
Inquirir cuántos socios puede tener una organización privada, como por ejemplo una asociación de amigos de la pesca que se nutre única y exclusivamente de donaciones particulares, no sería de nuestra incumbencia siempre y cuando desarrolle sus actividades de manera lícita y con respeto a las leyes. Ahora bien, averiguar cuántos liberados sindicales conforman los distintos organismos y empresas del Estado sí es asunto de pleno interés para los ciudadanos, como tales contribuyentes. Fundamentalmente, porque en un régimen de opinión pública ésta tiene todo el derecho a saber en qué se emplea hasta el último céntimo que proceda de los impuestos de todos; y quien administra el erario, el Gobierno, adquiere la obligación de informar fehacientemente de ello.
Sin embargo, cada vez que se le ha preguntado sobre el número exacto de sindicalistas o similares que, gracias a donaciones forzosas en forma de impuestos, tienen el medieval privilegio de cobrar sin dar un palo al agua, el Ejecutivo ha dado la callada por respuesta, cuando no la pura y dura tomadura de pelo. Y es que este sindicalismo socialburocrático, vertical y apesebrado, pese a vivir de abundantes y cuantiosísimas subvenciones, se muestra totalmente incompatible con la transparencia y la publicidad exigibles en democracia: Desde las cifras de afiliados hasta la gestión de unos cursos de formación tan dispendiosos como inútiles (por mucho que esos parados, según el visionario de La Moncloa, 'trabajen por el país'), pasando por el coste de aquellos cutre-vídeos con los que se pretende animar a la participación en ese mal simulacro de huelga general, adolecen de secretismo y de un oscurantismo al que se presta y contribuye el Gobierno socialista. Vamos, que para no rendir cuentas del uso del dinero público basta con autoproclamarse 'defensores de los derechos de los trabajadores'; y quien no entienda cómo es posible erigirse en tal sin ni tan siquiera molestarse en pisar el lugar de trabajo es sin duda un neoliberal intransigente, un peligroso 'thatcherista'.

Porque nada teme más el Gobierno de Zapatero que enemistarse definitivamente con quienes hace poco le distinguían con todo su 'cariño' y hasta colaboraban en el diseño de su gloriosa política económica; de ninguna manera quiere correr el riesgo de que la ópera bufa que tendrá lugar el 29-S se convierta en una huelga general con todas las letras. Eso sí que no.
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