Quien manda, manda. Sobre todo desde que en la última remodelación de su Gobierno Zapatero decidió, desesperado, ponerse en manos de Rubalcaba y su acreditado manejo y dominio de las pestilentes y lúgubres cloacas del Estado. Porque menudo es el personaje. Una vez que se le han concedido las mayores y más importantes prerrogativas, alguien tan amoral no iba a ponerse límite alguno. Y puesto que el uso y abuso de los resortes de Interior (léase Sitel) le permiten 'saber todo de todos' y, por consiguiente, chantajear a todo bicho viviente, podemos colegir quién ostenta el auténtico poder; máxime cuando el inquilino de la Moncloa es solo un cadáver a la espera de recibir sepultura. Aunque quizá hasta ahora no se haya hecho más evidente, hace tiempo que no hay más presidente del Gobierno que Alfredo Pérez Rubalcaba: eso sí, sin haberse sometido a las urnas, y ni tan siquiera al Parlamento. El suyo es un poder verdaderamente fáctico, soterrado, oscuro. Como a él le gusta.
Por supuesto, puede permitirse el lujo de imponer sus condiciones para erigirse, ya formalmente, en líder del PSOE y candidato a la presidencia del Gobierno: dada su proverbial alergia a la democracia, nada de elecciones primarias. Debido a su dominio del aparato y al previsible apoyo prestado por la mayoría de los máximos dirigentes regionales, partiría sin duda como el gran favorito. Pero, ¿y si resulta que las pierde, como Almunia ante Borrell o, más recientemente, Trinidad Jiménez ante Tomás Gómez? Que las urnas las carga el diablo, ya se sabe. Así pues, o se le aclama como el ungido en olor de multitudes de un Congreso Extraordinario, como ha exigido a través de Pachi López, o no hay tu tía. Y el (vice) presidente del Gobierno y Ministro del Interior ha demostrado una vez más que siempre se sale con la suya, porque no hay quien se atreva a echarle un pulso.

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