido, el Conservador; el cual, amén de encontrarse dividido de por sí en sus dos tradicionales 'almas' europeísta y antieuropeísta, pretendía de esta forma impedir que el populismo nacionalista de un Nigel Farage continuara comiéndole terreno electoral. El exalcalde de Londres, el peculiar Boris Johnson, ha aprovechado para plantearle un pulso a Cameron por el liderazgo del conservadurismo británico y ha terminado ganándole por la mano. Es verdad que un buen número de partidarios del 'Brexit' no se han recatado en hacer uso y abuso de una demagogia populista por desgracia tan en boga en estos tiempos de digestión de una grave crisis económica, pero la tendencia 'tory' del 'Leave' se ha limitado más bien a recoger el testigo de la que fue su célebre y carismática Primera Ministro, incansable defensora en los foros europeos del liberalismo económico y... de la soberanía y los intereses de unos británicos que tampoco se allanan ahora a que la que consideran 'burocracia de Bruselas' les imponga la política económica. 


Teniendo en cuenta semejante y verdadero 'hecho diferencial' británico respecto a la Europa continental, lo normal era que se impusiera el 'Brexit'. ¿Y qué esperábamos?

lunes, 20 de junio de 2016

LA ENCRUCIJADA DEL 26-J: MODERACIÓN O RUPTURA

Que no nos engañen. El 26-J no nos limitaremos a elegir entre un Gobierno liberal-conservador y otro socialdemócrata, entre mayor o menor intervencionismo económico, entre poner más o menos énfasis en la libertad que en la igualdad bajo el respeto a unos principios básicos compartidos. Por primera vez desde la aprobación de nuestra Constitución en referéndum, nos veremos obligados a optar entre dos modelos políticos y de sociedad diametralmente opuestos: bien por la moderación, la estabilidad y el mantenimiento de una democracia parlamentaria representativa típicamente occidental y europea, basada como tal en los derechos y libertades individuales, el pluralismo social y político, el equilibrio de poderes, la propiedad privada y el Estado de Derecho; bien por un populismo de corte latinoamericano, asambleario y plebiscitario, un radicalismo uniformador y autoritario, cuando no totalitario, que persigue subyugar al individuo bajo unos intereses colectivistas que se presentan como superiores, sustituir el racionalismo legal por la visceralidad demagógica y, en suma, someter al poder político a las instituciones y a la más mínima iniciativa procedente de la sociedad. Grave disyuntiva que confirman las últimas encuestas electorales, que sitúan invariablamente a la coalición chavista-comunista entre Podemos e IU en segundo lugar tanto en votos como en escaños, y por tanto como alternativa al Partido Popular como fuerza política más votada.

Al atraerse al comunismo clásico del PCE, y de paso fagocitarlo, a Iglesias Turrión se le desmontaba el discurso de la supuesta 'transversalidad' de una formación política que, según juraba y perjuraba, trascendía de la tesis marxista de la lucha de clases y la tradicional división de bloques ideológicos entre derecha e izquierda. Aun así, inasequible al desaliento, pretende convencernos sobre todo en campaña de que él, que hace poco cantaba loas al comandante Chávez, es ahora un socialdemócrata a la sueca que convierte programas electorales en catálogos de Ikea; y que el espejo en el que se mira es Zapatero, ‘el mejor presidente de la democracia’, lo que no hace sino confirmar dónde reside la paternidad del surgimiento del populismo de extrema izquierda en España: en quien basó su ejecutoria política en la demagogia fácil y un sectarismo de tintes guerracivilistas.

Sin ir más lejos, aquella estrategia de ‘agit-prop’ generadora de ‘tensiones’ y enfrentamientos está teniendo perfecta continuación en los llamados ‘ayuntamientos del cambio (a peor)’; esto es, en los gobernados por Podemos y sus ‘confluencias’ gracias a los apoyos prestados por el PSOE de Pedro Sánchez. Cuando, con nulo rigor histórico e intransigencia a raudales, se borran del callejero nombres como los de Dalí, Pla o Mihura por ‘franquistas’, o se retira el busto del Rey Emérito don Juan Carlos, se pretende imponer una visión revanchista de la historia con el fin de boicotear la lograda reconciliación entre españoles y, de esta manera, desprestigiar una transición democrática ejemplar y surgida del consenso nacional. Porque cabe recordar una de las primeras promesas de los de Iglesias Turrión cuando irrumpieron en el panorama político: abrir ‘el candado del 78’, esto es, hacer tabla rasa de una Constitución que los españoles nos dimos en referéndum, pero que el ‘podemismo’ tacha de tutelada por el franquismo. Y de aquellos elogios, que todavía resuenan, del Mesías Iglesias a la ETA y la ‘izquierda abertzale’ en general por haber sabido apreciar el carácter ‘neofranquista’ del vigente régimen constitucional, pasamos al reciente proceso de blanqueamiento de un sujeto como el líder y delincuente etarra Otegui, recibido como ‘hombre de paz’ en el ayuntamiento de Barcelona por Ada Colau, ‘madrina’ de Podemos en Cataluña.

Esos mismos gobiernos municipales ‘podemitas’, que ponen todos los impedimentos habidos y por haber a inversiones que generen dinamismo económico y empleo, además de imponer tasas que penalizan el turismo, inciden en una concepción dirigista y asfixiante de la economía que el mismo programa electoral de Podemos, con sus propuestas de aumento del gasto público en 90.000 millones y de brutales subidas de impuestos, no oculta precisamente. Son fórmulas desincentivadoras inspiradas en aquellas que han llevado a la ruina a tantos rincones de Latinoamérica, otrora tierras de promisión, donde, en efecto, se ha alcanzado la ‘igualdad’, pero a costa de extender la miseria y hacer a todos igual de pobres y dependientes del Estado. Porque al populismo no le interesa gobernar a individuos que puedan valerse por sí mismos gracias a su laboriosidad y esfuerzo personal, sino a súbditos que necesiten de su dádiva y puedan, por tanto, controlar. Y no deberíamos consolarnos con que Bruselas termine embridando a un hipotético Gobierno de Iglesias Turrión, porque en el mejor de los casos acabaríamos como en Grecia: con corralito y recortes del 30% en pensiones y sueldos públicos. 

Tampoco le gusta al populismo que cada vez más ciudadanos libres y responsables puedan discutir las decisiones del poder político, y de ahí su empeño en imponer un modelo educativo único a las familias, lo que Podemos pone claramente de manifiesto al promover la eliminación de la enseñanza concertada. Y cuando Iglesias le exige a Sánchez hacerse con los resortes del Estado como condición para apoyar su investidura, y si Monedero anuncia sin ambages el control de la Policía, de la Guardia Civil y de la Justicia, es para, al modo del chavismo en Venezuela, construir un poder incontestable, erigir una verdadera ‘casta’ que tendría el camino expedito para generalizar e institucionalizar una corrupción que de esta forma, y al contrario por cierto que en la España de los años de Rajoy, no se perseguiría ni destaparía.

'La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos'. De esta forma nos lo advertía Aristóteles, el Estagirita, en su 'Política', nada menos que en el siglo IV a. C.: la democracia, como forma pura de gobierno del pueblo, corre el riesgo de degradarse, corromperse y convertirse en demagogia cuando se imponen los demagogos, los meros 'aduladores del pueblo'. A ello han contribuido una crisis económica especialmente grave y duradera que ha obligado a tomar medidas impopulares y, por qué no reconocerlo, la torpeza política de los partidos que podemos denominar ‘clásicos’; en especial la de un PSOE que, al conceder al populismo de ultraizquierda, no solo categoría de interlocutor y socio político, sino amplias parcelas de poder municipal, se ha dejado comer terreno electoral y, con ello, arrebatar la hegemonía de la izquierda.

Así, la postura del mismo PSOE tras el 26-J, posiblemente sin Pedro Sánchez dado su previsible batacazo en las urnas, va a ser una incógnita. La pregunta que cabe hacerse consiste en cuál de las dos ‘almas’ históricas del socialismo español se impondrá finalmente de cumplirse el vaticinio de las encuestas: la radical y frentista personificada en un Largo Caballero, que abogaría por construir una especie de Frente Popular con la extrema izquierda, o la moderada y conciliadora de un Besteiro, que facilitaría una ‘gran coalición’ o un Gobierno en minoría del PP como partido más votado. En cuanto a Ciudadanos, amén de haber mostrado claramente sus preferencias (por el PSOE de Sánchez) y sus vetos (a Rajoy, exhibiendo una obsesión digna de psicólogo), y de combinar una retórica antichavista con la participación en pactos anti-PP que incluyen a Podemos (como en Granada, Toledo y municipios y pedanías de Murcia), queda patente que apoyarle en las urnas sirve para dividir el voto moderado y constitucionalista y favorecer por tanto las expectativas electorales del populismo; máxime cuando en nada menos que 28 circunscripciones se quedaría sin representación. Así de claro: votar a lo que ciertas terminales mediáticas presentan como un sucedáneo del PP, más moderno y más ‘guay’, puede allanarle el camino a un Gobierno liderado por la ultraizquierda boliviariana.

Mariano Rajoy, en virtud de las reformas emprendidas, los resultados en términos de creación de empleo y la superación de una crisis económica sin precedentes en la historia reciente, que no deja de ser el principal reto que le encargaron los españoles en 2011, se ha hecho ya de por sí absoluto acreedor al apoyo mayoritario en las urnas. Además, el panorama político surgido del 20-D y que continúan señalando las encuestas, evidencia que no hay más voto útil de la moderación política que al Partido Popular, cuya victoria el 26-J debería ser más holgada que lo que pronostican los sondeos para, desde una posición de fuerza, evitar los vetos en la medida de lo posible y poder conformar un Gobierno mínimamente estable. En las manos del votante que abogue por la estabilidad política y económica, el reformismo y no la ruptura, la defensa de los principios y valores de la Constitución y la consolidación de la recuperación de la economía se encuentra resolver la encrucijada.

domingo, 5 de junio de 2016

ALBERT RIVERA NO SE MOJA EN MURCIA


"Si alguien del Ejecutivo regional es imputado, tendrá que dejar su puesto". La doctrina sobre responsabilidades políticas que ha defendido Rivera en Murcia y para Murcia no vale para Andalucía, donde su partido continúa apoyando al PSOE pese a que su Gobierno tiene a un consejero, Ramírez de Arellano, imputado por prevaricación administrativa y falsedad en documento público. Sabida es ya la doble vara de medir de Ciudadanos respecto al PP, al que le sitúa en unos niveles de exigencia leoninos, y al PSOE, al que en cambio trata con guante de seda y mucha condescendencia. Y no digamos ya consigo mismos, como quedó demostrado a propósito de la utilización de los fondos de la Asamblea Regional de Murcia para sufragar gastos propios de campaña electoral, que iba a conllevar dimisiones, ceses y un número de cabezas rebañadas sin precedentes, pero que finalmente derivó en la típica acción lampedusiana: que algo cambie para que todo, absolutamente todo, siga igual; esto es, en una tomadura de pelo de colosales dimensiones.

Pero a lo que vamos: su líder ha tenido a bien visitar la capital murciana, donde ha disfrutado de su sol y clima y el encanto de sus calles y ha sido obsequiado con la amabilidad de sus gentes. Eso sí, sobre agua, el más preciado y escaso bien de estas tierras, y sobre trasvases, el hombre no ha dicho ni pío. Debe ser porque, como afirmara en aquella entrevista, continúa prefiriendo dejar el asunto en manos de los técnicos. Aunque parece que los regantes y agricultores murcianos pueden estar tranquilos mientras gobierne el Partido Popular, siquiera en funciones: el nuevo trasvase del Tajo al Segura de 38 hm3 aprobado por el Consejo de Ministros es buena prueba de ello. Afortunadamente, hay quienes en materia de agua sí se mojan.

jueves, 2 de junio de 2016

Y MIENTRAS, BAJAMOS DE LOS CUATRO MILLONES

No por casualidad se han dedicado algunos en los últimos días a fabricar cortinas de humo e infames campañas de desprestigio mediante informes filtrados ilegalmente e interpretados parcialmente: se trataba de desviar la atención tanto respecto de una noticia de verdadera y rampate trama de corrupción, la de los ERE fraudulentos de la Junta (socialista) de Andalucía, como de unos datos que iban a situar nuestros índices de paro venturosamente por debajo de una barrera histórica. Pero dejemos de momento a un lado tanto juego sucio y ruido mediático y vayamos, pues, a lo importante, a lo que realmente interesa y afecta al español de a pie: el mayor descenso del desempleo en mayo de toda la serie histórica (en 119.768 personas) ha llevado a que la cifra de parados baje de los cuatro millones por primera vez en seis años, concretamente desde agosto de 2010.

Todo un hito que es mérito de una sociedad española que, en el marco de las reformas económicas y la liberalización del sistema laboral emprendidas por el Gobierno del PP, ha sido capaz de superar una crisis galopante, la más grave y duradera de la historia reciente, y su incidencia en el que se sigue considerando como mal endémico de la economía española: el paro. De tal forma que el principal encargo de los españoles al Ejecutivo salido de las urnas en 2011, que no era otro que propiciar la reducción del desempleo, ha sido afrontado con absoluta solvencia y obtenido un balance francamente positivo. Hasta el punto de que Mariano Rajoy se presenta a las elecciones del 26-J con los mejores guarismos en materia de empleo desde que llegó a La Moncloa.

Así, se han registrado 323.628 parados menos en los últimos doce meses (una reducción del 7,7%), y el desempleo joven ha bajado un 12,4%. Y una vez más, los datos vuelven a desmentir a los que descalifican el empleo creado calificándolo de 'precario': en mayo se han celebrado 145.760 contratos de trabajo de carácter indefinido, lo que representa un incremento de 21.155 (16,98%) sobre el mismo mes del año pasado; y en cuanto a la contratación indefinida a tiempo completo, crece interanualmente un 17,71%, y es la modalidad que más aumenta.

Con todo, la afiliación a la Seguridad Social subió en 198.004 personas en mayo respecto al mes anterior (un 1,13% más). En términos interanuales, contamos con 440.529 cotizantes más. De tal manera que se han recuperado 1.511.093 ocupados de los más de 3,3 millones que se llegaron a perder durante la crisis; y que, recordemos, el PSOE de Zapatero había dejado como funesto legado. En manos de los españoles que acudirán próximamente a las urnas está, pues que evitemos volver a las andadas de las políticas intervencionistas y de gasto público desbocado; o que incluso las tengamos que sufrir corregidas y aumentadas.