martes, 27 de octubre de 2009

LA VIRTUD DE LA PRUDENCIA


'Las cualidades más útiles para nosotros son, en primer lugar, la razón en grado superior y en el entendimiento, que nos capacitan para discernir las consecuencias remotas de todos nuestros actos y prever el provecho o perjuicio que con probabilidad pueda resultar de ellos; y, en segundo lugar, el dominio de sí mismo, que permite abstenernos del placer del momento o soportar el dolor de hoy, a fin de obtener un mayor placer o evitar un dolor más grande en lo futuro.

En la unión de esas dos cualidades consiste la virtud de la prudencia, de todas las virtudes la más útil al individuo.'

Esta es una de las enseñanzas que nos dejó Adam Smith en su ensayo 'La teoría de los sentimientos morales', su primera obra. Sí, sí, el mismísimo Adam Smith. Pocos saben que el escocés, aunque haya pasado a la historia como 'el padre' del liberalismo económico, era, más que un economista, un filósofo; no en vano fue catedrático de Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow. Y que, por tanto, muy lejos de sus ridículas caricaturizaciones como adalid del egoísmo y la insolidaridad, disertaba sobre la dimensión moral del individuo, en cuya preocupación por el prójimo encontraba la raíz de aquellos principios morales y preceptos legales que propician la convivencia en sociedad. Y es que la filosofía de Adam Smith asigna precisamente a la moral un importante papel de contención de nuestra conducta, de la misma forma que un mercado libre nos insta a acotar nuestras pretensiones con el fin de satisfacer las de los demás: Con la moral, el individuo persigue vivir en paz y libertad; con el mercado, aspira a prosperar.

Como tantos filósofos a lo largo de la historia (Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, Gracián, Kant, Hume...), Adam Smith resaltaba la conveniencia de proceder siempre con prudencia, a la que consideraba incluso la virtud más útil al individuo. Cualidad especialmente valiosa en quienes han de conducirse por la vida pública, puesto que su objetivo primordial debería ser la de prestar servicios a la sociedad. En este sentido, en la España contemporánea podemos hallar un inmejorable ejemplo de prudencia: El del recientemente fallecido Sabino Fernández Campo. En su impecable tarea como jefe de la Casa del Rey, se ha destacado sobre todo su trascendental cometido durante la transición democrática, y más concretamente su determinante influencia en el feliz fracaso del intento de golpe de Estado del 23-F. Pero su más importante legado fue, aún en unos años en que la imagen de la política nacional en general sufría un grave deterioro, contribuir de manera decisiva a que la Monarquía fuera la institución más querida por los españoles. Y todo gracias a una labor tan eficiente como callada, con la discreción y el saber estar como divisas.

Si bien Sabino Fernández Campo, desde su profundo amor a España, sólo aspiraba a servir de la mejor manera posible a la Monarquía, hay a quien, dentro de la vida política española, le mueve única y exclusivamente una desmedida ambición. Afán que, en lugar de constituir un fin moral, se convierte en mera pretensión de alcanzar el máximo poder a costa de lo que sea. De ahí que no sea capaz de discernir las nefastas derivaciones de sus irrefrenables actos, ni de prever el perjuicio que, tanto para él como para los demás, puede resultar de ellos. Cuando, cegado por la apetencia de poder, se pierde el dominio de sí mismo y se deja de ejercer la virtud de la prudencia, se corre un riesgo cierto de, no sólo no llegar a conseguir el gran propósito marcado, sino también causar daños de imprevistas consecuencias. Y que además pueden repercutir con mayor virulencia en él mismo y su entorno más inmediato.

miércoles, 21 de octubre de 2009

NO SE MERECÍA TANTO


'¿Qué he hecho yo para merecer esto?', se habrá preguntado doña Elena Salgado durante el debate de los Presupuestos Generales del Estado. Por muchos pecados que haya cometido en su vida, resulta abusivo e inmisericorde someter a semejante castigo a la vicepresidenta económica. Y no me refiero a Rajoy, cuya contundencia dialéctica es mínimamente exigible en un jefe de la oposición ante un Gobierno que se empeña en conducirnos al desastre económico, sino a Zapatero. Tras la defenestración de Solbes, el presidente se ha convertido en el verdadero y único Ministro de Economía, con Cándido Méndez como consejero áurico (así nos va); por tanto, debería haber sido él mismo quien defendiera en el Parlamento unas cuentas de su exclusiva cosecha. Pero no es precisamente la valentía política uno de los rasgos característicos de Zapatero, que además ha demostrado en sobradas ocasiones que no le importa dejar cadaveres políticos por el camino. El de la señora Salgado sería uno más de tantísimos: Maragall, Caldera, Sevilla, Solbes...

Además, enfrente ha tenido a un Mariano Rajoy que se crece en sede parlamentaria, y cuya comparecencia ha preparado especialmente para intentar resarcirse de los últimos reveses políticos. Y cabe reconocer que ha desempeñado con brillantez el papel que le corresponde a un líder de la oposición en estos tiempos difíciles: Ha puesto los puntos sobre las íes cuando ha resaltado que la subida de impuestos castigará especialmente a las clases medias, las que precisamente con más virulencia están sufriendo la crisis, y penalizará a quienes son capaces de generar riqueza y empleo. Estos presupuestos, en efecto, alargarán y empeorarán la crisis y crearán todavía más paro. Sencillamente, soberbio. En cambio, doña Elena Salgado ha estado ciertamente patética, aunque, dada su misión de justificar lo injustificable, difícilmente podía dar más de sí. Ni Demóstenes hubiera podido sacar algún provecho dialéctico a la defensa de los que sin duda son los peores Presupuestos Generales de nuestra democracia.

martes, 20 de octubre de 2009

UN MINISTRO VIL PARA UNA RUIN POLÍTICA EXTERIOR


Después de rendir la correspondiente pleitesía al déspota hermanísimo del tiranosaurio, el propio Moratinos se encargó de resaltar uno de los indiscutibles logros de la actual política exterior española: 'Las relaciones con Cuba se han normalizado'. En efecto, el Gobierno de Zapatero ha conseguido restablecer los vínculos de España con la indeseable y abyecta dictadura castrista. Y ha sido muy fácil: En lugar de denunciar en los foros internacionales los atropellos a la vida, los derechos y las libertades de los cubanos, se pone sordina a los crímenes y desmanes del régimen comunista; en puesto de apoyar y situarse al lado de la disidencia democrática, se la desprecia y se la veja; y, lejos de liderar en la comunidad internacional iniciativas para que la dictadura evolucione de una vez hacia la democracia, se ejerce de abogado defensor de la misma. Justo lo contrario de lo que hizo Aznar, faltaría más.

En cualquier caso, el compadreo del Gobierno socialista con la tiranía criminal de los hermanos Castro es un monumento a la obscenidad. Este indigno comportamiento debería ser una auténtica vergüenza para todo aquel que se considere demócrata. Pero no parece que sea así para la izquierda, que, pese a llenársele la boca siempre que puede hablando de 'derechos humanos', tradicionalmente ha tratado con mucho mimo a las dictaduras apellidadas 'comunistas', 'socialistas', o, simplemente, 'de izquierdas'. En el fondo, les molan. Les consideran sus hermanas; descarriadas (aunque no mucho), pero hermanas al fin y al cabo. Experimentos sociales que, dados sus elevados fines, hay que tener en consideración. Y les da igual la mucha sangre derramada y el cuantioso coste en vidas humanas que suelen acarrear estos regímenes revolucionarios tan 'bienintencionados': Los sanos ideales de la izquierda han de prevalecer por encima de todo.

Nadie mejor que un personaje tan vil como Moratinos para llevar a cabo una política exterior verdaderamente ruin. No contento con humillar a la oposición democrática, a la que, además de no recibir, se permitió definir como 'un sector de la sociedad cubana' cuando precisamente la dictadura castrista la excluye violentamente de ella, en su regreso a España se permitió presumir del mérito de haber logrado la liberación de ¡dos presos políticos! ¿Cuántas bajadas de pantalones ante la tiranía cubana va a tener que seguir escenificando entonces Moratinos para que salgan a la calle los más de doscientos cubanos que cumplen pena por motivos políticos? Y mientras tanto, ¿a cuántos más va a seguir encarcelando y torturando el régimen ante la aquiescencia de su muy amigo Gobierno de Zapatero?

domingo, 18 de octubre de 2009

LA INGENIERÍA SOCIAL DEL GOBIERNO


Mariano Rajoy, haciéndose eco del impresionante clamor en contra en Madrid, ha anunciado que el PP pedirá en el Congreso de los Diputados la devolución al Gobierno de la reforma de la Ley del Aborto. Se trata de una iniciativa loable, pero, por desgracia, con escasísimas posibilidades de prosperar. El PSOE de Zapatero, el más sectario de la historia de nuestra joven democracia, ha llegado al Ejecutivo para hacer realidad su objetivo de profunda y radical transformación de nuestra sociedad. Y mientras cuente en el Parlamento con la adhesión de comunistas e independentistas de izquierda, en quienes se apoya para hacer realidad su proyecto rupturista, no hará marcha atrás. El 'progreso' que históricamente impone la izquierda en sus diversas variantes es, en efecto, imparable; sobre todo porque no suele andar con contemplaciones de ningún tipo.

Y es que los mismos que, mientras permanecían en la oposición, le reprochaban a Aznar que no fuera sensible a determinadas manifestaciones que se celebraron durante su mandato, que además presentaban como quintaesencia de la democracia, hacen ahora caso omiso a las muchas que han tenido lugar bajo su Gobierno. Aunque, claro, aquéllas sí representaban el verdadero sentir del 'pueblo', puesto que fueron convocadas 'espontáneamente' por la izquierda; en cambio, éstas, que ni tan siquiera han contado con su preceptivo visto bueno, y muy a pesar de su extraordinaria profusión, sólo pueden provenir de inconfesables y minoritarios intereses, ligados a la derecha extrema y reaccionaria. Exactamente de donde proceden, tal y como ha resaltado la vicepresidenta De la Vega, aquellos intolerables abucheos que, antes de cada Desfile de las Fuerzas Armadas, suelen proferir a nuestro intangible presidente.

Así pues, la sobresaliente y multitudinaria manifestación contra la ampliación del aborto va a obtener del Gobierno socialista la misma respuesta que las anteriores: El más absoluto de los desprecios. Su plan de ingeniería social pasa necesariamente por convertir el aborto, es decir, el hecho de disponer de la vida de un ser que, por no haber nacido, no deja de ser humano, en un derecho. Lo que, lejos de constituir una profundización en las libertades, conlleva un efecto perverso: La concepción de la vida humana como valor supremo, tal y como la entendemos desde los principios del derecho natural, pierde vigencia. A partir de ahora el Estado y sólo el Estado determinará qué es lo que ha de entenderse por vida humana, por encima de cualquier juicio moral, ético o incluso científico. El criterio expresado por Bibiana Aído, 'el feto es un ser vivo, pero no humano', aunque infundado desde cualquier perspectiva biológica, acaba imponiéndose sobre toda autoridad en la materia, ya que posee la única que verdaderamente adquiere plena validez: La que, en su calidad de Ministra del Gobierno, deriva del Estado.

En realidad, se trata de hacer del aborto un método anticonceptivo más, sin tener mínimamente en consideración la protección de la vida humana. De la misma forma, el Estado-médico ya ha prescrito la venta de la píldora postcoital sin receta y sin límite de edad, pese a los dañinos efectos secundarios que puede producir en quienes la tomen. También sabemos que el Estado-familia, una vez que ha logrado inmiscuirse en la formación ética y moral de los hijos por medio de ese engrendo llamado 'Educación para la Ciudadanía', tiene intención ahora de menoscabar la autoridad familiar al permitir el aborto de menores de edad sin el consentimiento de sus padres. Por desgracia, el Gobierno está consiguiendo alcanzar poco a poco una de sus principales metas: La presencia e interferencia del Estado en todos los órdenes de nuestras vidas, desde la cuna (si nos dejan nacer, claro) hasta la sepultura (si nos dejan morir en paz). Porque aquel individuo, hombre o mujer, al que antes de tiempo y forzosamente se le desgaja de su familia, o que en cualquier caso ni tan siquiera ha de responsabilizarse de las consecuencias de sus actos, no es en absoluto más libre e independiente. Bien al contrario, se convierte en una marioneta en manos de la autoridad estatal.

miércoles, 14 de octubre de 2009

UN PROGRE EN LA CASA BLANCA

Hacía tiempo que el entonces líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, había decidido transmutar su imagen de socialdemócrata moderado tipo Tony Blair, proclive al pacto con el Ejecutivo de Aznar, por el de un radical de izquierdas con cierta tendencia 'antisistema'. Ya se había ganado una justa fama de 'pancartero' con motivo de su apoyo a la huelga general política que los sindicatos le habían organizado a su detestado 'Gobierno de la derecha', y a las manifestaciones, orquestadas por la izquierda nacionalista gallega, en las que se responsabilizaba al PP de las consecuencias del hundimiento del 'Prestige'. Pero la guerra de Irak supuso un verdadero punto de inflexión en ese drástico cambio de táctica, ya que, además de adherirse a algaradas callejeras tan 'pacifistas' como violentas, Zapatero no desaprovechó la oportunidad de hacer uso y abuso de una de las tradicionales señas de identidad de la izquierda: El antiamericanismo.

Aquella tristemente célebre actitud de desconsideración hacia la bandera estadounidense, irresponsable e impropia de un jefe de la oposición que aspiraba a gobernar un país occidental, era un gesto totalmente calculado para ganarse a un electorado que se distingue por su inquina hacia todo lo que representan los Estados Unidos. Y no le importaba en absoluto que con ese desplante se hubiera ganado la animadversión durante años del inquilino de la Casa Blanca, cualquiera que fuera su tendencia: Quizá él mismo no se veía de presidente del Gobierno a corto plazo. Pero, aupado por la conmoción producida por los atentados del 11-M y la macabra utilización política de sus muertos en plena jornada de reflexión, llegaría sorprendentemente a La Moncloa. Y no tardaría en adoptar una de sus primeras decisiones, habida cuenta además de que pronto había que ganar 'como sea' unas elecciones europeas que debían refrendar una victoria obtenida en condiciones lamentablemente trágicas: Ordenar la retirada de nuestras tropas de Irak. Bochornosa y cobarde huida que obtuvo el aplauso del fundamentalismo islamista y la indignación de nuestros aliados, en especial del entonces presidente norteamericano Bush, quien, tras propinarle la oportuna reprimenda, decidió distinguirle con todo su desprecio. No contento con ello, Zapatero se atrevería incluso a recomendar en Túnez a los países que permanecían en Irak que siguieran su ejemplo: Sería la gota que colmaba el vaso. Bush, en aquella ocasión, sí se dignaría a llamarle, pero para espetarle que se comportaba 'como un amigo de Bin Laden'.

Esta imprudente forma de proceder, teñida de ese infantil antiamericanismo del que hiciera gala como jefe de la oposición, había logrado en tiempo record algo que parecía imposible: Convertir unas relaciones de privilegio con la indiscutible primera potencia y líder del mundo libre, labradas con paciencia y perseverancia por su antecesor Aznar desde la época de Clinton, en inexistentes. Aún así, Zapatero, pese a los consiguientes perjuicios para nuestros intereses en los asuntos exteriores, se mostraba hasta divertido y daba a entender que a él, la quintaesencia del 'buenismo' pacifista, le resultaba difícil mantener vínculos con alguien que, por mucho presidente de Estados Unidos que fuese, era en realidad, tal y como prescribía la progresía política y mediática, un texano bobo, estúpido y belicista. Además, confiaba en que las adversidades surgidas de la deficiente planificación militar en Irak acabarían desgastando lo suficiente a Bush como para caer derrotado en las urnas ante el candidato demócrata, John 'Flip-Flop' Kerry, en cuya victoria tenía depositadas sus esperanzas. Pero el electorado norteamericano, que a partir de ese momento fue objeto de las más ridículas descalificaciones por parte de quienes, generalmente desde la izquierda, se empeñan en impartir lecciones a la primera democracia liberal de la historia, se decantó claramente por Bush. El plan 'quiero un amigo americano' de Zapatero se había venido abajo: Su comparecencia pública en la que felicitaba a Bush por su triunfo, significativamente malcarado y exhibiendo unas prominentes ojeras, fue todo un poema.

Por tanto, a España le esperaban al menos cuatro años sin posibilidad de restablecer sus vínculos con los Estados Unidos, lo que equivalía a permanecer en una especie de limbo en el panorama internacional. En las cumbres mundiales se sucedían las situaciones más grotescas: Desde las irrisorias persecuciones por los pasillos del inefable Moratinos a la Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, cual dama deseada, hasta los muy fugaces 'encuentros', cronometrados en décimas de segundo, de Zapatero con Bush. Escenas que daban lugar a todo tipo de chistes y chirigotas, pero que suponían un grave menoscabo para la imagen exterior de España, que ya de por sí, y tras la deserción de Irak, se había ganado la reputación de socio no fiable.

Sin embargo, y dado el límite de mandatos que se impone en la democracia norteamericana, tan peculiar ella, habría forzosamente un cambio en la presidencia. Además, esa misma América tachada de profunda, intolerante y paleta porque cuatro años antes había elegido a Bush, optaría en esta ocasión por el demócrata Barack Obama, una especie de santo laico canonizado por la progresía mundial; gracias a lo cual, el pueblo estadounidense pasó de repente a ser sabio e ilustrado. Zapatero parecía haber encontrado por fin a su 'amigo americano', bajo la premisa de unas supuestas coincidencias ideológicas que justificarían una nueva estrategia 'proamericana' ante un electorado generalmente reacio a todo lo que huela a Estados Unidos. De ahí que, por ejemplo, Leire Pajín, a la que con tal de ensalzar la egregia figura del Jefe no parece importarle caer en el más espantoso de los ridículos, resaltara el 'acontecimiento planetario' que supone la coincidencia de dos grandes líderes 'progresistas' rigiendo los destinos del mundo.

¿Pero cabe calificar a Obama de 'progresista'? Sería oportuno recordar que, en uno de los debates electorales, su rival republicano John McCain llegaría a colocarle la etiqueta de 'liberal' (equivalente a 'progre' o 'progresista' en los Estados Unidos), y el propio Obama rechazaría tajantemente que se le pudiera aplicar tal calificativo. ¿Y hasta qué punto se le puede considerar a Obama de izquierdas? Pues depende de con qué o quién se le compare. Su objetivo de implantar una Sanidad pública a la europea parece poder denotar un cierto carácter izquierdista, aunque se debe matizar que entre los 'padres' de la Seguridad Social encontramos más bien personajes pertenecientes a la derecha autoritaria, desde Bismarck hasta Franco. Y, por ejemplo, mientras, como sabemos y sufrimos, Zapatero reniega de cualquier reforma que flexibilice mínimamente el mercado laboral, Obama no parece tener ninguna intención de impedir por ley el despido libre, que, que sepamos, continúa en vigor en los Estados Unidos. Ni de poner obstáculos al muy liberalizado mercado estadounidense. Ni tan siquiera de abolir la pena de muerte. Por tanto, no es que Obama no esté tan escorado a la izquierda como Zapatero; es que en muchísimos aspectos se sitúa a la derecha del PP o de cualquier partido conservador europeo.

Si Obama, afortunadamente para nuestros intereses, ha decidido restablecer las relaciones con España, no ha sido gracias a ese supuesto 'feeling' o identificación ideológica con Zapatero, sino velando por el bien de los Estados Unidos. La guerra de Afganistán se está convirtiendo en un auténtico atolladero, y ahora mismo necesita cuantos más aliados, mejor. Y si el presidente hubiese sido McCain, muy posiblemente, en aras del realismo que suele imponerse en la política exterior estadounidense, y después de tragar saliva, hubiera invitado igualmente a Zapatero a la Casa Blanca. 'No deja de ser el presidente de un país de la OTAN, de un país aliado', tal y como le puntualizó el propio Obama en otro debate electoral.

Así pues, tras más de cinco años de desencuentros, por fin Zapatero ha sido agasajado en la residencia del presidente de los Estados Unidos. La Casa Blanca, por su parte, ha tenido el honor de recibir la visita de un distinguido 'progre' que, abducido por el 'obamismo', quizá se encuentre en trance de convertirse al 'americanismo'. Hasta el punto de que se muestra dispuesto a enviar a Afganistán, no sólo incluso más tropas para que más soldados españoles sigan dando su vida por la libertad, sino hasta a la mismísima Guardia Civil. Ya nos explicará qué pinta la Benemérita en un escenario de guerra, pero, tratándose de San Obama, ese Premio Nobel de la Paz preventivo, se hará lo que haga falta. Además, no tiene nada que temer: En esta ocasión, nadie en España le va a tachar de 'lacayo del imperialismo', ni va a reaccionar ante cada muerto en la guerra lanzándole el cadáver a la cara o llamándole 'asesino'. Entre otras razones, porque el otrora insigne pancartero es ahora el presidente que los hipócritas estómagos agradecidos del 'No a la guerra' querían.

martes, 6 de octubre de 2009

EL HEDOR DE LA TOGA


En el Gobierno y el PSOE se rasgaron las vestiduras cuando María Dolores de Cospedal denunció que se estaba utilizando a la Fiscalía para perseguir, no a la organización terrorista ETA, sino a la oposición. Por desgracia, los acontecimientos han acabado demostrando que las acusaciones de la secretaria general del PP se quedaron bastante cortas. La Fiscalía no sólo no emplea todo su celo en poner a los etarras a disposición de la Justicia, sino que además protege y ampara a cómplices de la banda asesina.

Solicitar que se dé carpetazo a la investigación del chivatazo policial a Joseba Elosúa, uno de los jefes de la red de extorsión etarra, es ni más ni menos que pretender impedir que se averigüe qué altos mandos policiales y del Ministerio del Interior cometieron un delito de colaboración con el terrorismo. Pues bien, este intento ha partido, siguiendo por supuesto las directrices de Conde Pumpido, Fiscal General del (para qué andarnos con remilgos) Gobierno, del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza; el mismo que, durante el juicio del 11-M, y con el fin de apuntalar la versión oficial y gubernamental de los atentados, mantuviera que para descubrir a sus autores 'da igual' el explosivo que utilizaran. ¿También da igual, señor fiscal, que queden impunes aquellos traidores a la memoria de tantos policías que dieron su vida en su lucha contra el terrorismo etarra?

Ya nos lo advirtió el señor Conde Pumpido a propósito del malhadado 'proceso de paz' zapaterino: 'El vuelo de las togas no eludirá el contacto con el polvo del camino'. En efecto, puesto que ahora se trata de enterrar a toda costa los perversos efectos de aquella vergonzante y delictuosa claudicación del Gobierno de Zapatero ante la ETA, el manto del Fiscal General continúa manchándose y acumulando toda la porquería que va encontrándose a su paso. Hasta el punto de que el hedor que despide empieza a ser realmente insoportable.

jueves, 1 de octubre de 2009

EL DESGASTE DEL PODER EN MURCIA


'El poder desgasta, sobre todo cuando no se tiene'. Esta célebre frase, no exenta de cinismo, del sempiterno 'viejo zorro' Giulio Andreotti se aplica perfectamente al caso del Partido Socialista de la Región de Murcia; el cual, por diversas razones, cuanto más tiempo se encuentra en la oposición (donde permanece nada menos que desde 1995), peores resultados electorales obtiene. Así pues, no es de extrañar que los dirigentes socialistas murcianos se muestren inquietos ante la mera posibilidad de que Ramón Luis Valcárcel, que ha ido propinándoles en la urnas paliza tras paliza, a cual más sonora, vuelva a presentarse como candidato a la presidencia de la Comunidad Autónoma. De ahí que su todavía líder, Pedro Saura, se haya destapado precisamente ahora con la siguiente propuesta, por lo demás muy original: Que se limite el número de mandatos del presidente.

No vamos a negar que el señor Saura ha planteado un debate interesante y de cierta enjundia. En efecto, se trata de una limitación que se impone por ley en países con indiscutible tradición democrática, como por ejemplo en Estados Unidos para la reelección del presidente (en el caso de los gobernadores, cargos asimilables a presidentes autonómicos, depende de la legislación de cada Estado). Ahora bien, sería oportuno que concretara un poco más su idea: ¿Cuál sería el número máximo de legislaturas para poder concurrir como candidato? Si fueran dos, tal y como se establece normalmente, ¿le pediría entonces a su secretario general nacional (o 'federal') y presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que imite el ejemplo de Aznar y que por tanto no vuelva a optar a un nuevo mandato, que sería el tercero? Porque, claro, si se es mínimamente coherente, debería imponerse esta prohibición también al jefe del Ejecutivo nacional. ¿O sólo se aplicaría a la Comunidad Autónoma de Murcia? Se supone que aquello que es conveniente y sano para la democracia en nuestra región, también lo es para nuestra nación. A no ser que, claro, se trate única y exclusivamente de una proposición de ley 'ad hoc' (o, más bien, 'ad hominem')...

En realidad, ya puesto, Pedro Saura podría proponer que se le impida también por ley al PP comparecer a las próximas elecciones autonómicas. De esa forma, quién sabe, hasta es posible que sea por fin capaz de ganar, y así evitar que el desgaste del poder continúe produciendo sus demoledores efectos... en la oposición.