martes, 29 de abril de 2014

ASÍ NO, SEÑOR NAVARRO

La tan mentada agresión al líder socialista catalán Pere Navarro merece, faltaría más, la más enérgica de las condenas: bajo ningún concepto se puede justificar ni 'explicar' que mediante el ejercicio de la violencia se pretenda amedrentar a nadie en el uso de su libertad de expresión, y más concretamente en su cometido político como representante de los ciudadanos. Ahora bien, resulta lamentable que el mismo señor Navarro, adoptando una injusta equidistancia, haya repartido culpas al responsabilizar del ataque del que ha sido objeto a un 'clima de crispación' al que contribuirían al mismo nivel tanto Mas como Rajoy.

Porque no parece que quien pegó al señor Navarro simpatice precisamente con las ideas del PP, bien al contrario; y porque, por desgracia, no es ni mucho menos la primera vez que en Cataluña alguien sufre en sus propias carnes la intolerancia de quienes tachan de 'malos catalanes' o 'anticatalanes' a aquellos que no sigan a pies juntillas los preceptos del pensamiento único nacionalista. No hay más que recordar lo que por desgracia hace décadas se convirtió en una tradición del paisaje social y político de Cataluña: los violentos boicots a conferenciantes no nacionalistas, desde políticos como Aznar o Rosa Díez, hasta escritores o intelectuales como Arcadi Espada o Jon Juaristi; los asaltos a sedes de los partidos constitucionalistas, sobre todo del PP; amenazas de muerte como la dirigida a Albert Rivera mediante carta con retrato suyo con tiro en la frente; y en cuanto a agresiones físicas en plena calle, o conatos de ello, que le pregunten a Vidal-Quadras, al propio Albert Rivera, a Alicia Sánchez Camacho, a Alberto Fernández, o, más recientemente, al mismo Ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, zarandeado en Las Ramblas.

Y es que, desde luego, es cierto que hay un 'clima de crispación' en Cataluña. Pero lo han generado desde hace años quienes, bajo consignas como 'Espanya ens roba', y utilizando todos los resortes del poder durante décadas, llevan presentando a España y los españoles como enemigos, invasores y represores; y, a aquellos catalanes que no tienen complejos para reconocer y proclamar sentirse españoles y defender la unidad de España, como felones a los que urge expulsar del paraíso nacionalista. Pero esta cruda realidad, la del odio a lo español instigado e institucionalizado por un régimen de nacionalismo obligatorio, jamás la va a reconocer un dirigente político socialista catalán, normalmente acomplejado ante una supuesta superior legitimidad democrática del nacionalismo (cuya política 'identitaria', sin ir más lejos, ha continuado el PSC cada vez que ha llegado a gobernar en Cataluña); eso sí, en cambio, siempre presto a culpar al PP, sospechoso de franquismo a fuer de españolista, de todos los males habidos y por haber.

Así no, señor Navarro. Así no.

miércoles, 9 de abril de 2014

...PERO EL RETO SEPARATISTA CONTINÚA

'El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad'. Albert Einstein.

'Ni este Gobierno que yo presido, ni las Cortes Generales, ni el Parlament de Cataluña pueden privar al pueblo español de su derecho a decidir sobre el futuro colectivo'. 'Nunca en la historia ha tenido Cataluña un nivel de autogobierno como el que tiene hoy'. 'Nadie discute el verdadero derecho a decidir. ¿Acaso acudimos a las urnas por otro motivo? Los habitantes de cada comunidad tienen derecho a escoger quién gobierna su autonomía, pero no a decidir qué hemos de hacer con España. Cada catalán, como cada gallego o cada andaluz, es copropietario de la soberanía nacional'. 'No hay ninguna Constitución que diga que una parte puede decidir sobre el todo'. 'La democracia es el propósito de no reconocer otra autoridad por encima de los ciudadanos que la ley. La esencia de la democracia es que todos tienen que atenerse a las normas. No hay democracia sin ley'.

Son fragmentos que resumen la esencia de un articulado, pedagógico y magníficamente argumentado discurso con el que Mariano Rajoy respondió en el Congreso de los Diputados a la pretensión del nacionalismo catalán de celebrar un referéndum secesionista en Cataluña. Una firme defensa de la soberanía nacional española que cabe esperar de un presidente del Gobierno que, como tal, y lejos de determinadas consideraciones que tachan de 'concepto discutido y discutible' a la misma nación española, ha de estar plenamente comprometido con la unidad de España y la Constitución y las leyes que la garantizan.


No podía ser de otra manera: el Congreso de los Diputados como sede de los representantes de la soberanía nacional, que reside en el conjunto del pueblo español, rechazó por abrumadora mayoría la reclamación separatista del Gobierno nacionalista catalán de Mas. Pero lo más importante de la sesión parlamentaria fue el debate en sí que, pese al ínfimo nivel retórico y dialéctico de los componentes de la delegación del Parlamento catalán (en algún caso verdaderamente alarmante), en general rayó a gran altura; y que, sobre todo, mostró una grata coincidencia en las razones y los argumentos fundamentales esgrimidos por los portavoces que defendieron los principios y valores de nuestra Constitución y, por ende, la unidad y soberanía nacionales: así, cada uno a su estilo, tanto Rubalcaba por el PSOE, como Rosa Díez por UPyD, sin desdeñar las aportaciones de Álvarez Sostres por Foro Asturias y Carlos Salvador por UPN, dejaron claro en sus intervenciones que nada resulta concebible fuera de la Constitución que los españoles, incluido más de un 90% de los votantes catalanes, nos dimos. Que se escenifique esta unión ampliamente mayoritaria en pro de la nación española y el sistema constitucional que lo respalda y garantiza sin duda que fortalece nuestra democracia. Ojalá que no sea flor de un día y permanezca siempre de manera inquebrantable.

Porque, por muy claro y contundente que haya sido el rechazo del Parlamento de la nación al alarde secesionista, no ha terminado ni mucho menos la pesadilla. Bien al contrario, y por desgracia, el reto separatista continúa. Aunque muy posiblemente no les quede otra salida que adelantar de nuevo las elecciones autonómicas para dotarles de un carácter plebiscitario, a los que se les llena la boca todos los días con la palabra 'democracia' para defender su referéndum secesionista ('qué hay de malo en que la gente vote'), les trae al pairo que nada menos que el 86% de los representantes políticos de allí donde reside la soberanía haya votado en contra de sus pretensiones independentistas; y que incluso, muy significativamente, una mayoría absoluta de los diputados elegidos en las circunscripciones de Cataluña (25 de 47) se haya pronunciado de la misma forma.

Y es que, obviamente, al nacionalismo catalán siempre le ha importado un bledo una legalidad, una Constitución y una soberanía del pueblo español en las que en el fondo nunca ha creído, y que por tanto no las considera impedimento alguno para alcanzar su objetivo primordial, que es el de todo nacionalismo que se precie: acumular todo el poder para que éste sea incontestable. La 'Catalunya Lliure' que propugnan no persigue en realidad la libertad de los catalanes, sino el ejercicio sin límite de determinadas prerrogativas por parte de cierta élite política; y para ello resulta imprescindible desembarazarse de una España constitucional que se empeña en someter al imperio de la ley a todos los ciudadanos, hasta a aquellos que se envuelven en la cuatribarrada. Y no van a descansar hasta conseguirlo.

jueves, 3 de abril de 2014

GRACIAS, PRESIDENTE

Tras casi 19 años rigiendo el Gobierno regional de Murcia, Ramón Luis Valcárcel ha presentado su dimisión para, a partir de ahora, centrarse en ser la voz en Bruselas de los intereses de Murcia, su auténtica pasión y verdadera razón de ser en política.

Durante su presidencia, la Región de Murcia, pese a que en los últimos años no ha podido mantenerse ajena a una grave crisis económica nacional, ha vivido una época de prosperidad sin precedentes y progresado como nunca, sobre todo en materia de infraestructuras viarias, sanitarias y educativas. En el ámbito nacional, su defensa del agua, ese bien tan preciado especialmente en estas tierras, ha sido constante, inquebrantable y ante Gobiernos nacionales de distintos colores; así, ha sido realmente decisiva su contribución a la consolidación por ley de un trasvase Tajo-Segura al que se le llegó a poner fecha de caducidad. En este sentido, ha sido capaz de situar por fin a Murcia en el mapa.

Además, sus amplísimas mayorías absolutas cosechadas en las urnas, sin parangón en ninguna otra Comunidad Autónoma durante la democracia, son verdaderamente dignas de estudio por parte de sociólogos y politólogos. Lo que a su vez muestra el profundo grado de identificación y afinidad entre un electorado como el murciano y una determinada opción política; un indudable mérito que, por su escasísima frecuencia, cabe atribuir al PP de Valcárcel, que, amén de hacerse merecedor por su misma gestión política de adhesiones electorales tan holgadas, ha sabido permeabilizarse en todos los estratos de una sociedad murciana que se caracteriza por su dinamismo y capacidad de emprendimiento y, por tanto, nada dada a someterse a cautiverios de voto.

Aunque solo sea por tantísimos años al servicio de la Región de Murcia, don Ramón Luis Valcárcel Siso se ha hecho acreedor al respeto y reconocimiento de los murcianos. Gracias, presidente.

martes, 1 de abril de 2014

FRENTE A LA ULTRAIZQUIERDA, LA DEMOCRACIA

Fue precisamente en vísperas de la muerte de Adolfo Suárez, la figura histórica que más cabe identificar con nuestra democracia. La sedición de ultraizquierda tomó una vez más las calles de Madrid haciendo alarde de su siniestra simbología: banderas rojas (además de las inevitables republicanas), retratos del Che Guevara... Desde luego, nunca han engañado a nadie: sus ejemplos de aquella 'democracia real' que propugnan son los totalitarismos criminales que durante el siglo pasado sembraron de miseria y muerte tantos rincones del mundo; y que todavía lo continúan haciendo en determinados sitios como Venezuela, cuyo régimen abyecto es faro ideológico de la extrema izquierda callejera. 

La que se presentó como 'Marcha por la Dignidad' acabó mostrando la indignidad del matonismo callejero de la extrema izquierda antisistema, golpista y antidemocrática; a no ser, claro, que, remedando aquel lamentable auto de cierta juez 'progre', consideremos como 'mecanismo ordinario de participación democrática y expresión del pluralismo de los ciudadanos' lanzar objetos y adoquines, arrasar con el mobiliario urbano, actuar contra los bienes ajenos y agredir (y en algún caso hasta intentar asesinar) a los Policías que se encontraban arrinconados. Ciertamente, da verdadero pavor pensar en qué manos estaríamos si semejante gentuza conquistara alguna vez el poder: seguramente dejarían hasta cortos los desmanes, atropellos y crímenes de, por ejemplo, sus actuales puntos de referencia cubano y venezolano.


No cabe dudar de que la mayor parte de quienes acudieron a aquellas manifestaciones lo hicieron con una intención de mostrar de manera absolutamente pacífica su descontento; pero si precisamente esa actitud supuestamente mayoritaria ha quedado en un segundo plano ha sido debido a la manera de proceder violenta de los antisistema que, por cierto, siempre consiguen acaparar un triste protagonismo al final de esas movilizaciones: simplemente, porque intentan transmitir de ese modo una imagen de crispación en las calles y de desestabilización que incluso trascienda nuestras fronteras. Y es que siempre han buscado hacer de España una especie de Grecia bis, aunque con muy magros resultados. 

Por cierto, ¿qué pintaban allí unos 'observadores' de la OSCE, parece ser que para 'vigilar' la actuación de nuestra Policía? ¿Acaso creían que estaban en una república bananera, y no en un sistema democrático tan garantista y respetuoso con los derechos y libertades como el que más? ¿Tantísimo eco y repercusión logra la propaganda izquierdista, que convierte a una democracia en sospechosa desde el mismo momento en que, de resultas de unas elecciones libres, pasa a gobernarla la derecha?

Bien al contrario: la imprescindible, y a su vez dificilísima, labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en un régimen de libertades como el nuestro merece toda la gratitud: sus miembros se juegan su integridad física, y hasta su vida en algún caso, en la defensa del orden público, la seguridad ciudadana y los derechos y libertades de todos. Porque en una democracia se debe servir y proteger al ciudadano en general en el libre ejercicio de sus derechos, desde el viandante que camina por la calle hasta el propietario de un bar que paga sus impuestos. Posiblemente el 'radicalismo' sea minoritario en las manifestaciones; pero lo que sí está claro es que, por desgracia, se emplea con cada vez más violencia. Y es la Policía la que ha de encargarse de responder a la misma para evitar que semejantes cafres se hagan dueños de las calles; se trata de un cometido tremendamente ingrato que, no solo no obtiene el justo reconocimiento, sino que además algunos ponen bajo sospecha con tal de desprestigiar a la Policía y, a su vez y sobre todo, tacharla de mero instrumento de un Gobierno de derechas, como tal represor. Es así de simple.

Las motivaciones auténticamente antidemocráticas, y ciertamente totalitarias, hay que buscarlas más bien en el otro lado: concretamente, en los indignos 'indignados' de la extrema izquierda que jamás aceptan el resultado de unas urnas que les suelen ser esquivas y abogan por generar desestabilización e imponer la violencia en las calles para intentar tomar el poder por las bravas. Es lo que llaman 'revolución', en realidad una suerte de golpe de Estado para desalojar a un Gobierno que consideran ilegítimo mientras no lo ostenten ellos mismos. Coherencia, en este sentido, la tienen toda.

Y para muestra, un significativo y deleznable botón que se nos mostró unos días después: que un profesor (en este caso profesora) tenga que ir escoltado para dar clase a sus alumnos, y para más inri en la Universidad, templo que debería ser de libertad y tolerancia, nos retrotrae a tiempos que creíamos superados. Y es que, al igual que durante los últimos años de la segunda legislatura de Aznar, la extrema izquierda antisistema, con el silencio cómplice, cuando no aquiescencia, de buena parte de la supuesta izquierda 'institucional', está intentando extender la violencia en distintos ámbitos de la sociedad para generar un clima de miedo similar al que era propio del País Vasco de los peores años de la extorsión etarra. Lo que no resulta extraño teniendo en cuenta que la sedición callejera y matonista de ultraizquierda tiene precisamente a la banda terrorista ETA como admirable ejemplo a seguir.

Tampoco es casualidad que precisamente ahora, cuando todos los datos indican que estamos saliendo de una crisis económica que determinadas políticas muy 'sociales' y 'de izquierdas' tanto contribuyeron a generar (como sus tres millones y medio de parados en dos años), la extrema izquierda intensifique su violencia en las calles. Y es que se pretende provocar un clima de desestabilización para intentar derribar a un Gobierno absolutamente legítimo. Eso sí, la mejor manera de desprestigiar a los antisistema, si verdaderamente nos situamos en contra como asegura la izquierda moderada, es al menos procurar no justificar ni 'explicar' sus desmanes y atropellos (con argumentos como que los que producen 'inestabilidad' son quienes toman medidas derivadas de su legitimidad democrática, y no quienes pretenden imponer la ley del palo y el tentetieso en la vía pública), porque en caso contrario banalizaríamos esa violencia que en teoría condenamos, y hasta llegaríamos a convertirla en rentable.

Desestabilizar y horadar nuestro sistema democrático, bajo el principio de hacer 'tabla rasa', es el objetivo, lo que no se debería consentir bajo ningún concepto; y para ello se han de utilizar los instrumentos de la legalidad y el Estado de Derecho. Aunque solo sea para defender el grandioso legado de quien hizo posible la concordia y enterró las dos Españas eternamente enfrentadas para erigir un régimen democrático, pluralista y de libertades en el que todos tuvieran cabida. Es el mejor homenaje que le podemos tributar a Adolfo Suárez.