viernes, 14 de agosto de 2015

PRISIÓN PERMANENTE REVISABLE, O HACER JUSTICIA

Una vez más, cabe felicitar a nuestra Policía Nacional por su eficacia y, en este caso, haber logrado la rápida captura y detención de un criminal como Sergio Morate; un asesino frío, calculador y cruel al que, como corresponde a un Estado de Derecho, un Tribunal de Justicia ha de declarar culpable e imponer la consiguiente pena, si bien parece tratarse de un supuesto de libro de aplicación de la prisión permanente revisable. Tipo de condena recientemente introducida en el Código Penal, y rechazada por ciertas corrientes políticas e ideológicas, generalmente autoproclamadas 'progresistas', que califican la reforma de 'represiva' a la vez que ensalzan la reinserción del delincuente como valor a preservar, para lo cual no dudan en evocar a la mismísima Constitución.

Bien es cierto que nuestra Carta Magna establece que las penas privativas de libertad deberán ir orientadas a 'la reeducación y la reinserción social' (artículo 25.2); de ahí precisamente el carácter de 'revisable' de la prisión permanente, que permite apreciar si, tras el cumplimiento de la condena, el penado cumple los requisitos para que su condición sea la de 'reinsertable'. Pero la experiencia demuestra que no siempre es así: quien comete asesinatos múltiples, y/o mediando agresión sexual, y/o contra personas especialmente vulnerables, reincide una vez puesto en libertad en la inmensa mayoría de los casos. Porque no es generalmente aplicable aquel principio rousseaniano tan caro a la progresía: el hombre es bueno por naturaleza, y es la sociedad el que lo corrompe. Por mucho que no queramos o nos disguste reconocerlo, hay seres humanos que son malvados, y en muchos casos por naturaleza; y es la sociedad civil y política la que ha de protegerse de ellos, a través de la ley y en defensa de la vida, la libertad y la seguridad de los demás.

Y, por supuesto, cada uno ha de responder individualmente de sus actos, y no culpar de los mismos a un ente más o menos etéreo como pueda ser 'la sociedad' con la verdadera intención de diluir su responsabilidad; no lo olvidemos, la otra e imprescindible cara de la libertad individual. Quien ha cometido un crimen, ha de pagar por ello y no apelar a la interpretación de posibles 'desajustes' sociales e incluso personales para lograr una suerte de impunidad. Obviamente, teniendo en cuenta posibles peculiaridades de cada caso concreto, pero siempre bajo los principios de imperio de la ley y resarcimiento y desagravio a las víctimas. A esto se le llama, ni más ni menos, hacer justicia.