domingo, 29 de mayo de 2016

LA 'RECONQUISTA' ESPAÑOLA DE MILÁN

El Ducado de Milán fue anexionado por Carlos I de España y V de Alemania frente a las pretensiones de su eterno rival Francisco I de Francia, que no tuvo más remedio que claudicar en el Tratado de Cateau-Cambresis de 1559, y permaneció bajo control español hasta 1706, como consecuencia de su pérdida durante la Guerra de Sucesión. Pues bien, aficionados españoles del Real Madrid y el Atlético de Madrid 'reconquistaron' Milán a la espera de otra noche mágica e histórica para el fútbol español y, lo que es mejor, blandiendo banderas rojigualdas y dejando así patente una nacionalidad que, por encima de la tradicional rivalidad entre blancos y colchoneros, unos y otros mostraban con orgullo.

Se trataba de la tercera final española en la historia de la Copa de Europa, tras la que tuvo lugar en 2000 en París entre Real Madrid y Valencia (3-0) y la de hace dos años en Lisboa entre los mismos madridistas y cochoneros (4-1 para el Madrid tras una prórroga forzada por los blancos en el ultimísimo minuto). Era, pues, la segunda vez en solo tres años que los dos equipos más representativos de la capital española se disputaban el prestigioso trofeo europeo de campeones de Liga, por lo que Madrid, y por tanto España, ya había triunfado.

Finalmente, hubo que felicitar al Real Madrid por su undécima Copa de Europa (la quinta ya 'en color', por cierto): aventaja ahora en cuatro títulos al Milán y en seis al Bayern de Munich, al Liverpool y... al Barcelona. El club blanco se confirma como el Rey de la máxima competición de fútbol de Europa, y España como clara dominadora (16 títulos frente a los 12 de Inglaterra e Italia). Cabe destacar el completísimo partido de Casemiro en el centro del campo y, cómo no, el carácter de Cristiano Ronaldo, quien, físicamente castigado y renqueante, pidió tirar el penalty decisivo... y lo marcó.

Aunque, para arrojo, el de un Atlético de Madrid que, por tercera vez, ha vuelto a tocar con la punta de los dedos la 'orejona' para acabar perdiéndola de manera agónica y trágica: como en 1974 contra el Bayern, que logró empatar en el último minuto para forzar un partido de desempate que ganaron contundentemente los alemanes, y como en 2014 contra el mismo Real Madrid, que también consiguió igualar en el tiempo añadido (con otro gol de Sergio Ramos) para llegar a una prórroga en la que se impusieron claramente los madridistas. Faltaba caer derrotados en la lotería de la tanda de penalties, y así ha ocurrido.

Sin duda alguna, el fútbol le debe una Copa de Europa al admirable Club Atlético de Madrid. A la tercera no ha ido la vencida, pero seguro que los colchoneros tendrán una próxima oportunidad para que finalmente se haga justicia. Los 'espartanos' del Cholo Simeone, vencidos con honor, se merecen una ovación de gala.

sábado, 21 de mayo de 2016

LA ESPAÑA DE LA QUE EL SEPARATISMO QUIERE ESCAPAR

Es la España de la que el separatismo catalán quiere escapar, en efecto: la España del Estado de Derecho, de la división de poderes, cuya Justicia, esa misma que descalifican y vilipendian cada vez que no les da la razón (como es el caso de la consulta independentista), se halla absolutamente legitimada para incluso dejar sin efecto resoluciones del poder Ejecutivo. De tal forma que, en una muy discutible interpretación de la Ley del Deporte, ha sido la misma Justicia 'española' la que ha levantado la prohibición de la exhibición de 'esteladas', pura simbología política de exclusión, en un recinto deportivo; con lo cual se da la paradoja de que, aquello que la UEFA no permite, sí debe autorizarlo la Federación Española de Fútbol.

Sea como fuere, y discrepando particularmente de esta decisión judicial, que, como no podía ser de otra manera, se ha de acatar (esto es, justo lo contrario de lo que hace el nacionalismo con las resoluciones que le son adversas), el separatista presidente Puigdemont ha dejado claro que quiere huir de una España en la que poderes como el Judicial se atreven a enmendar a organismos del mismísimo Gobierno. Porque, claro, semejante concepción de imperio de la ley no entra en los cánones de un nacionalismo en el que todo, incluso el control y la vigilancia de unos poderes respecto a otros, y también las libertades individuales más elementales por cierto, han de subyugarse a los intereses de la etnia, de ese imaginario colectivo nacionalista. De ahí el carácter genuinamente intolerante de un nacionalismo que, como el catalán, no ha tenido más remedio que terminar mostrando su cara separatista; una intransigencia, en primer lugar, contra todo lo que represente a su odiada España, y de ahí que precisamente promueva la ofensa y el ultraje a sus símbolos (estos sí, oficiales, constitucionales y representativos de millones de catalanes) y, además, menoscabe libertades como la libre elección de la lengua vehicular en la enseñanza o el mismo uso cotidiano del español.

Como a Alfonso Guerra, a Puigdemont no parece gustarle Montesquieu; por lo que cabe colegir que si los promotores de la Cataluña feliz, pura e independiente lograran su objetivo, también lo matarían.

jueves, 19 de mayo de 2016

LOS COLABORADORES DE LA PROPAGANDA PROETARRA

El 18 de mayo de 2016 será recordado como un día ignominioso, no solo para Cataluña, sino para la democracia española en general. Una jornada absolutamente vergonzante en la que las ramas del independentismo y la ultraizquierda catalanas recibieron como un héroe a un ínclito defensor, integrante y criminal convicto de la banda terrorista ETA. Se encargaron de ensuciar las instituciones catalanas con semejante invitación y rendición de pleitesía, además de los secesionistas de ERC y la antigua Convergencia y los filoetarras de la CUP, la 'confluencia' de Podemos en Cataluña con su 'lideresa' al frente, Ada Colau, que tuvo a bien ceder las instalaciones del Ayuntamiento de Barcelona para un acto público del interfecto. La misma Colau que, recordemos, empezó a conseguir notoriedad mediática cuando en sede parlamentaria definiera como 'criminales', no a aquellos que, por ejemplo, segaban vidas de inocentes mediante bombas y tiros en la nuca, sino a los bancos que, según su equilibrado entender, fomentaban los suicidios que seguían a algunos de los desahucios; y quien, escasos días antes, lograra recabar como alcaldesa de Barcelona el apoyo explícito del Partido Socialista de Cataluña, el cual, que sepamos, no ha mostrado posteriormente arrepentimiento alguno, dado que en los cánones sectarios del socialismo hispano no es concebible ningún 'cordón sanitario'... a no ser que sea contra el PP, claro.

Resulta sumamente lacerante que semejante sujeto haya obtenido honores de los gobernantes y representantes políticos e institucionales de una comunidad como Cataluña, especialmente golpeada por la vesania terrorista de la ETA: jamás deben caer en el olvido los cobardes atentados de Hipercor (21 inocentes muertos) y de la casa cuartel de la Guardia Civil de Vic (10 víctimas mortales, la mitad de ellas niños). Porque lo que pretende precisamente el cabecilla y delincuente etarra con su macabra gira es promover y dotar de respetabilidad a su distorsionado y mentiroso 'relato' del terrorismo etarra como parte de un 'conflicto' entre las víctimas y sus verdugos, de una lucha sin cuartel entre los pistoleros y las nucas de sus asesinados.

Lo peor de todo es que ese vil menester propagandístico de la llamada izquierda 'abertzale' tiene entusiastas colaboradores fuera del mundo estrictamente proetarra: tanto la ultraizquierda 'podemita', por evidentes razones de afinidad ideológica (marxismo-leninismo) y comprensión en los fines (todavía resuenan aquellas palabras de elogio de Iglesias Turrión a la misma ETA por 'saber entender' el carácter supuestamente neofranquista de la democracia surgida de la transición), como las distintas tendencias de un nacionalismo catalán que no ha tenido más remedio que acabar mostrando su verdadera cara separatista: aquí, por tanto, también es obvia la coincidencia en los objetivos. Recordemos que quien fuera líder de ERC, Carod Rovira, llegaría a acordar con la dirección etarra que Cataluña fuera declarada 'zona libre de atentados'. Y en cuanto al nacionalismo otrora más moderado y posibilista, el de la antigua Convergencia, nadie parece acordarse de estas escalofriantes preguntas que, en 1998, se hizo en público el mismísimo Jordi Pujol: "¿A quién debemos dejar de matar para ser más simpáticos que los vascos? ¿Cuántos atentados debemos dejar de hacer en Madrid o en Sevilla? ¿A cuántos regímenes fiscales especiales debemos renunciar?".

Formaba parte del discurso explícito e implícito del pujolismo, típicamente victimista, dar a entender que el carácter totalmente 'pacífico' del nacionalismo catalán (pese al caso, significativo pero más minoritario, de Terra Lluire) terminaba perjudicando las expectativas de Cataluña, y máxime teniendo en cuenta los privilegios concedidos al País Vasco. Las conclusiones que se podían extraer entonces, por tanto, eran bien claras. Como, en consecuencia, podemos explicarnos ciertas y deleznables actitudes de hoy.

domingo, 15 de mayo de 2016

EL SACRILEGIO POLÍTICO DE PEDRO SÁNCHEZ

Que el estadista Sánchez se agarre ahora a 'viejas glorias' del socialismo español, o que presente con toda pompa y circunstancia a su Gobierno 'en la sombra' cuando muy difícilmente dispondrá de la más mínima libertad de manobria tras las elecciones, puede resultar ridículo, pero es atribuible al deseo desesperado de acaparar titulares ante un pacto electoral, el de Iglesias y Garzón, que le ha robado el protagonismo en el espacio electoral de las izquierdas. Ahora bien: que semejante sectario se atreva a emular la célebre fórmula de promesa de Adolfo Suárez ('puedo prometer y prometo') no es sino un sacrilegio político. Si el Padre de la Democracia Española hubiese adoptado la misma posición arrogante e intransigente de este lidercillo de tan enana estatura política, no hubiésemos tenido ni transición democrática ni casi 38 años de régimen constitucional. Como ahora no tenemos nuevo Gobierno gracias a su empeño en orillar a la fuerza política más votada por los españoles.

Tampoco el partido que todavía lidera, el PSOE, ostenta derecho moral alguno para reivindicar o incluso atribuirse el legado de Adolfo Suárez. Porque mucho se ha comentado y escrito sobre la desestabilización de la extrema derecha (que, afortunadamente minoritaria, anidaba en considerados entonces ‘poderes fácticos’, como el Ejército), que, en aquellos difíciles y convulsos años de la transición, exigía soluciones drásticas ante la intensidad del terrorismo, muy especialmente el etarra, y un supuesto surgimiento del separatismo; a lo que se sumaba el descontento generado por la legalización del PCE en el llamado 'Sábado Santo Rojo'. Pero cabe recordar que fue el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra el que contribuiría en primera línea al deterioro de la imagen del presidente Suárez; quien, por ejemplo, fue calificado por el mencionado Guerra, entonces portavoz parlamentario socialista, como ‘tahúr del Mississippi’, amén de acusarle de albergar la oscura intención de 'entrar en el Congreso de los Diputados con el caballo de Pavía'. Tampoco dudaría el Grupo Socialista en utilizar contra el Gobierno el ‘caso Arregui’ (la muerte de un terrorista en extrañas circunstancias) y las mortales intoxicaciones por el aceite de colza.

La moción de censura presentada por el PSOE en el Congreso en 1980, movimiento político puramente propagandístico puesto que no tenía posibilidad alguna de salir adelante, fue otra significativa muestra de su táctica basada en desprestigiar la figura de Adolfo Suárez; quien, acosado también, cierto es, por las intrigas palaciegas en el seno de su propio partido, finalmente dimitiría.

Por tanto, señor Sánchez: un respeto a los grandes de la democracia, por favor. Y más viniendo de usted.

martes, 10 de mayo de 2016

EL RIESGO DEL VERDADERO 'SORPASSO'

Ya está hecho, y parece irreversible: el comunismo clásico, el que representa una Izquierda Unida sostenida mal que bien por el viejo e histórico Partido Comunista de España de Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri, José Díaz, Gerardo Iglesias y Julio Anguita, el mismo que, antes de sobreponerse muy a duras penas a la caída del Muro de Berlín, pasó del estricto sometimiento a las directrices stalinistas de los años de la Segunda República y la Guerra Civil al llamado 'eurocomunismo' con el que adoptó una posición posibilista durante la transición, se ha dejado fagocitar por el neocomunismo bolivariano de un Podemos que bebe ideológica y financieramente de una Venezuela chavista que, pese a su cada vez más evidente fracaso, continúa patrocinando en Latinoamérica un grotesco, liberticida y ruinoso 'socialismo del siglo XXI'. Quizá sea el signo de los tiempos, aunque a Iglesias Turrión se le ha desmontado definitivamente el discurso de la supuesta 'transversalidad' de una formación política que, según juraba y perjuraba, trascendía de la tesis marxista de la lucha de clases y la tradicional división de bloques ideológicos entre derecha e izquierda. Pues bien, ha terminado concediéndonos la razón a quienes siempre le hemos etiquetado como lo que realmente es: un ultraizquierdista.

En el fondo, Garzón e Iglesias, Iglesias y Garzón, se han limitado a prestarse sendos asideros para procurarse su mutua supervivencia en tiempo preelectoral y momento tan delicado para ambos. En virtud de este pacto, Alberto Garzón busca asegurarse el incremento de escaños que le vaticinan unas encuestas, por cierto, especialmente favorables en las últimas fechas (razón por la cual este acuerdo ha levantado ampollas en la misma IU, con Gaspar Llamazares y el alcalde de Zamora, Francisco Guarido, como voces más destacadas); por su parte, Pablo Manuel Iglesias (como le llaman en el PSOE) persigue detener, o en su caso camuflar, el descenso electoral que esos mismos sondeos señalan como consecuencia del desgaste de unas decisiones políticas tomadas por un partido que, además, va poco a poco perdiendo su virtuoso carácter de 'novedoso'. Aun así, veremos qué resultados reporta este paso que ambos dirigentes de la izquierda radical se han visto en la obligación de dar finalmente.


Sea como fuere, Iglesias y Garzón afirman tener juntos el 'sorpasso' al alcance de la mano. Aunque no en el sentido con el que utilizó el término Anguita a principios de los 90, esto es, sobrepasar al PSOE, algo ya de por sí difícil sobre todo en cuanto a cosecha de escaños, que es lo que finalmente cuenta; sino en su verdadera acepción originaria de la vieja (esta sí) política italiana que se sitúa entre la posguerra y 1994, año de la irrupción berlusconiana: porque así se definió allí a la aspiración del Partido Comunista Italiano de superar en votos a la mismísima y entonces imbatible Democracia Cristiana (lo que, por cierto, llegó a conseguir en las elecciones al Parlamento Europeo de 1984). Pero que la suma de Podemos e IU gane al Partido Popular es hoy por hoy una mera ensoñación o, más bien, pesadilla; máxime el altísimo grado de fidelidad de los votantes del PP que todas las encuestas plasman. Además, que este pacto entre las extremas izquierdas mantenga a ambos electorados en su práctica integridad, o que incluso produzca ganancia de votos, se antoja harto complicado. 

Aunque no estará todo dicho hasta que las urnas vuelvan a manifestarse, y queda una larga precampaña y campaña por delante en la que se debe apelar al voto útil de la estabilidad, el realismo y la moderación. Porque quizá no corramos el riesgo de acabar como Venezuela, pero sí como Grecia.

sábado, 7 de mayo de 2016

EN LA EUROPA REGAÑADA POR EL PAPA FRANCISCO


"¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres capaces de dar la vida por la dignidad de sus hermanos?". (...) "Sueño una Europa que promueva la integración, donde ser inmigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano". De esta guisa se pronunció Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, al recibir el Premio Carlomagno. Distinción que se le había concedido por ser "la voz de la conciencia" del Viejo Continente, y desde luego que vio la ocasión propicia para ejercer como tal. Eso sí: pocas horas después, el laborista Sadiq Khan, hijo de inmigrantes paquistaníes y declarado musulmán, era proclamado alcalde de Londres tras imponerse en las elecciones municipales.

Los principios de adopción e integración del inmigrante que siempre han distinguido a esa Europa humanista han de pasar por el respeto, no solo a la legalidad, sino a esos mismos valores de defensa de "los derechos humanos, de la democracia y de la libertad" por parte de la persona expatriada. Y con el fin de que pueda ejercer esos mismos derechos (y obligaciones) individuales en pie de igualdad con los naturales del país de acogida, resulta imprescindible que disponga de la documentación legal que le confiera títulos de ciudadano. Bajo esas premisas, en esa Europa a la que ha regañado y retado el Papa Francisco "a ser lo que era", un musulmán de origen paquistaní ha llegado a ser nada menos que alcalde de una de sus principales capitales, Londres. Todo un hito histórico que supone la más clara demostración del humanismo de Europa, de su tolerancia y de su verdadera capacidad de integración hacia el inmigrante; y como debe ser: en condiciones de legalidad e igualdad de oportunidades.

Porque es cierto que Europa y Occidente en general han sufrido una pérdida de valores absolutamente lamentable y de nefastas consecuencias. Pero tampoco conviene distorsionar la perspectiva.

viernes, 6 de mayo de 2016

¿LA REPÚBLICA DEL 31 O LA MONARQUÍA DEL 78?


Artículo que me publicó ayer el diario 'La Opinión de Murcia', en la columna del foro de pensamiento liberal 'Ciudadanos para el Progreso'.

Pasó otro 14 de abril para la conmemoración de un paradigma histórico: la proclamación de la Segunda República, todavía tan loada por la izquierda moderada e 'institucional', como idealizada y celebrada en las calles (con escaso éxito, por cierto) por la 'ultra'; cuyos ayuntamientos llamados 'del cambio' (por mor del apoyo del PSOE) no han tenido empacho alguno en izar (ilegalmente) banderas tricolores en sustitución de las rojigualdas constitucionales. Manifestación de añoranza por aquella República que utilizó una izquierda radical y sectaria para imponer sus preceptos sobre media España, hasta el punto de que quien había sido uno de sus más destacados promotores intelectuales, José Ortega y Gasset, exclamara aquello de «no es esto, no es esto». De ahí que la ultraizquierda podemita abogue por hacer tabla rasa del que califican como 'régimen del 78', erigido bajo un consenso y una reconciliación que no disimulan en rechazar.No está de más recordar que la Monarquía, sin cuyo papel histórico no puede entenderse la unidad y permanencia de la nación, se halla identificada, al menos desde nuestra primera Constitución de 1812 (aunque con lamentables excepciones, eso sí), con la instauración de sistemas constitucionales y de libertades en España. Y que, en cambio, los experimentos republicanos han generado desestabilización y caos político y social. Son algunas de las razones que nos llevan a defender un régimen constitucional de Monarquía Parlamentaria que tan buenos frutos nos ha reportado en general; en especial la surgida de la actual Carta Magna, que ha dado paso al periodo de más libertad y mayor prosperidad de la historia reciente de España.

Así por ejemplo, y si nos centramos en el nivel de las libertades, el sistema de Monarquía Parlamentaria vigente en España garantiza y protege el derecho de los republicanos de ultraizquierda a salir a las calles con banderas, por cierto, inconstitucionales (tanto como lo puedan ser las franquistas), y para pedir el final del mismo régimen político que ampara el ejercicio de sus libertades. Calidad democrática de la que carecía esa Segunda República cuya restauración demandan, ya que, en aplicación de una malhadada y liberticida Ley de Defensa de la República, prohibía la exhibición de cualquier símbolo monárquico, y por supuesto cualquier manifestación pública en favor de la Monarquía. Es oportuno resaltarlo ante la tramposa y burda identificación que desde cierta izquierda se hace de 'república' con 'democracia', con la mera intención de dar a entender que el actual régimen constitucional no llega a ser democrático. Bien, a las pruebas cabe remitirse.
Frente a quienes descalifican al régimen constitucional surgido de nuestra ejemplar transición tachándole de 'candado', cabe destacar que nuestra misma Carta Magna establece unos procedimientos para su reforma que incluyen la posibilidad de cambiar la forma de Estado, y a ellos hay que atenerse como Estado de Derecho que somos; lo que, en cualquier caso, requeriría consensos muy amplios, y que, por ejemplo, aquellos que abogan por un sistema republicano se impusieran democráticamente: es decir, no adueñándose de la vía pública al estilo populista-golpista, sino ganando en las urnas, como corresponde a un régimen de democracia representantiva.

Por lo demás, monarquías parlamentarias tan 'anacrónicas' como la británica, la holandesa, la danesa, la noruega, la sueca o la belga son democracias consolidadas y prestigiosas, y a un nivel superior al de muchas repúblicas en cuanto a reconocimiento de derechos y libertades. En estos casos, el cometido de la jefatura del Estado, simbólico y representativo de la unidad y permanencia de las naciones por encima de divisiones políticas, no procede de las monarquías en sí y de su sistema hereditario, sino de las constituciones (en el caso de la británica, no escrita) emanadas de las soberanías nacionales, que residen en los pueblos, y que en su momento decidieron la forma de Estado monárquica.

De tal manera que el sistema de Monarquía Parlamentaria se asienta en una Constitución que nos dimos los españoles como depositarios de la soberanía nacional; de 'impuesta', como da a entender el rupturismo, nada. Por el contrario, esa Segunda República 'tricolor', cuya vuelta exige la izquierda más o menos radical, vino tras unas elecciones municipales (no generales) que para más inri habían ganado los partidos monárquicos (si bien los republicanos se impusieron en las principales capitales de provincia), y como consecuencia de unos hechos consumados que tuvieron lugar después de la huida de Alfonso XIII vía puerto de Cartagena. Porque no fueron los españoles en las urnas quienes decidieron el rumbo a seguir tras la marcha del Rey: quienes tomaron el poder en esos momentos proclamaron la República por las bravas, sin establecer ninguna fórmula de referéndum para que los españoles decidieran la forma de Estado. Se limitaron a interpretar 'a su manera' los resultados de unas elecciones que se celebraron solo para elegir concejales y que, además, en realidad perdieron los republicanos. Así pues, ¿cuál de los dos sistemas, la República del 31 o la Monarquía del 78, se podría considerar 'impuesto' y sin tener realmente en cuanta la voluntad de los españoles manifestada en las urnas?

Encima, contra el referido régimen republicano actuaron y conspiraron los mismos que contribuyeron a su implantación una vez perdieron unas elecciones (estas sí, generales) y tuvieron que dejar paso en el Ejecutivo a unas derechas a las que negaban cualquier legitimidad para gobernar: de ahí las revoluciones (golpistas) de 1934 en Asturias y Cataluña contra un Gobierno de centro-derecha (radical-cedista) que, paradójicamente, y pese a su carácter no republicano en esencia, tuvo que encargarse de defender la legalidad republicana. Y de aquellos polvos, vinieron posteriores y trágicos lodos.

He aquí la legitimidad democrática de origen del ejemplo histórico a seguir de cierta izquierda, sobre todo de la antisistema. Lo cual, teniendo en cuenta sus actuales faros del mundo, de Cuba a Venezuela, no es en absoluto de extrañar.

lunes, 2 de mayo de 2016

CIUDADANOS... HASTA EN EL INFIERNO

Impagable esta foto de ayer: Miguel Gutiérrez, Begoña Villacís y Marta Rivera de la Cruz, rodeados de banderas rojas en la manifestación del 1º de mayo celebrada ayer en Madrid. La pregunta que cabe hacerse es qué pintaban tan destacados dirigentes de Ciudadanos, un partido supuestamente inclinado al liberalismo y a la modernización y dinamización de la economía, en un acto convocado por un sindicalismo izquierdista rancio y anclado en prejuicios socialistas absolutamente ruinosos y fracasados. ¿Quizá acudieron a apoyar una de las demandas más insistentemente repetidas allí, la derogación de una reforma laboral que ha flexibilizado los convenios y que, precisamente por ello, ha dejado prácticamente sin poder de decisión a unas organizaciones 'verticales' que, lejos de contribuir a la creación de empleo, se dedicaban a gestionar un paro que en último término promovían?

Ciertamente, no tendría por qué sorprendernos, dado el carácter eminentemente socialista en lo económico del fallido pacto 'de investidura' entre Sánchez y Rivera, entre PSOE y Ciudadanos. Que, recordemos, recogía, entre otras, las siguientes medidas: limitarse a mantener (eso sí, menos mal) el IRPF tal y como está frente a la nueva bajada que propugna el PP, pero subir otros impuestos como el de Sociedades o el de Sucesiones y Donaciones; incrementar el gasto público nada menos que en 50.000 millones de euros; reformar el artículo 135 de la Constitución para convertir en papel mojado la estabilidad presupuestaria; y, por supuesto, la revisión de... la misma reforma laboral (lo que, según el PSOE, llevaría a su derogación 'de facto'). Un acuerdo, por tanto, al que no le harían ascos esos sindicatos de la socialburocracia llamados 'de clase'; y muy a pesar de que, en un patético intento de buscar el apoyo 'patriótico' y 'gratis et amore' del PP a la investidura de Pedro Sánchez, se haya llegado a presentar semejante compendio de socialismo incluso como 'asumible' para los cánones ideológicos del centro-derecha liberal.

Aunque seamos claros: como partido del centro (de la nada), de lo que se trata fundamentalmente es de pescar votos a izquierda y a derecha, de arriba y de abajo. Y si hay que hacer acto de presencia en el mismísimo infierno, se va, y punto.