A su vez, por supuesto, en la dirigencia del PP deberían tomar cumplida nota de descenso electoral tan monumental (dos millones y medio de votos menos): habría que preguntarse si tamaño desgaste deriva tan solo de la digestión de la crisis económica, las medidas impopulares adoptadas y el inmenso ruido generado por el tratamiento político y mediático de determinados y/o supuestos casos de corrupción, o bien si además ha tenido algo que ver un excesivo pragmatismo tecnócrata que ha llevado a un cierto abandono de la defensa de principios y valores que habrían de caracterizar a un partido liberal-conservador.
Porque estos últimos comicios también han servido para romper otro tópico: que la abstención favorece al Partido Popular y perjudica a las izquierdas, argumento que se ha solido utilizar para restar legitimación a victorias electorales del PP. En esta ocasión, al igual que en las pasadas elecciones europeas, ha sido buena parte del electorado afín al centro-derecha el que se ha quedado en casa, y en cambio aquel más inclinado ideológicamente a la izquierda, ante la perspectiva de derrotar a su denostado PP, se ha movilizado en las urnas: caso significativo el de Madrid capital, que tendrá una alcaldesa de extrema izquierda antisistema que, como buena comunista, aboga por una alta fiscalidad y un intervencionismo económico atroz; aunque merced al apoyo, eso sí, del españolista, socialdemócrata y partidario de impuestos bajos Antonio Miguel Carmona. Pero todo sea por impedir que gobierne la más votada, Esperanza Aguirre; como es sabido, el diablo encarnado en mujer para cualquier progre que se precie.
Sea como fuere, en el PP deberían sacar conclusiones de resultados tan llamativos y actuar en consecuencia. Entre ellos, que ha quedado de nuevo patente que el votante de centro-derecha castiga mucho más la corrupción que el de izquierdas. A buen seguro, porque no entiende ni de patentes de corso ni de superioridades morales.