martes, 30 de noviembre de 2010
EN CUALQUIER CASO, DE ZAPATERO ES EL FRACASO
Pese a la inquietud de los barones regionales socialistas, que ven cada vez más mermadas sus posibilidades de conseguir la reelección en los cercanos comicios autonómicos, el Gobierno pretende ahora convencernos de que en realidad la debacle sufrida por el PSC en las legislativas catalanas no es achacable en absoluto a la gestión de Zapatero, y que se debe única y exclusivamente a determinadas 'singularidades'. Vamos, como si Cataluña hubiera tenido el privilegio de mantenerse inmune a una persistente crisis económica que, según todas las encuestas y de manera harto previsible, tanto está desgastando la imagen del Ejecutivo presidido por Zapatero y, en consecuencia, del partido que lo sustenta, que no es otro que el PSOE.
Pero aceptemos pulpo como animal de compañía y demos por buena esta versión: La culpa de tan escandalosa derrota reside en exclusiva en los errores cometidos por el Gobierno del tripartito social-ecocomunista-independentista, con Montilla a la cabeza. Pues bien, remontémonos a diciembre de 2003, cuando Zapatero todavía era líder de la oposición: El PSC de Maragall, que en las elecciones catalanas, a pesar de haber ganado en voto popular, no había conseguido imponerse a CiU en número de escaños, firmó con Iniciativa per Catalunya-Verts y Esquerra Republicana de Catalunya el pomposamente llamado 'Acuerdo para un Gobierno catalanista y de izquierdas en la Generalitat', más conocido como el Pacto del Tinell. El cual, además de otorgar al tripartito carta de naturaleza, se basaba en el cumplimiento de cuatro puntos: Entre ellos, 'más y mejor autogobierno' (que conllevaba la elaboración de un nuevo 'Estatut') y 'Cataluña, una nación socialmente avanzada'. Y puesto que la construcción de la nueva 'nació' catalana no podía sufrir impedimento alguno, un anexo excluía la posibilidad de cualquier pacto de Gobierno o acuerdo de legislatura, ya sea en la Generalitat o en cualquier institución de ámbito 'estatal', con el PP, entonces en el Gobierno de la nación merced a una nítida mayoría absoluta lograda en las urnas.
Tamaño engendro inconstitucional y sectario obtuvo, no sólo la aquiescencia de Zapatero, sino su explícito respaldo. Así, no tuvo inconveniente alguno en fotografiarse en el balcón del Palau de la Generalitat junto a Maragall, Carod y Saura, los tres tenores del recién nacido tripartito, con tal de escenificar su apadrinamiento del nuevo pacto con los independentistas. Fue la primera conquista política que pudo ofrecer a sus entonces desmoralizadas huestes y, además, toda una declaración de intenciones del camino que iba a tomar él mismo menos de un año después: De tal forma que llevaría el tripartito al Congreso de los Diputados y se apoyaría en los votos de ERC e IU para lograr su investidura como presidente del Gobierno; y en ambas formaciones, sobre todo en los esquerristas (a los que prometió derogar el trasvase del Ebro, tal y como hizo inmediatamente), obtendría su fundamental sostén político. Es más: Su gran, principal y finalmente fracasado propósito, el proceso de claudicación ante la ETA, tuvo su inicio e inspiración en el vil compadreo del secesionista Carod con los etarras, con los que acordó librar sólo a Cataluña de sus crímenes. Y su proyecto de cambio de régimen, ahora en suspenso debido a la crisis económica, pasaba por arrinconar y marginar al PP y despreciar a sus más de diez millones de votantes (el 'cordón sanitario', como lo bautizaría algún 'zejatero'), lo que suponía ni más ni menos que la aplicación también al ámbito nacional de aquel intransigente y excluyente anexo del Pacto del Tinell.
Sin embargo, para sacar adelante el 'Estatut', una reforma de la Constitución por la puerta de atrás (aunque posteriormente matizada por la tardía sentencia del Tribunal Constitucional), Zapatero traicionaría a un Maragall que había perdido toda esperanza en el empeño. No obstante, con el renegado cordobés Montilla esta vez como líder socialista, y a pesar del evidente desgaste electoral del PSC en los comicios catalanes de 2006 (había bajado de 42 a 37 escaños y perdido la mayoría del voto popular), el tripartito seguiría gobernando e incluso acentuaría su nefasto proceder nacionalista, basado en la inmersión lingüística. Políticas puramente identitarias y eminentemente liberticidas que, no sólo dejarían en mantillas las llevadas a cabo en su momento por el mismísimo Jordi Pujol, sino que además contarían con el apoyo claro y rotundo de Zapatero, que llegaría a manifestar públicamente su adhesión, por ejemplo, a las sanciones a aquellos comercios que sólo rotulen en español. Y es que el presidente del Gobierno, pese a serlo de todos los españoles, siempre ha alardeado de su especial preferencia por Cataluña y lo catalán, que como buen 'progre' confunde con lo nacionalista catalán.
A toro pasado, y una vez consumado el desastre electoral sin precedentes del PSC (de 37 a 28 diputados en el Parlament), es fácil acusar de tan dolorosa derrota a la conversión al nacionalismo y a la subsiguiente traición a sus votantes perpretada por los dirigentes socialistas catalanes, tal y como hacen estos días determinadas voces procedentes del PSOE; que a buenas horas, mangas verdes. Pero la responsabilidad no recae exclusivamente en Montilla, ni antes en Maragall, sino también y principalmente en Zapatero; el mismo que, no sólo en su momento prohijó el tripartito y lo presentó como su primer gran éxito político, sino que ha respaldado siempre que ha tenido ocasión tanto su continuidad como sus iniciativas y políticas más controvertidas, cuando no ha seguido su ejemplo. Así pues, en cualquier caso, sea por razones de ámbito nacional o por cuestiones domésticas catalanas, el fracaso es atribuible en primer lugar a Zapatero.
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