martes, 29 de septiembre de 2009

EL EJEMPLO DE ALEMANIA


Hace décadas que la izquierda en particular y el keynesianismo en general consiguieron investir de categoría de verdad indiscutible a uno de sus mitos favoritos: El del 'New Deal' de Roosevelt, presentado como una especie de bálsamo milagroso que lograra aliviar y curar las profundas heridas de aquel 'crack' del 29 causado, cómo no, por los 'excesos' del 'descontrolado' capitalismo norteamericano. De ahí que, sin ir más lejos, Zapatero y su dichoso Plan 'E' se inspiraran en aquel hito promovido por el llamado 'consenso socialdemócrata'. Pero, si nos atenemos a unos datos generalmente ocultados por la propaganda, la realidad fue bien distinta: Las políticas basadas en el intervencionismo y en el incremento del gasto público, que precisamente incluían como 'medida estrella' la artificial extensión de obra pública improductiva, no hicieron sino prolongar y agravar la crisis económica. Estados Unidos, que durante la implantación del 'New Deal' alcanzaría además niveles de desempleo desconocidos hasta entonces en su historia (de hasta casi el 20%), tardaría más de diez años en recuperarse. Por tanto, era por desgracia previsible que el remedo zapaterino del 'New Deal', que no podía sino provocar más déficit, más recesión, más paro e, inevitablemente bajo un Gobierno socialista, más impuestos, iba a significar un obstáculo para cualquier atisbo de restablecimiento de nuestra economía.

De la misma manera que, especialmente en estos tiempos de crisis económica, se ensalza indebidamente el papel desempeñado por el 'New Deal' de Roosevelt, poco o nada se habla del conocido como 'milagro alemán'. Pese a tal definición, aquel fenómeno que supuso la rápida reconstrucción y el vertiginoso crecimiento de una Alemania derrotada, dividida y devastada tras la Segunda Guerra Mundial no fue precisamente un designio divino. Y tampoco se debió única y exclusivamente al carácter severo, disciplinado y especialmente laborioso del alemán medio, tal y como algunos han dado a entender. Sobre todo, a partir de 1949 hubo un Gobierno, el de la República Federal de Alemania (la Alemania occidental, es decir, la capitalista), presidido por el canciller Konrad Adenauer, y cuyo Ministro de Finanzas era Ludwig Erhard, que apostó claramente por dotar al país de una auténtica economía de mercado por medio de la adopción de políticas liberales. De esta forma, propiciando el protagonismo de una sociedad civil deseosa de salir adelante, se crearon las condiciones para que la economía alemana se convirtiera en apenas una década en una de las más prósperas y desarrolladas del mundo, y con el tiempo en auténtico motor de la economía europea.

Pues bien, sesenta años después, Alemania, que tras sus últimas elecciones federales tendrá un gobierno de coalición entre los democristianos de la CDU-CSU y los liberales del FDP, puede volver a ser un nuevo ejemplo que demuestre que vencer una profunda crisis económica pasa necesariamente por la solución liberal. Angela Merkel, merced a su clara victoria, ha podido desprenderse de esa losa que para la economía alemana ha supuesto el Partido Socialdemócrata (SPD) desde hace doce años. Ahora no tendrá ataduras para aplicar esas reducciones de impuestos que ha prometido en la campaña electoral, que además deberán ser lo suficientemente audaces como para contar con el apoyo de sus socios liberales que, encabezados por Guido Westerwelle (sin duda, el gran triunfador de los comicios), presentaron al electorado un ambicioso programa de reformas liberalizadoras. Ha quedado, pues, meridianamente claro que la mayoría de los votantes alemanes se han decantado por aquellos partidos que ofrecen menos intervencionismo y más libertad. Si el nuevo Gobierno surgido de las urnas actúa en consecuencia, a buen seguro que Alemania, tras años de estancamiento, volverá a ser esa locomotora que tire de la maltrecha economía europea. Lo malo es que España, si no cambia radicalmente de rumbo, no llegará a tiempo para subirse a ella.