martes, 11 de octubre de 2011

CON LOS COPTOS, CON LA LIBERTAD

La tan ensalzada 'primavera árabe' ha derivado en un crudo y cruento invierno. Sobre todo para los cristianos coptos que heroicamente viven en Egipto: cabe recordar que, tras la expulsión del poder del dictador Mubarak (hecho que, en lugar de evolucionar hacia la implantación, siquiera paulatina, de un régimen democrático y de libertades, se ha convertido en un mero 'quítate tú, que me pongo yo'), 13 personas murieron en enfrentamientos entre musulmanes y coptos en la plaza Tahrir de El Cairo; y, a continuación, 12 egipcios perdieron la vida en ataques de islamistas a iglesias coptas. Más recientemente, la brutal represión del Ejército egipcio a una manifestación convocada en protesta por la demolición de un templo copto ha provocado 24 muertos y más de 200 heridos.

Se trata de una nueva y sanguinaria vuelta de tuerca a una larga historia de discriminaciones, agravios y violencias, la sufrida por los cristianos coptos en Egipto; país del que, sin embargo y para más inri, son los auténticos oriundos: hasta el punto de que el vocablo ‘copto’ procede del griego ‘aigyptios’, egipcio. La imposición del Islam de resultas de la invasión árabe arrinconaría al cristianismo copto y convertiría a sus seguidores, que actualmente suponen el 10 por ciento de la población (11 millones de egipcios), en verdaderos apestados. Así, no solo se les impide el acceso a determinados puestos de la Administración Pública y, al contrario que en Occidente, donde todo suelen ser facilidades para la edificación de mezquitas, se les restringe la construcción de iglesias; también sufren el odio, la persecución y los ataques de los radicales islámicos, ante la condescencia y aquiescencia de las autoridades civiles y militares.

Pues bien, la esperanza con la que la comunidad cristiana copta recibiera la revolución que derrocara a Mubarak ha acabado mutándose en la peor de las pesadillas. Porque, lejos de lograr como consecuencia un reconocimiento de sus derechos y libertades, la opresión y el hostigamiento sobre los coptos se ha recrudecido en los últimos meses. Occidente, supuesto garante de la libertad y los derechos humanos en todo el mundo, no debería quedarse de brazos cruzados: se echa en falta la denuncia y condena sin ambages (siquiera en la línea de quien ya lo ha hecho, el presidente Obama) de los líderes de una Unión Europea sin cuyas raíces cristianas, por cierto, sería inconcebible. Y después incluso habría que plantearse tomar medidas diplomáticas más drásticas contra un régimen que, ingenuamente, creíamos iba a transformarse en democrático. Porque la defensa de la dignidad humana y el ejercicio de los derechos y libertades individuales no debería limitarse a Occidente.

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