lunes, 22 de noviembre de 2010

35 AÑOS DE UN REINADO PARA TODOS LOS ESPAÑOLES


Fue el 22 de noviembre de 1975. Dos días después de la muerte de Franco, las Cortes proclamaban a Juan Carlos de Borbón y Borbón rey de España. Visiblemente cansado y ojeroso, el nuevo Jefe del Estado, plenamente consciente de la importancia histórica del momento y de la grave responsabilidad que recaía sobre su persona, pronunciaba ante procuradores y demás gerifaltes franquistas, y asimismo ante las cámaras de la televisión, un discurso extremadamente medido y ponderado: Por una parte, pretendía tranquilizar a un auditorio que en líneas generales recelaba todavía de un cambio político de envergadura, y de ahí sus alabanzas al recién difunto dictador ('una figura excepcional entra en la historia...'); pero por otra, dejaba absolutamente claro que, en una nueva etapa que se abría, su intención primordial era reinar 'para todos los españoles', sea cual sea 'su cultura, su historia o tradición', lo cual obviamente no sería concebible sin la recuperación de las libertades ni la implantación, siquiera paulatina, de reformas democráticas. Y don Juan Carlos, pese a la desconfianza que despertaba en esa parte de la oposición, esencialmente la de izquierdas, que abogaba por la ruptura pura y dura, ejercería de auténtico motor de la profunda democratización política que necesitaba España.

Un motor basado en el engranaje de dos piezas básicas: Torcuato Fernández Miranda, que desde la presidencia de las Cortes propició la evolución sin traumas a un sistema incipientemente democrático partiendo de la legalidad franquista ('de la ley a la ley a través de la ley'), y Adolfo Suárez, a quien el Rey nombró sorprendentemente presidente del Gobierno tras deshacerse de Carlos Arias Navarro ('un desastre sin paliativos'), una concesión al 'bunker'; todo un acierto, puesto que Suárez llevaría a cabo con pulso sereno pero firme las reformas políticas imprescindibles para hacer por fin de España un país situado al mismo nivel de las democracias occidentales. También cabe resaltar la generosidad y altura de miras, sin precedentes en la historia política, de esas mismas Cortes que proclamaron Rey a don Juan Carlos, que posteriormente aprobaron por amplísima mayoría su propia disolución (lo que se conoce como el 'hara kiri') para dar definitivamente paso a la transición democrática.

La estabilidad política y democrática, distintivo de los 35 años de reinado de Juan Carlos I, no hubiera sido posible sin ese espíritu de concordia que inspiró a los impulsores de aquellas reformas, empezando por el propio monarca. Si se quería construir una democracia para todos, resultaba imprescindible enterrar definitivamente las querellas intestinas que habían enfrentado a los españoles en dos bandos irreconciliables. Qué lejos queda tan loable actitud de quienes ahora buscan irresponsablemente la división entre españoles rescatando los fantasmas de la Guerra Civil y del franquismo y sacando a pasear sus cadáveres. Y todo con el mezquino objetivo de 'generar tensión' para intentar lograr réditos electorales. Aunque está por ver que esta vez les sirva de algo.

1 comentario:

Helio dijo...

En pocas palabras yo lo veo así, todos los esfuerzos de 30 años por la monarquia y una parte de los políticos se han ido al traste en cinco años, como consecuencia de un progresismo radical, que ademas economicamente nos tiene acogotados.
Saludos.