
Algunos cándidos, imbuidos de ese buenismo que casi todo lo impregna, se han dejado engañar e incluso todavía se niegan a aceptar una realidad incómoda. Pero esa rebelión callejera que surgiera, oh casualidad, justo una semana antes de unas elecciones en las que el PP iba a alzarse con un contundente triunfo, no representa en absoluto la regeneración democrática, política y social que necesita España: bien al contrario, desde el primer momento, por su discurso ultraizquierdista y sus modos ciertamente incívicos, ha llevado siempre consigo el gen de la intolerancia y el totalitarismo. De ahí que últimamente haya sacado a relucir con toda crudeza su agresivo rechazo a las reglas de la democracia, que consideran especialmente prescindibles desde el mismo momento en que permiten la llegada al poder de una derecha que reputan deslegitimada para gobernar e incluso para existir. Así, tras intentar tomar al más puro estilo golpista el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía nacional nos gusten o no sus representantes, se ocuparon de boicotear una de las jornadas festivas de nuestra democracia, como es la constitución de los ayuntamientos, con el fin de pretender convertirla en una auténtica pesadilla para quienes tomaban posesión de unos cargos obtenidos legítimamente en las urnas. Sobre todo, ahí donde el PP fuera a hacerse con los gobiernos municipales, claro.
Estos 'indignados' que, siguiendo las consignas de rigor, han tomado su nombre del vulgar e insustancial panfleto de Hessel (solo semejante minúscula fatuidad podía alcanzar la categoría de biblia de la progresía perrofláutica, tan obtusa y limitada intelectualmente), han acabado dejando bien patente su condición, amén de incivilizada, liberticida y antidemocrática. Se trata exactamente de la misma izquierda antisistema y belicosa que tomara las calles a propósito del 'Prestige' y de la guerra de Irak y que extendiera por toda España los métodos violentos, amenazantes e intimidatorios que hasta entonces imponían los batasunos en un País Vasco del que, paradójicamente, y merced a una lucha sin cuartel contra el terrorismo etarra y sus adláteres, se había conseguido desterrar la 'kale borroka' y los linchamientos públicos protagonizados por los cachorros de la ETA.

En cualquier caso, si de algo ha servido la grotesca ceremonia totalitaria y antidemocrática protagonizada al unísono por los batasunos de siempre y los 'indignados' perrofláuticos es para poner de manifiesto una profunda identificación entre ellos; no solo en la estética astrosa, sino también en los métodos empleados, basados en generar un estado de amedrentamiento mediante la amenaza y la coacción. Que la que debería haber sido un día de fiesta de nuestra democracia haya quedado empañada de forma tan lamentable es responsabilidad directa del Gobierno socialista, sin cuya aquiescencia los desmanes de los intolerantes de la extrema izquierda no hubieran tenido lugar ni en las calles ni en los ayuntamientos. Cree este PSOE rubalcabiano que será capaz de encauzar de nuevo a su favor, si no a corto sí a medio y a largo plazo, estas actitudes insurreccionales trufadas de violencia, que espera se mantengan siquiera de forma contenida para después intensificarse bajo un Gobierno del PP. Y cuenta además con supuestos beneficios electorales que pueda reportarle un acuerdo con la ETA que, como contrapartida a la legalización de su brazo político, se presente como abandono definitivo del terrorismo. Pero lo cierto es que ha abierto una tan peligrosa como liberticida caja de Pandora.
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