domingo, 30 de abril de 2017

DOS MODELOS DISTINTOS Y SUS RESULTADOS EN ESPAÑA

Los árboles del ruido político-mediático de la corrupción no nos dejan ver el frondoso bosque de una recuperación y reactivación económicas sin precedentes; y además, obviamente, no es otra la intención. Sin embargo, cabe proclamar alto y claro que, señoras y señores, España y su admirable sociedad civil, bajo el Gobierno del PP de Rajoy, han conseguido recuperar el nivel de riqueza previo a la grave y contumaz crisis económica que, entre rotundas negativas del Ejecutivo de entonces, el socialista de Zapatero, se iniciara en 2008 y que dejó en 2011 como nefasto legado.

Se confirma, pues, que vuelve a cumplirse una regla que resume el devenir histórico de nuestra democracia en el ámbito económico: con el PSOE entramos en las crisis, y con el PP salimos de ellas. Porque cabe recordar que fue a partir de 1996, tras tomar posesión un Ejecutivo de centro-derecha liderado por Aznar, cuando empezaría a consolidarse la superación de otra crisis económica, la iniciada en 1992 bajo la égida del socialista Felipe González. ¿Casualidades de la vida, acaso los Gobiernos del PP han contado con una "baraka" que, por razones que se nos escapan, ha estado absolutamente ausente en los del PSOE?

No precisamente: con todos los matices aplicables, y aún compartiendo desde hace décadas principios básicos como el libre mercado, la propiedad y el papel del Estado como prestador de servicios esenciales, se debe a dos concepciones distintas de la economía y la sociedad: una, la socialista o socialdemócrata, partidaria en general del intervencionismo estatal, una fiscalidad alta y el aumento del gasto público y el déficit como medidas "anticíclicas"; y otra, la liberal-conservadora, tendente a propiciar más libertad económica y menos burocracia, bajadas de impuestos y un rigor en la gestión de las cuentas públicas heredado del "santo temor al déficit" de los sabios abuelos liberales.

Los Estados, y más en concreto los Gobiernos, no están para impulsar o dinamizar por sí mismos la economía ni crear empleo, pero sí pueden construir el marco adecuado para que la sociedad civil, que es a la que le corresponde desempeñar el cometido, genere riqueza y prosperidad. Pues bien, los resultados, y con especial incidencia en España, están a la vista. De ahí que haya a quienes les convenga ocultarlos.

martes, 25 de abril de 2017

A "ESPE" JAMÁS SE LO HAN PERDONADO

Asumiendo un nivel de exigencia de asunción de responsabilidades políticas que jamás se aplicarían para sí mismos, no ya sus eternos detractores, sino aquella legión política-mediática de fariseos que se dedica todos los días a impartir lecciones de ética y moral (siempre ajenas), Esperanza Aguirre ha decidido poner fin, y ahora sí, a una carrera política, pese a quien pese, jalonada de éxitos, fundamentalmente como presidenta de la Comunidad de Madrid. Ha sido una decisión ejemplar que, por supuesto, casi nadie le va a reconocer, y ni mucho menos ninguno de sus innumerables adversarios políticos que, precisamente por representar el triunfo práctico de unas ideas desacreditadas por la izquierda del pensamiento único, siempre la han tratado y considerado como enemiga a batir.

Es más: su dimisión no solo no aplacará la campaña de linchamiento personal contra ella, sino que la intensificará. Y es que uno se conoce ya a sus clásicos: tras cobrarse la pieza de la caza al político, viene la implacable persecución a la persona. Y yo, desde luego, me niego a sumarme a semejante lanzada a moro muerto, práctica frecuente en el enrarecido e inquisitorial panorama político-mediático actual. No, no me resigno.

Debido fundamentalmente a sus arraigadas convicciones liberales que con tanta claridad ha venido manifestando siempre que ha tenido ocasión, además de su habilidad dialéctica para atreverse a desenmascarar a las izquierdas y situarles ante sus propias miserias, se ganó la radical animadversión de toda la progresía política y mediática, que empezó a hacerla objeto de sus burlas, escarnios y más aceradas y burdas invectivas. Para más inri, a todo ello se unió su eficiente gestión como presidenta de la Comunidad de Madrid, cargo desde el cual tuvo la oportunidad de convertir sus ideas liberales en políticas concretas. A partir de entonces, esa aversión tornó sencillamente en odio: que se ponga en duda la superioridad moral y ética de la izquierda, puede pasar; pero que encima se demuestre con hechos, imperdonable.

A este respecto, resultaba muy significativo que los sindicatos verticales del socialismo sacaran a sus 'liberados' a manifestarse siempre que doña Esperanza inauguraba un colegio o un hospital públicos; y es que había que desviar la atención acerca de una realidad incontestable: que nunca como durante su presidencia se construyeron tantos. Así pues, quedaba demostrado que las políticas 'neoliberales' de la señora Aguirre no solo no habían desmantelado la sanidad y la educación públicas, sino que las habían aumentado y mejorado. Y claro, eso era ya demasiado.

Encima, la Comunidad de Madrid despuntaba como la región más rica de España llegando a superar en renta per cápita a Cataluña; fundamentalmente, debido a las políticas de rigor en el gasto público y de apuesta por el dinamismo económico y la iniciativa empresarial. Esperanza Aguirre se convertía en todo un referente dentro del mismo PP, no solo en cuanto a gestión, sino también en resultados electorales (en este aspecto, detrás de Murcia); de tal forma que, al conseguir romper el mito del 'cinturón rojo', demostró que se podían ganar elecciones, e incluso arrasar, presentando un programa nítidamente liberal, sin necesidad de esconderse en la indefinición de una bruma pretendidamente 'centrista'. Y es que cuanto más la detestaban las izquierdas, más madrileños le concedían su voto.

Tras su sorprendente renuncia como presidenta de la Comunidad de Madrid, no aguantó mucho tiempo sin que volviera a picarle el gusanillo de la política activa, a la que regresó como candidata del PP a la alcaldía de Madrid, sueño que, a falta de un solo concejal, estuvo a punto de cumplir. Lo que vino después le supuso mucha más pena que gloria, pero, haciendo abstracción de errores políticos que ella misma ha tenido la gallardía de reconocer, y que le han llevado a dimitir, sería absolutamente injusto que Esperanza Aguirre no fuera recordada como una líder política sensacional que nos deja un magnífico legado: un sobresaliente ejemplo de que, por medio de la noble actividad política y la aplicación de unos principios basados en la libertad individual, la economía de mercado y la mínima intromisión del Estado, es posible hacer de tus ideales el camino que conduzca a más amplios espacios de libertad y, con ello, a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Es exactamente lo que jamás le han perdonado a "Espe".

martes, 11 de abril de 2017

LA LIBERTAD, NO SOLO EN OCCIDENTE

Soy el primero que entona el "mea culpa", porque reconozco que me dejo llevar por la tendencia informativa reinante y suelo destacar los atentados islamistas que sufrimos en Europa u Occidente en general y, en cambio, apenas mencionar los que tienen lugar fuera de nuestra civilización. Y es algo tremendamente injusto, sobre todo cuando, por ejemplo, no se le concede la importancia debida al último, vil y cobarde ataque terrorista perpretado contra dos iglesias coptas en Egipto, que se saldó con 45 muertos.

En este caso, se ha tratado además de una nueva y sanguinaria vuelta de tuerca a una larga historia de discriminaciones, agravios y violencias, la sufrida por los cristianos coptos en Egipto, y que por cierto no se circunscriben ni mucho menos a los atentados del Daesh. Hay que recordar que la minoría copta halla su origen generacional en los auténticos oriundos del país: hasta el punto de que el vocablo ‘copto’ procede del griego ‘aigyptios’, egipcio. La imposición del Islam de resultas de la invasión árabe arrinconaría al cristianismo copto y convertiría a sus seguidores, que actualmente suponen entre el 8 y el 12 por ciento de la población (unos once millones de egipcios), en verdaderos apestados. Así, no solo se les impide el acceso a determinados puestos de la Administración Pública y, al contrario que en Occidente, donde todo suelen ser facilidades para la edificación de mezquitas, se les restringe la construcción de iglesias; también llevan soportando el odio, la persecución y los ataques de los radicales islámicos de distintas tendencias, ante la condescencia y aquiescencia de las autoridades civiles y militares.

La esperanza con la que la comunidad cristiana copta recibiera la revolución que derrocara a Mubarak terminó incluso mutándose en la peor de las pesadillas, especialmente bajo la presidencia del islamista Mohamed Morsi. Derrocado este, y pese a las buenas palabras de su sucesor, el actual presidente Al Sisi, lejos de lograr un reconocimiento de sus derechos y libertades, la opresión y el hostigamiento sobre los coptos continúa incluso con mayor intensidad (en 2016 se contabilizaron 54 incidentes violentos contra los cristianos). De ahí que, tras el último ataque terrorista, un numeroso (y muy valiente) grupo de manifestantes coptos haya salido a la calle para mostrar su hartazgo por la apatía y desprotección de su Gobierno.

¿Y qué hace Occidente, supuesto garante de la libertad y los derechos humanos en todo el mundo? Parece ser que prefiere quedarse de brazos cruzados: además de por supuesto condenar los actos terroristas del Daesh, no estaría de más la denuncia hacia la escandalosa pasividad del régimen egipcio por parte de los líderes de una Unión Europea sin cuyas raíces cristianas, por cierto, sería inconcebible. Y es que la defensa de la dignidad humana y del ejercicio de los derechos y libertades individuales, entre los que se encuentra la libertad religiosa y de culto, no debería limitarse a suelo occidental.