
Pese a la inquietud de los barones regionales socialistas, que ven cada vez más mermadas sus posibilidades de conseguir la reelección en los cercanos comicios autonómicos, el Gobierno pretende ahora convencernos de que en realidad la debacle sufrida por el PSC en las legislativas catalanas no es achacable en absoluto a la gestión de Zapatero, y que se debe única y exclusivamente a determinadas 'singularidades'. Vamos, como si Cataluña hubiera tenido el privilegio de mantenerse inmune a una persistente crisis económica que, según todas las encuestas y de manera harto previsible, tanto está desgastando la imagen del Ejecutivo presidido por Zapatero y, en consecuencia, del partido que lo sustenta, que no es otro que el PSOE.
Pero aceptemos pulpo como animal de compañía y demos por buena esta versión: La culpa de tan escandalosa derrota reside en exclusiva en los errores cometidos por el Gobierno del tripartito social-ecocomunista-independentista, con Montilla a la cabeza. Pues bien, remontémonos a diciembre de 2003, cuando Zapatero todavía era líder de la oposición: El PSC de Maragall, que en las elecciones catalanas, a pesar de haber ganado en voto popular, no había conseguido imponerse a CiU en número de escaños, firmó con Iniciativa per Catalunya-Verts y Esquerra Republicana de Catalunya el pomposamente llamado 'Acuerdo para un Gobierno catalanista y de izquierdas en la Generalitat', más conocido como el Pacto del Tinell. El cual, además de otorgar al tripartito carta de naturaleza, se basaba en el cumplimiento de cuatro puntos: Entre ellos, 'más y mejor autogobierno' (que conllevaba la elaboración de un nuevo 'Estatut') y 'Cataluña, una nación socialmente avanzada'. Y puesto que la construcción de la nueva 'nació' catalana no podía sufrir impedimento alguno, un anexo excluía la posibilidad de cualquier pacto de Gobierno o acuerdo de legislatura, ya sea en la Generalitat o en cualquier institución de ámbito 'estatal', con el PP, entonces en el Gobierno de la nación merced a una nítida mayoría absoluta lograda en las urnas.

Sin embargo, para sacar adelante el 'Estatut', una reforma de la Constitución por la puerta de atrás (aunque posteriormente matizada por la tardía sentencia del Tribunal Constitucional), Zapatero traicionaría a un Maragall que había perdido toda esperanza en el empeño. No obstante, con el renegado cordobés Montilla esta vez como líder socialista, y a pesar del evidente desgaste electoral del PSC en los comicios catalanes de 2006 (había bajado de 42 a 37 escaños y perdido la mayoría del voto popular), el tripartito seguiría gobernando e incluso acentuaría su nefasto proceder nacionalista, basado en la inmersión lingüística. Políticas puramente identitarias y eminentemente liberticidas que, no sólo dejarían en mantillas las llevadas a cabo en su momento por el mismísimo Jordi Pujol, sino que además contarían con el apoyo claro y rotundo de Zapatero, que llegaría a manifestar públicamente su adhesión, por ejemplo, a las sanciones a aquellos comercios que sólo rotulen en español. Y es que el presidente del Gobierno, pese a serlo de todos los españoles, siempre ha alardeado de su especial preferencia por Cataluña y lo catalán, que como buen 'progre' confunde con lo nacionalista catalán.
