domingo, 27 de noviembre de 2016

POR QUÉ HA SOBREVIVIDO EL CASTRISMO A CASTRO

Que un tirano sanguinario y cruel como Fidel Castro nos haya abandonado nos permite congratularnos de que hoy el mundo es un poco mejor. Además, la historia, al contrario de lo que él mismo vaticinaba, jamás le absolverá: icono de lo que Carlos Rangel definió como "el buen revolucionario", prolongación del "buen salvaje" rousseauniano, sus insoportables e interminables soflamas típicamente marxistas, anticapitalistas, antiyanquis y "antiimperialistas" no han podido tener otro correlato que un régimen abyecto, criminal y totalitario. Al que, por cuanto lleva ya más de 57 años oprimiendo sin miramientos a los cubanos, de los que más de un millón han sido expulsados al exilio, y empobreciendo y arruinando a una antaño rica y desarrollada economía cubana, ya le cabe el dudoso honor de ser la dictadura más longeva y nociva de Hispanoamérica. Sobrevivió, por desgracia, a la caída del Muro de Berlín y, con él, a la disolución del (verdadero) imperialismo comunista soviético que le alentaba, sostenía y financiaba; y cuando agonizaba, obtuvo oxígeno del petróleo y otras materias primas de la Venezuela esquilmada por el régimen "bolivariano" de su emulador y pupilo Chávez.

La guerra fría produjo monstruos, y sin duda alguna el castrismo, que muy significativamente tiene a un terrorista y asesino compulsivo como el "Che" Guevara como emblema cuasi-religioso de su revolución, ha sido, además de especialmente dañino y perjudicial para la causa de la defensa de los derechos y libertades individuales en el mismísimo Occidente, el que ha terminado mostrando una capacidad de resistencia y supervivencia verdaderamente impensable. A ello ha contribuido la total ausencia de firmeza en el mundo libre para darle el tiro de gracia a semejante pieza del museo de los horrores. Así, ya a finales de los 80 en Hispanoamérica, a las mismas puertas del final de la guerra fría, mientras eran incesantes las presiones sobre el Chile del dictador (anticomunista) Pinochet para que diera paso a la democracia, lo que por fortuna acabó produciéndose, esas exigencias fueron prácticamente inexistentes hacia la Cuba de Castro. Pero, además, una vez consumada la derrota inapelable del comunismo en el Este europeo, sin embargo en Occidente, sobre todo en Europa, parecíamos más bien empeñados en, para mayor gloria de nostálgicos, mantener ese pequeño vestigio caribeño del totalitarismo porque, al fin y al cabo, ya no representaba peligro alguno para la estabilidad y seguridad mundial; hasta el extremo de asumir como argumentos de justificación de la distensión las mismísimas consignas de la propaganda castrista, tales como calificar de "mafia" y "ultraderecha" a la oposición en el exilio de Florida o presentar como "bloqueos" lo que no eran sino respuestas concertadas a derechos de propiedad atropellados.

Por desgracia, para cierta progresía política, mediática y "cultural" hubiera supuesto demasiado para sus ya de por sí heridos egos ideológicos asistir también al fracaso y derrumbe del que había sido su mayor ilusión de juventud: el sueño, convertido en pesadilla, de la revolución cubana. Y, desde luego, no se puede negar que, con la colaboración de un Occidente ensimismado, hicieron lo posible para que no ocurriera. Que los cubanos continuaran siendo víctimas de un régimen liberticida, represor y sanguinario parecía una mera exigencia del devenir de la historia; como lo es asimismo que el nefasto ejemplo castrista cundiera y se extendiera por Hispanoamérica con los triunfos de los populismos de izquierda en Bolivia, Ecuador, Nicaragua y, sobre todo, Venezuela, que bajo un chavismo inspirado en la satrapía de los Castro, que responde al nombre de "bolivarianismo", ha convertido en pocos años a un país desarrollado, próspero y con tradición republicana y democrática en una feroz y opresora dictadura plebiscitaria, una ruina económica y un auténtico infierno social. La guinda de la lamentable política de distensión occidental con el castrismo la puso el ahora presidente en funciones de los Estados Unidos, Barack Obama, con unos acuerdos de apertura económica y comercial que no han tenido la más mínima contrapartida en materia de derechos y libertades por parte del régimen cubano. Y así... hasta hoy mismo, con el dictador muerto en la cama.

La pregunta que cabe hacerse ahora es si la tiranía caribeña que ha dejado como triste legado el tiranosaurio superará por mucho tiempo la muerte de su propio hacedor. Sea como fuere, no va a ser nada fácil que las libertades lleguen por fin a Cuba, no solo por la referida y desgraciadamente ya proverbial inacción del Occidente democrático: su heredero al "comunista" modo, su hermano Raúl, ha dado ya sobradas muestras de que no está precisamente por la labor de dar paso alguno tendente al aperturismo hacia la democracia, por mucho que la propaganda procastrista, que todavía es muy poderosa en ámbitos mediáticos de la progresía, pretenda hacernos ver lo contrario. Porque, en ese sentido, Fidel sí que ha querido dejar todo "atado y bien atado" para que su muerte no lleve aparejado el fin del castrismo, su funesta obra. Aunque el mero hecho de que el dictador descanse ya para siempre y deje con ello de hacer el mal es ya por sí solo un motivo de esperanza para la Cuba libre y democrática.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

LA ALCALDESA DE ESPAÑA, PESE A LOS MEZQUINOS

 
No ha podido más. Rita Barberá, tras una implacable y feroz campaña de desprestigio personal, ha fallecido de un infarto de miocardio en un hotel de Madrid. Pese a todo, nada ni nadie va a impedir que se le recuerde como una magnífica alcaldesa para Valencia, ciudad que transformó, dinamizó y modernizó, y referente de los éxitos de gestión del Partido Popular. Verdaderas razones, y no otras, por las que ha sido objeto de un ensañamiento cruel desde el punto de vista político y mediático que, por cierto, continuaban incluso inmediatamente después de muerta los mezquinos y canallas que nunca descansan en su propósito de generar daño y rencor y convertir la vida política en un lodazal.

Mezquinos y canallas que tienen nombre y apellidos: aquellos que le niegan un minuto de silencio a quien jamás se le ha podido poner en duda su integridad, pero que en cambio recompensan y homenajean siempre que tienen ocasión a sus propios criminales, como tales condenados en sentencia judicial firme por delitos tan variopintos como asaltar propiedades, agredir a policías, cargos políticos electos y hasta cajeras de supermercado, portar explosivos con la intención de volar bancos no precisamente vacíos o abusar sexualmente de niñas y mujeres. En efecto, los delincuentes que moran en el Congreso: sí, esos mismos a los que se refería su jefe de filas, Iglesias Turrión. Tampoco podían faltar las terminales de la extrema izquierda que no tienen otro menester vital que esparcir basura de la peor especie por las redes sociales, a quienes cabe reconocer que demuestran cada día su capacidad para superar su propia e infinita ruindad. En fin: y era esta infecta patulea la que venía a regenerar y dotar de aire fresco a la supuestamente enrarecida y decadente política española. Pues aviados estábamos.

Pero afortunadamente el tiempo, ese juez insobornable que da y quita razones, termina poniendo a cada cual en su sitio. Como sin duda hará con Rita Barberá, una personalidad política de primerísimo nivel que, como pudimos comprobar quienes tuvimos la suerte de conocerla personalmente, hacía gala de un carácter muy mediterráneo: abierta, arrolladora, a veces impetuosa, pero de un inusitado olfato político. Cofundadora de Alianza Popular, ya en 1991 logró hacerse con la alcaldía de Valencia merced a su pacto con los regionalistas de Unión Valenciana, con lo que la capital del Turia se convirtió en referente de gestión municipal del nuevo PP de Aznar junto al Madrid de José María Álvarez del Manzano. Los resultados no tardaron en advertirse en una Valencia cada vez más próspera, pujante y dinámica: los valencianos la recompensarían en 1995 con una mayoría absoluta que revalidaría hasta en cuatro ocasiones. En 2015, aun con todo el viento en contra de la digestión de la crisis y una corrupción especialmente acentuada en la Comunidad Valenciana, y en la que por cierto se la ha querido involucrar y meter con calzador, logró de nuevo ser la candidata más votada en las urnas, pero la aplicación en Valencia de los pactos "de reparto" entre la ultraizquierda y el PSOE la expulsó de una alcaldía que ostentó con indudable éxito y apoyo popular durante 24 años. El mayor logro que ella misma destacaba: la celebración de la Copa América de vela, que conllevó además la remodelación de una fachada marítima que es toda una delicia.

Lo que vino después fue una auténtica cacería política, una encarnizada persecución personal que convirtió un merecido retiro dorado en el Senado en un infierno. Pero la presunción de inocencia, principio básico del Estado de Derecho con el que los promotores de los juicios mediáticos sumarísimos todavía no han podido acabar, la protegió hasta su misma muerte, y con ello su honor, el verdadero objetivo de su incomprendida estrategia de defensa, ha quedado absolutamente intacto. No, no se merecía este final, pero ahí nos deja su gran legado como auténtica "alcaldesa de España", que nada ni nadie va a conseguir emborronar. Que Dios la tenga en su gloria.

domingo, 20 de noviembre de 2016

AQUEL "HARA-KIRI" QUE DARÍA PASO A LA DEMOCRACIA

De que el franquismo sin Franco era absolutamente inviable, además de que España necesitaba evolucionar a la democracia dado el carácter obsoleto del régimen, era consciente la inmensa mayoría de la sociedad española. Hasta ese sector más proclive a votar a la derecha (aquello que se llegó a denominar, un tanto injustamente, "franquismo sociológico"), en el que cabía incluir también a una mayoría de dirigentes políticos procedentes del régimen franquista (que ingresarían en buena parte en la UCD de Suárez, y otros en la AP de Fraga), abogaba en líneas generales por una transición, eso sí, ordenada a la democracia. No en balde los principales motores del cambio fueron realmente tres pilares del régimen anterior: el propio don Juan Carlos, sucesor de Franco a título de Rey, que utilizó la misma Jefatura del Estado para impulsar los primeros pasos hacia la aprobación de una Constitución que convirtiera su propio poder en simbólico; Torcuato Fernández-Miranda, que desde la presidencia de las Cortes, y "de la ley a la ley", hizo posible convertir el sistema jurídico-político en incipientemente democrático partiendo de las Leyes Fundamentales del franquismo; y, por supuesto, Adolfo Suárez, anterior Ministro Secretario General del Movimiento, que como presidente del Gobierno supo propiciar el consenso para llevar adelante las reformas democráticas.

Buena prueba de la conciencia arraigada dentro del mismo régimen franquista acerca del necesario advenimiento de la democracia fue el "hara-kiri" que las propias Cortes franquistas se infligieron cuando aprobaron por mayoría aplastante (más de los dos tercios necesarios) la Ley para la Reforma Política, que, cabe recordar, proclamaba unos principios absolutamente contrarios al franquismo (soberanía popular, supremacía de la ley, inviolabilidad de los derechos fundamentales de la persona, electividad de diputados y senadores por sufragio universal, etc.), amén de establecer un procedimiento para la reforma constitucional. 425 procuradores votaron a favor, 59 en contra y 13 se abstuvieron: nada menos que un voto favorable del 82 por ciento tras un debate que rayó a gran altura dialéctica, donde destacaron especialmente Miguel Primo de Rivera (sí, un Primo de Rivera) y Fernando Suárez en el reformismo y José María Fernández de la Vega (sí, Fernández de la Vega) y Blas Piñar en el "bunker". El gesto de alivio desde su escaño en las Cortes de su impulsor, el entonces ya presidente del Gobierno Adolfo Suárez, tras conocer el resultado final de la votación, ha quedado como todo un símbolo histórico.

Para su definitiva ratificación, se convocó a referéndum al pueblo español, cuyos deseos de cambio hicieron desoír la recomendación de la oposición de izquierdas, que hizo campaña por la abstención, y del franquismo más ultramontano, que promulgaba el "no": así, con una participación nada menos que del 77 por ciento, votó a favor el 94,2 por ciento de los electores. La nación española se había pronunciado, por tanto, con meridiana claridad: había que devolverle su soberanía por medio de una Constitución de todos.

Pues bien, de tamaño acontecimiento histórico que, amén de suponer un acto político de una altura de miras absolutamente digno de reseñar, fue sin duda clave para el advenimiento de la democracia a España, se cumplió el pasado viernes 18 de noviembre nada menos que 40 años; precisamente el tiempo que se suele señalar para destacar la larga duración del régimen franquista. Sin embargo, se ha tratado de una efeméride que ha pasado prácticamente desapercibida, para más inri cuando todavía resuenan los ecos de los números circenses montados en el Congreso de los Diputados por quienes pretenden, no solo recabar de esta forma la atención mediática, sino sobre todo desprestigiar unas instituciones y poderes del Estado que emanan de la soberanía del pueblo español, tal y como establece una Constitución, la vigente, que los españoles nos dimos también en referéndum y de resultas de un consenso nacional ejemplar. Frente a aquellos que persiguen la ruptura para enterrar la reconciliación surgida de la transición y en último término volver a las andadas, esto es, que media España se imponga otra vez sobre la otra media, quienes defendemos la preservación del régimen constitucional de Monarquía parlamentaria debemos reivindicar el legado histórico de los Padres Fundadores de nuestra democracia y, por qué no, resaltar la generosidad y el patriotismo de quienes renunciaron a todos sus privilegios para hacer posible la llegada de las libertades a España. Y sin ningún complejo.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

POR SUS ACTOS LES CONOCERÉIS

El día que se supo que el senador de Podemos Ramón Espinar especuló en su momento, no con un piso "vacío" de su propiedad, sino con una vivienda de protección pública, esto es, con un inmueble promovido por iniciativa pública en el que no llegó a residir (con cuya inmediata venta obtuvo una ganancia de 30.000 euros brutos), se tiró de la "maldita" hemeroteca para terminar construyendo todo un listado de lecciones "tuiteras" de moral del interfecto. Aunque, claro, no es lo mismo, por ejemplo, que especule un banco o fondo "buitre" que él, que es "gente".

Obviamente, nadie ha acusado al señor Espinar de cometer ninguna ilegalidad (solo faltaba), pero sí de algo absolutamente rechazable desde el punto de vista ético, y máxime viniendo de quien durante tanto tiempo ha estado ejerciendo de implacable martillo de herejes, y especialmente sobre especulaciones inmobiliarias ajenas. Si Espinar Junior hubiese obtenido un beneficio de la venta de un piso adquirido en el mercado privado, nada habría que alegar (pese a que esas mismas prácticas merecen la descalificación más rotunda de la demagogia típicamente "podemita"); pero su ganancia fue como consecuencia de una maquinación con una vivienda de protección pública (con sus plazas de aparcamiento y garaje anexos, por cierto), esto es, promocionada con recursos del erario y dirigida a facilitar su acceso a quienes tienen dificultades económicas, y eso es lo reprobable. Mamma mía la que hubiesen montado estos hipócritas ultras de la llamada "nueva política", y la prensa en general, si, pongamos un Pablo Casado o algún joven del PP, hubiese realizado una operación especulativa parecida: no le pedirían tan solo su dimisión, sino su expulsión de España.

Poco después, salió el caso de Montse Galcerán, concejala "pro okupa" pero multipropietaria inmobiliaria. ¿Cómo íbamos a criticar los defensores de la propiedad privada y el libre mercado que alguien, sea cual sea su "estatus" social y/o profesional, invierta su dinero, ganado u obtenido de manera lícita, en lo que considere oportuno, como dos, tres, nueve o veinte inmuebles? Por supuesto que no. Lo que algunos denunciamos es el flagrante fariseísmo de aquellos que, amén de promover la "okupación" de viviendas particulares, incurren en exactamente aquellas mismas prácticas de lo que ellos condenan, criminalizan y califican como "especulación inmobiliaria" cuando son otros quienes los llevan a cabo, a los que en consecuencia tachan de seres socialmente insensibles, avaros, malvados y ruines. Porque con tales estrategias de agitación y propaganda, además de apelar irresponsablemente al rencor y los más bajos instintos (cuando no a cometer actos ilegales), en último término se engaña a esa misma "gente" a la que tanto evoca la izquierda antisistema.

A no ser, claro, que la señora Galcerán ponga a disposición de los "sin techo" y demás desheredados de la tierra los nueve inmuebles de su, sí, propiedad... Pero esos son hábitos más bien propios de, por ejemplo, Cáritas, ONG de la opresora y perversa Iglesia católica, que de cualquier "podemita" que se dedica todos los días a impartir lecciones de moral. Porque tres cuartos de lo mismo ocurre con el caso del "SinFuturo" Ramón Espinar y su ya célebre pelotazo con una vivienda de protección pública; que, por cierto, obtuvo el aplauso explícito del mismísimo Mesías Iglesias y el apoyo de una mayoría de militantes del chavismo que no dudaron en votarle como líder de la organización en Madrid. Y es que por sus actos les conoceréis.

viernes, 11 de noviembre de 2016

TRUMP: NO DEBERÁ, NO PODRÁ, SER TAN FIERO

La tradición democrática de los Estados Unidos data nada menos que de 1788. Mejor, por tanto, no calcular el tiempo que llevan votando los norteamericanos en comparación con el de los europeos en general, y muy especialmente en determinados países que no pueden (podemos) presumir precisamente de la antigüedad de sus urnas. Sin embargo, a propósito de la inopinada victoria electoral de Donald Trump, algunos han vuelto por donde solían; antes de que, por cierto, ese mismo electorado ahora tan denigrado se inclinara ¡en dos comicios consecutivos! por San Obama: esto es, a dar lecciones de democracia a esos "bárbaros" yanquis y retomar los topicazos al uso (que si la América "profunda", intolerante y paleta, que si bla, bla, bla...). Como si en la muy civilizada Europa los populismos, tanto de izquierdas como de derechas, no hubieran cosechado éxito alguno (véase Grecia -Syriza-, Italia -Movimiento Cinco Estrellas-, Holanda -Geert Wilders-, Austria -Norbert Horfer-, Alemania -AfD-... o nuestra España -el chavismo de Podemos-), o no tuviéramos en la mismísima Francia a la hijísima de Le Pen a escasos meses de ganar la primera vuelta de las elecciones presidenciales.

Ni más ni menos: ese mismo populismo que, como consecuencia de la digestión de una grave y larga crisis económica y al calor de la antipolítica reinante, ha ido extendiendo sus tentáculos en buena parte de Occidente, ha terminado calando también, y de qué manera, en unos Estados Unidos que hasta ahora parecían mantenerse ajenos a cualquier canto de sirena más o menos antisistema. Un fenómeno político y electoral general que, en el caso norteamericano, se ha visto favorecido por determinadas especificidades sociales y políticas: la decepción por el legado de una presidencia, la de Obama, que había levantado tantas expectativas, cuando no el rechazo mayoritario a medidas emblemáticas que, como el "Obamacare", casan bien poco con la idiosincrasia individualista del norteamericano medio; la culpabilización de la globalización y la competencia con China y Europa como causantes de la deslocalización de empresas y la pérdida de puestos de trabajo y de la calidad de vida en general; la explotación del discurso contra el "establishment" de Washington, al que se presenta como burocrático, corrupto y muy alejado de la América real y tradicional que se asienta básicamente en el ámbito rural; la cada vez mayor puesta en solfa del papel de "policía del mundo" de los Estados Unidos ante una Europa que no invierte en defensa y, encima, protesta cuando se interviene; la identificación, buscada a propósito, de Trump con el típico "hombre blanco anglosajón, cristiano y heterosexual" al que el omnipresente pensamiento de la corrección política, con sus políticas de discriminación positiva y sus sesgadas interpretaciones de la historia, le ha atribuido una especie de culpa genética y eterna; y, por último, aunque no menos importante, la negativa imagen en un amplio espectro del electorado estadounidense de la propia Hillary Clinton, tenida por el típico ejemplo del arribismo, la amoral y la corrupción que imperan supuestamente en Washington, lo que ha movilizado el voto de tendencia republicana pese a que el candidato no haya contado con el visto bueno de la cúpula del partido de sus preferencias.

Donald Trump, con su estilo impetuoso y faltón tan del gusto de los populismos en boga, ha sabido concitar en su persona y a su favor buena parte de esa corriente de radical descontento y desarraigo con la situación general política y económica de la que los Estados Unidos no han sido ni mucho menos ajenos. Eso sí, nunca como en estas elecciones presidenciales ha quedado más patente la división política de la sociedad estadounidense en dos grandes mitades simétricas: en porcentaje de voto popular, 47,5% para Donald Trump, 47,7% para Hillary Clinton. Ciertamente, aunque Trump, que ha quedado unos 300.000 votos por detrás de su rival, ha pasado ya a la historia como el cuarto candidato que ha logrado la presidencia de los Estados Unidos sin haberse impuesto en sufragio directo (el último, George W. Bush en 2000, que también dio la sorpresa frente a Al Gore, entonces vicepresidente de Bill Clinton), el aspirante por el Partido Republicano consiguió superar con holgura (en más de 30) los 270 compromisarios necesarios para alzarse con la victoria en el colegio electoral. Un triunfo que se ha sostenido en, además de conservar los estados que en las últimas décadas se han mantenido fieles al conservadurismo norteamericano, como Texas, inclinar de su parte a los llamados "swing states", como Ohio, Carolina del Norte y, muy significativamente, Florida (cuyos resultados adquieren además una relevancia especial tras la estrategia "obamita" de distensión con la dictadura cubana de los Castro), e incluso hacerse con algunos bastiones demócratas como Michigan o Wisconsin.

Sea como fuere, ha sido un resultado que ha sorprendido a propios y extraños (el sistema de voto indirecto por estados, verdadero súmmum histórico de la democracia representativa y que parecía perjudicarle, ha terminado beneficiándole) y, a su vez, ha vuelto a situar a la mayor parte de las empresas demoscópicas, cuyas predicciones siguen fallando como escopetas de feria, a la altura del betún. Aun así, poco después de que se confirmara su victoria, el electo presidente de los Estados Unidos decidió sustituir, de manera un tanto chocante, la estridencia por la moderación en su mismo discurso de celebración ante sus seguidores; en el que, conciliador y adoptando por una vez los tradicionales hábitos corteses y patrióticos de la democracia norteamericana, apeló a la unidad de sus compatriotas, prometió que gobernará para todos los estadounidenses e incluso anunció su disposición a colaborar en el panorama internacional. Tono templado que mantuvo al día siguiente en su encuentro en la Casa Blanca con el presidente en funciones, al que se deshizo en elogios (al igual que, por cierto, hizo la noche anterior con una Hillary Clinton a la que en campaña ha amenazado con meter en la cárcel) y con cuyos consejos dijo contar durante su todavía no estrenada presidencia. Estaremos pendientes de su discurso de toma de posesión el 20 de enero, pero el tiempo dirá si se trata del principio del cambio hacia una actitud más posibilista a la que previsiblemente le conduzca el mismo ejercicio del poder, especialmente dentro del sistema de equilibrios y contrapesos de la ejemplar democracia norteamericana.

En realidad, Trump no deberá, o más bien no podrá, ser tan fiero como se ha mostrado en la larga campaña electoral norteamericana, tanto en las primarias del Partido Republicano como en los comicios presidenciales. Y de ello debemos dar gracias a quienes, nada menos que en 1787, fundaron la Constitución de los Estados Unidos: los Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, James Madison o George Washington, que pusieron las firmes bases de un régimen político de división de poderes y gobierno limitado que ha sobrevivido al paso de los siglos. Además, que los republicanos hayan conseguido mantener sendas mayorías tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado no va a implicar, pese a quienes opinan sobre la política norteamericana aplicando coordenadas españolas o europeas, la acumulación de una especie de poder absoluto en manos del nuevo presidente; bien al contrario, desempeñarán un valioso papel de freno y contención frente a las tentaciones populistas que pudiera albergar y algunos de sus anunciados dislates, sobre todo en política exterior aunque no solo. Porque, insistimos, el populismo de Trump no es en absoluto asimilable en bloque al clásico conservadurismo norteamericano.

viernes, 4 de noviembre de 2016

GOBIERNO DE RAJOY. ¿DE QUIÉN SI NO?

Y tras la investidura por el Congreso de los Diputados de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y su toma de posesión ante el Rey, llegó el nombramiento de los nuevos Ministros. Salen Morenés, García Margallo y Fernández Díaz y entran, además de, como estaba previsto, María Dolores de Cospedal (Defensa), el hasta ahora alcalde de Santander Íñigo Pérez de la Serna (Fomento); el exalcalde de Sevilla José Ignacio Zoido (Interior); el que ha sido asesor económico de Rajoy Álvaro Nadal (Energía, Turismo y "Agenda Digital"); la diputada nacional del PP catalán Dolors Montserrat (Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad); y el único nuevo independiente: el diplomático Alfonso Dastis (Exteriores). Se mantienen, pues, Soraya Sáenz de Santamaría (continúa de vicepresidenta y Ministra de la Presidencia y adquiere Administraciones Territoriales, pero pierde la portavocía); Rafael Catalá (Justicia); Cristóbal Montoro (Hacienda y Función Pública, aunque pierde Administración Pública que pasa a Sáenz de Santamaría); Íñigo Méndez de Vigo (Educación, Cultura y Deporte, y además se hace cargo de la portavocía); Fátima Báñez (Empleo y Seguridad Social); Isabel García Tejerina (Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente); y Luis de Guindos (que a Economía y Competitividad se le añade Industria).

Como es hora de la política, especialmente ante un parlamento fragmentado y en principio escasamente propicio, Mariano Rajoy se ha inclinado por un Gobierno netamente político, conformado con personas técnicamente preparadas, sí, pero también experimentadas y bregadas en la vida pública y política, pese a la juventud de algunos de los nuevos Ministros. Eso sí, el hecho de que haya dado continuidad a los departamentos más "económicos", como Economía, Hacienda, Industria, Energía y Empleo, y haya hecho de ellos un auténtico núcleo duro, es también toda una declaración de intenciones: no piensa dar marcha atrás ni revertir las políticas de índole económica y de empleo que sin duda han reportado los mayores éxitos de su anterior Gobierno, tal y como además dejó meridianamente claro en su segundo discurso de investidura.

Hay quien ha mostrado su extrañeza y hasta estupor por haber constituido Rajoy un Gobierno a su imagen y semejanza, típicamente "rajoyano" y, para más inri, compuesto casi exclusivamente por militantes del Partido Popular cuando, según aducen, debería haber hecho alguna concesión incluyendo a personas de otras tendencias o, cuando menos, políticamente asépticas. Resulta curioso que tales críticas hayan procedido de algunos de los que precisamente se han negado a cualquier posibilidad de que el acuerdo de investidura con Ciudadanos se convierta en pacto de Gobierno, o a que la abstención socialista conlleve algún tipo de conformidad previa, o a la misma entrada de miembros de otros partidos en un Ejecutivo presidido por Rajoy; ofrecimientos que en su momento hizo tanto a PSOE como a Ciudadanos el entonces presidente del Gobierno en funciones, y que han obtenido los más contundentes de los rechazos.

Por tanto, puesto que no se trataba de hacer, que se sepa, un Gobierno de coalición, y dado que el pacto con Ciudadanos se ha limitado a la investidura bajo el compromiso de desarrollar unos puntos programáticos, y la única declarada intención de la abstención socialista ha sido facilitar que un nuevo Ejecutivo eche por fin a andar, sin más pretensiones inmediatas, no debería haber sorprendido que a quien se le ha otorgado la confianza para presidir el Gobierno, y que además pretende dirigirlo con capacidad de maniobra, cuente con personas de su estricta confianza y, cómo no, le imprima su particular sello y haciendo los cambios mínimamente imprescindibles; que por lo demás los ha habido, y de cierta enjundia. Pero, una vez más, hay quien quiere estar al plato y a las "tajás".

Aunque el hecho de que sea un Gobierno tan significado políticamente (por cierto, como todos los que anteriormente se han constituido a lo largo de nuestra democracia, haya habido mayoría simple o absoluta), no ha de suponer que no esté dotado para el diálogo y esa búsqueda del acuerdo que exige la aritmética parlamentaria. Es más: ya en el primer Consejo de Ministros se ha encargado el presidente de recordar la necesidad de alcanzar pactos en esta legislatura que por fin arranca. Ahora bien: pactar no implica claudicar ni dejar que quien no ha logrado la mayoría imponga su programa, sino negociar para alcanzar puntos en común y, con ello, un acuerdo mínimamente satisfactorio y, sobre todo, realizable. Y para llegar a ese objetivo es imprescindible partir de unos principios firmes y claros.