lunes, 23 de septiembre de 2013

SOBRE ABDICACIONES Y REGENCIAS

A propósito de la nueva operación de cadera a la que ha de someterse el Rey, uno se asombra cuando escucha a algún tertuliano, de aquellos que se dedican a sentar cátedra sobre lo divino y lo humano, proponer que don Juan Carlos abdique ¡temporalmente! Un ejemplo más de la desinformación y falta de conocimientos básicos de algunos de los que, aún así, se atreven a pontificar sobre absolutamente todo como si del oráculo de Delfos se tratara: no es concebible una especie de abdicación transitoria, ya que, como establece la Constitución, supone el abandono definitivo de la Corona por parte del Rey y en favor de su Heredero. Por tanto, se trata de una decisión irrevocable.

Y es que la Carta Magna es muy clara al respecto, que además contempla en su artículo 59 dos supuestos para la Regencia, entendiendo como tal una Jefatura del Estado que se ejercería de manera provisional y transitoria: cuando el Rey es menor de edad, que en este caso duraría hasta que cumpliera los dieciocho años (como sendas Regencias de María Cristina de Borbón y María Cristina de Habsburgo que tuvieron lugar hasta las mayorías de edad de Isabel II y Alfonso XIII respectivamente, misma coyuntura histórica que obviamente no es aplicable al asunto que nos ocupa); o cuando se inhabilita al Rey en el ejercicio de su autoridad por razones físicas o psíquicas (lo que debe ser apreciado, declarado y aprobado por las Cortes Generales como órganos de representación de la soberanía nacional, pero tampoco parece que de momento sea necesario acudir a esta solución constitucional).

Se pueden distinguir asimismo dos tipos de Regencia: legítima, que correspondería a los familiares del Rey (a sus padres o parientes más cercanos si es menor de edad, como fueron los casos de los dos antecedentes históricos mencionados, o a su heredero si se trata de incapacidad, que, cabe insistir, ha de debatirse y aprobarse en Cortes); y electiva, cuando no haya ninguna persona que pueda ejercerla por razones de parentesco (cuyos integrantes, uno, tres o cinco, serían también nombrados por las Cortes Generales). Por tanto, y ateniéndonos a la situación actual, solo si Congreso y Senado reconocieran y ratificaran la inhabilitación del Rey se instauraría la Regencia; que recaería en todo caso en el Heredero de la Corona, el Príncipe don Felipe, durante el tiempo necesario.

Sea como fuere, y con la estabilidad institucional garantizada por los mecanismos establecidos por nuestra Constitución en los supuestos en que el Rey no pueda desempeñar provisionalmente sus funciones, cabe desearle a Su Majestad una pronta y satisfactoria recuperación. Y haciendo por supuesto abstracción de proclamas demagógicas desgraciadamente tan en boga en la actualidad.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

NO A ISABEL Y FERNANDO; SÍ A LOS BUENOS NIÑOS DE CATALUÑA

Ha sido muestra tremendamente indicativa del sectarismo, cerrazón y consecuente intolerancia del nacionalismo el hecho de que el Ayuntamiento de Barcelona, presidido por el convergente secesionista Trías (el mismo que despreció y vejó la candidatura olímpica de Madrid poco después de ser rechazada), haya prohibido el rodaje de secuencias de 'Isabel' en el Museo de la Historia. Y para más inri, aduciendo razones de ¡falta de rigor histórico! Tiene gracia viniendo precisamente del nacionalismo catalán, que basa su esencia y supervivencia en convertir sus ensoñaciones, ficciones, mitos y mentiras en incontestable realidad histórica. En cualquier caso, es normal que una serie sobre el reinado de los Reyes Católicos, época gloriosa y grandiosa para España además de fundamental para la consolidación de su unidad, no cuente en absoluto con las simpatías del nacionalismo disgregador; y que su indudable éxito le provoque recelos por cuanto supone una seria réplica a su propaganda, presentada en sus predios como verdad absoluta. 

Porque, pese a quien pese, 'Isabel' va viento en popa, lo que además demuestra que el público español demandaba un producto televisivo de este tipo, centrado en período tan decisivo e importante para nuestra historia y nuestro devenir como nación. Ya era hora de que alguien, desprovisto de ciertos complejos tan arraigados y extendidos sobre nuestro pasado común, haya dado el paso. Encima, a buen seguro que para muchos catalanes, sobre todo para quienes no sigan a pies juntillas los preceptos y paradigmas del pensamiento único nacionalista, esta serie les supondrá un pequeño pero agradable soplo de aire fresco en medio de la irrespirable hegemonía mediática del nacionalismo catalán. Y esta mera posibilidad es lo que realmente molesta a los prebostes del régimen nacionalista, acostumbrados a que solo 'su' historia, su versión manipulada, delirante y mentirosa, sea la que se transmita, y sin contestación alguna, en las escuelas y en los medios de comunicación. Por tanto, al sospechoso de 'españolismo', es decir, al enemigo, ni agua.



Sabido es que el régimen nacionalista, vigente durante nada menos que tres décadas, no se ha parado nunca en barras en su objetivo de adoctrinar a generaciones de catalanes en un inventado pasado de Cataluña como país independiente (cuando jamás lo ha sido), constantemente agraviada por una España represora e intolerante (lo que necesariamente lleva al odio y al resentimiento contra un país extranjero). Y el éxito, ante la práctica inacción de sucesivos Gobiernos de la nación (española) desde la transición democrática, es ciertamente indiscutible. El escandaloso reportaje protagonizado por niños que participaron en la cadena por la secesión, emitido, cómo no, por TV3, es, además de una vuelta de tuerca más a la estrategia propagandística en pro del separatismo, una palpable demostración de los resultados cosechados por años de aleccionamiento nacionalista en las aulas: cuando una joven preadolescente asevera que 'Cataluña perdió su independencia en 1714' es debido a que ha escuchado y leído tamaño dislate en clase; o cuando un vástago expresa su convencimiento de que 'España tendrá que rendirse' es porque quienes se encargan de su educación e instrucción le han señalado al enemigo al que hay que doblegar.

Así pues, 'Isabel', como serie de televisión 'españolista', se ha convertido en una pequeña piedra en el camino de la 'construcción nacional' de Cataluña, ya que contradice, siquiera mínimamente, algunos mitos en los que se basa la gran mentira nacionalista. De ahí que dirigentes políticos del nacionalismo catalán le tengan vedada la entrada a lugares que consideran patrimonio particular suyo. Y hay que dar gracias de que todavía no puedan impedir su emisión en Cataluña.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

LA 'DIADA', O EL DELIRIO DEL NACIONALISMO CATALÁN

Hace muchos años que la 'Diada', que en la transición democrática fue declarada fiesta autonómica en Cataluña, ha derivado definitivamente en actos de aquelarre independentista, cada vez más grotescos y de índole colectivista y totalitario. Mérito sin duda del régimen de pensamiento único nacionalista que rige allí desde hace más de 30 años, que bien se ha encargado de tachar de 'anticatalanes' a los naturales del lugar que no se adhieren de manera inquebrantable a sus preceptos y paradigmas y, en consecuencia, expulsarles de la 'oficialidad'. En cualquier caso, que la conmemoración de la rendición de Barcelona ante Felipe V de Borbón se haya convertido en un alarde del sectarismo que caracteriza al nacionalismo catalán no resulta nada extraño, dado que los hechos que llevaron a aquel 11 de septiembre de 1714 han sido objeto desde el principio de una descarada manipulación histórica al gusto del delirio nacionalista, que, fiel a su estilo, ha impuesto como verdad absoluta; algo que ha conseguido merced a su dominio incontestable de los resortes mediáticos, educativos e institucionales, ejercido sin miramientos durante décadas.

Porque en aquella fecha histórica los catalanes no libraban una especie de guerra de la independencia contra el invasor español, no; bien al contrario, se trató del final de una Guerra que enfrentó, no solo a los españoles, sino a los europeos entre sí: la de Sucesión. La misma se originó en la muerte sin descendencia del rey de España, Carlos II, que en su testamento nombró heredero del trono a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, rey de Francia; éste aceptó y pronto presentó a su nieto como nuevo rey de España, lo que provocó el rechazo del Imperio austríaco, ya que, además de que significaba el fin de dos siglos de reinados de la Casa de Austria en España, contemplaba con temor y recelo una unidad dinástica franco-española. Y con la intención de evitarla consiguió el apoyo de Inglaterra, Holanda y Dinamarca para concertar una alianza europea contra Luis XIV.

Un año después de que Felipe de Anjou llegara a España, donde fue proclamado rey (el primer Borbón en el trono español), estallaron las hostilidades en Italia y Flandes. Se iniciaba una guerra europea que tendría su trágico reflejo en nuestro país, que enfrentó a la antigua Corona de Castilla, defensora del mantenimiento en el trono de Felipe V, con la antigua Corona de Aragón (en la que se encontraba Cataluña), partidaria del archiduque Carlos, el candidato de la alianza austracista. Se trató de una guerra larga y cruenta que acabaría inclinándose del lado borbónico tras las batallas de Almansa, Villaviciosa y Brihuega y, sobre todo, tras la muerte del emperador José de Austria, hermano mayor del archiduque Carlos, que de esta forma se convertía en sucesor al trono como Carlos VI. A Inglaterra y Holanda no les convenía un nuevo Carlos I de España (que hubiera sido el III) y V de Alemania (en este caso, el VI), por lo que precipitaron el final de la guerra.

Sin embargo, dentro de España, Cataluña, recelosa ante la abierta hostilidad de Francia hacia su potente actividad comercial, decidió resistir hasta la batalla final del 11 de septiembre de 1714, en la que Barcelona, tras soportar un largo asedio, se rinde definitivamente a las tropas de Felipe V. Éste, es cierto, y evocando el derecho de conquista, promulgó ya en 1707 los Decretos de Nueva Planta: '...he juzgado por conveniente (así por esto como por mi deseo de reducir todos mis Reynos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres y tribunales, gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla tan loables y plausibles en todo el universo), abolir y derogar enteramente, como desde luego doy por abolidos y derogados, todos los referidos fueros, privilegios, prácticas y costumbres hasta aquí observadas en los referidos Reynos de Aragón y Valencia... pudiendo obtener por esta razón mis fidelíssimos vasallos los castellanos, oficios y empleos en Aragón y Valencia'.

En suma, por medio de los referidos Decretos, Felipe V emprendió una política de centralización y unificación institucional y jurídica, muy al modo francés, y para las que se valió de las leyes de Castilla, a las que redujo las leyes, normas, usos y costumbres de los reinos de la Corona de Aragón. Unas reformas que propiciaron indudables beneficios por cuanto unificaron el Derecho, con la seguridad jurídica que ello comporta, modernizaron y simplificaron las instituciones políticas y administrativas, que comenzaron a no distinguir entre categorías de españoles, y eliminaron una serie de aduanas que se pagaban por traspasar determinadas 'fronteras' heredadas de la Edad Media.

Eso sí, lo que la propaganda nacionalista también oculta es que, en una serie de Decretos posteriores, el mismo Felipe V fue reconociendo a los reinos 'rebeldes' buena parte de su Derecho propio. Así, un Decreto de 1711 otorgaba nueva planta a la Audiencia de Zaragoza, lo que restableció el derecho civil aragonés; otro promulgado en 1715 establecía la planta de la Audiencia de Mallorca y declaraba vigentes sus antiguas leyes civiles, penales, procesales y mercantiles; y de la misma forma se procedería con Cataluña por Decreto de 16 de enero de 1716. Sea como fuere, del verdadero carácter de la guerra que terminó el 11 de septiembre de 1714, que nada tiene que ver con una supuesta defensa de la soberanía e independencia de Cataluña frente a una España represora, es muestra definitiva el mismo bando que Rafael de Casanova, conseller en Cap ensalzado como héroe del secesionismo catalán, transmitió en esa misma fecha a los barceloneses: "... salvar la libertad del Principado y de toda España; evitar la esclavitud que espera a los catalanes y al resto de los españoles bajo el dominio francés; derramar la sangre gloriosamente por el Rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España".

lunes, 9 de septiembre de 2013

EL COI: ¡MENUDA TROPA!

Una de las ciudades mejor dotadas de comunicaciones e infraestructuras del mundo, una gran nación que siempre ha sabido estar a la altura en la organización de este tipo de eventos, unos deportistas de extraordinario nivel... Sin duda, Madrid, España en general, parecían tener todo a favor para, esta vez sí, y a la cuarta, lograr ser sede olímpica; máxime cuando el dictamen del Comité de Evaluación del Comité Olímpico Internacional (COI) había ponderado las magníficas condiciones de la capital del Reino, a la que situaba por encima de las otras dos aspirantes. Sin embargo, el chasco fue monumental: en la primera votación se produjo un sorprendente empate con Estambul, y en el subsiguiente desempate la candidatura de Madrid fue descartada. 

A los miembros del COI cabe aplicarles la castiza expresión del conde de Romanones cuando, pese al compromiso personal obtenido de la mayoría de los académicos, perdió una votación para ingresar en la Real Academia de la Lengua (para más inri, sin haber obtenido un solo respaldo): 'Joder, qué tropa', exclamó el político liberal de la Restauración cuando se enteró del resultado. Desde luego, ni la capital de España (que cuenta con servicios públicos e instalaciones sin parangón), ni el proyecto presentado (magníficamente, sobre todo por el Príncipe Felipe), ni el deporte español (a la cabeza en el panorama mundial) se merecían quedar eliminados a las primeras de cambio.

Mucho se ha discutido sobre la idoneidad de organizar unos Juegos Olímpicos precisamente ahora, todavía inmersos en una grave crisis económica de la que parece que salimos por fin, sí, aunque tímidamente. Sabido es que a corto plazo las Olimpíadas no suelen ser rentables desde el punto de vista económico, debido a la ingente cantidad de inversiones, tanto públicas como privadas, que requieren. Ahora bien, la imagen de España, que es la que fundamentalmente quedaría en el extranjero, sí se hubiera visto muy beneficiada en general. Y sobre todo en términos turísticos y de prestigio como país organizador de grandes acontecimientos. No por casualidad tantísimas ciudades, y no precisamente de los países más proclives al despilfarro y al populismo, han pugnado siempre por organizar tan magno evento deportivo; y huelga puntualizar que difícilmente se seguirían celebrando las Olimpíadas si no hubiera aspirantes dispuestos a afrontar tan monumental gasto.

Quizá se le pueda reprochar a los dirigentes de la candidatura española de pecar de justo lo contrario de aquello de lo que, generalizando injustamente, se tacha a los políticos españoles, lo que muchos han presentado como lastre para conseguir ser sede olímpica: de cándidos. Porque los miembros del COI no son precisamente unos reputados e íntegros moralistas que, por ejemplo, se levanten todas las mañanas inquietos y pendientes del último mensaje de móvil que, procedente de Soto del Real, publique determinado periódico. Y bien que lo han demostrado en tantísimas ocasiones: en todas partes cuecen habas, pero, ¿acaso China, con un régimen político basado en la represión, el robo y el crimen, Brasil, donde la corrupción es un modo de vida, o incluso ahora Japón, en el que el entramado social e institucional es proclive a la cleptocracia, son paraísos de la decencia social y política? 

Si, como también se ha aducido, hubiesen sido los casos de 'doping' (la no cerrada 'operación Puerto', tan irresponsablemente aireada en estas jornadas por algunos periodistas 'compatriotas', por cierto) los que hubiesen golpeado las conciencias de los insignes señores del Comité Olímpico, desde luego que no hubieran colocado a Estambul en el segundo lugar de sus preferencias teniendo presente el reciente escándalo de dopaje masivo de atletas turcos. También se ha presentado a la crisis económica como condicionante decisivo para el rechazo a la candidatura, cuando no ha sido ni mucho menos ajena a Japón (en realidad, sus vaivenes macroeconómicos han sido constantes desde su famosa crisis bancaria de finales de los 80); donde solo ahora, y al igual que en España, empiezan a revisar al alza su previsión de crecimiento económico. 

Eso sí, si se trataba del poder de influencia de las multinacionales (esa sí clave, a mi juicio), cabe reconocer que en ese terreno llevábamos todas las de perder: otra demostración, empero, de que no son precisamente ni los valores del deporte ni la calidad de la ciudad aspirante factores determinantes en estos casos. Sin ir más lejos, pese a que pareciera una ventaja en estos tiempos de obligada (y saludable) contención del gasto, que la candidatura de Madrid presumiera de tener construida la práctica totalidad de las instalaciones e infraestructuras deportivas no nos favoreció en absoluto: muchísimos de quienes tenían que decidir con su voto en Buenos Aires no 'olían' negocio ni provecho económico particular en la capital de España. Y actuaron en consecuencia.

Sea como fuere, no deberíamos insistir en los golpes de pecho y regodearnos en el dolor (actitud, por otra parte, tan típicamente española), ni lamentarnos de nuevo de una supuesta excepcionalidad y fatalidad de nuestra historia como si jamás ninguna candidatura de ciudad o país de prestigio y peso internacional hubiese sido descartada (véase el ejemplo reciente de Chicago, en presencia del mismísimo Obama): porque ni los Juegos Olímpicos eran el maná, ni ahora se acaba el mundo porque no nos hayan concedido su organización. Se ha tratado simplemente de una muy buena ocasión perdida; pero, honestamente, poco más se podía hacer. Esta gran nación que, antes y después de presentar sus aspiraciones olímpicas, sigue siendo España ha de salir adelante; y, como parecen indicar las cifras macroeconómicas, lo hará, y como siempre sin esperar ayuda directa de nadie y gracias al esfuerzo y buen hacer de su mejor activo: la sociedad civil española. Además, y pese a quien pese, nuestro deporte seguirá cosechando extraordinarios triunfos, generando admiración en todo el mundo y dejando el pabellón español bien alto. Sin olvidarnos, eso sí, de aquellos de nuestros deportistas que no disfrutan de las mieles y facilidades económicas de la élite, a los que se debería ayudar en la medida de lo posible. Porque también llevan con éxito y orgullo el nombre de España.

Por supuesto, y como lo cortés no quita lo valiente, felicidades a Tokyo, cuyos indudables potenciales pueden llevarle a ser una magnífica sede olímpica.