miércoles, 14 de junio de 2017

Y TRAS LA FARSA... A TRABAJAR EN SERIO

Adolfo Suárez no tuvo a bien intervenir en ningún momento de la moción de censura que le presentara en 1980 un PSOE que de esta manera pretendía, además de desgastar más si cabe la muy castigada figura del entonces presidente, visualizarse como alternativa clara de Gobierno. Felipe González se reservó para el último momento de la segunda sesión de la desafortunada moción de un Antonio Hernández Mancha para entonces absolutamente desarbolado. Sin embargo, Mariano Rajoy protagonizó todo un golpe de efecto parlamentario al subir al estrado para responder ya al primer discurso, más bien "ladrillo" estilo Fidel, de quien había registrado la iniciativa-espectáculo en nombre del Mesías, que, obviamente, no podía ser otra que Irene Montero; por supuesto, en calidad de portavoz (aclarémoslo, no nos vayan a tachar de rancios machistas).

Por tanto, Mariano Rajoy, del que todavía muchos hacen mofa y befa a propósito del "plasma", ha sido hasta ahora el único jefe del Ejecutivo que, en una moción de censura, ha saltado a la arena parlamentaria desde el primer momento. Y de qué manera. Su característico estilo fino y cortés pero firme, muy al modo anglosajón, contrastó y se impuso de nuevo al trazo grueso faltón y asambleario de estos Ceacescu a la bolivariana que, además, daban la impresión de pretender derribar por aburrimiento a su denostado sistema parlamentario. La perorata de Iglesias Turrión, aderezada de sus delirantes y marxistoides interpretaciones de la historia de España, logró superar en sopor al mismísimo rollazo perpretado por su insigne pareja. Eso sí: su mención laudatoria al "regeneracionista" Joaquín Costa, que abogaba por que surgiera como salvador de España un "cirujano de mano de hierro", esto es, un dictador que no andara con contemplaciones, fue, pese a que haya pasado mediáticamente desapercibida, muy significativa.

Pero aparte de difamar, insultar y endosarnos infinitas dosis de demagogia, que es lo suyo, ¿qué programa de Gobierno fue capaz de exhibir quien se presentaba a candidato a jefe del Ejecutivo, como corresponde al carácter constructivo de la moción de censura en nuestro sistema parlamentario? Además de generalidades y banalidades propias del populismo de ultraizquierda, nada de nada. Eso sí: ha quedado claro que Podemos cambia de referentes como de camisa: primero, Venezuela, que dejó de presentarse como tal cuando la naturaleza liberticida, dictatorial y ruinosa de su régimen "bolivariano" se tornó escandalosa; después, Grecia, hasta que el amigo Tsipras impuso el "corralito"; y ahora, Portugal, gobernada por una coalición de socialistas y extremas izquierdas, se ha convertido en ejemplo a seguir según el aspirante Iglesias Turrión. Pues bien: para "austericidio", la que está llevando a cabo el Gobierno del país vecino, que de todas formas, y pese a que es cierto que parece remontar el vuelo, se halla muy lejos, por ejemplo, de las cifras de crecimiento y creación de empleo de la España "neoliberal" de Rajoy.

Desde luego, quien mejor podía responder a las insolencias radicales, populistas y demagógicas de Iglesias Turrión era un parlamentario avezado y brillante como Mariano Rajoy... y bien que lo hizo. No contento con dejarle sin comer al responder inmediatamente a su primer e interminable discurso, el repaso dialéctico que le propinó fue de auténtico órdago, insistiendo en el siguiente mensaje fundamental: alguien tan sectario, ultramontano y contrario al sistema como Iglesias Turrión no puede ser el presidente de todos los españoles.

"¿Qué cree que puede gobernar bien quien ni tan siquiera se plantea gobernar para todos? Por eso no puede usted ser presidente del Gobierno". Ciertamente, nadie en el Congreso como Mariano Rajoy ha retratado de mejor forma, y tan implacablemente, el carácter intransigente y extremista de quien pretende presentarse como "presidenciable". Aunque es justo reconocer que Ana Oramas, la diputada de Coalición Canaria, no le andó a la zaga en ese menester de desenmascarar al personaje.

Además, Rajoy también tuvo la habilidad de sacar a colación la indefinición de Iglesias Turrión acerca de un asunto tan básico, y que alguien que aspira a presidir un día el Gobierno de España debería tener meridianamente claro: dónde reside la soberanía nacional y, consiguientemente, la defensa de la unidad de la nación. Las apelaciones del presidente sobre el particular, a los que el "candidato" solo respondió con evasivas y divagaciones, le pusieron definitivamente contra las cuerdas. No deja de ser en ese sentido muy indicativo que los únicos apoyos con los que contó su impostura en forma de moción fueran el de los dos diputados proetarras de Bildu (el diablo los cría y ellos se juntan) y el de la Esquerra Republicana de Catalunya encabezada por los muy ponderados y elegantes Tardá y Rufián. Sin duda, el Mesías consiguió aglutinar a lo mejor de cada casa, y justo a aquellos que más se distinguen por defender España, sus intereses y su unidad. ¿Aunque a alguien le extraña?

Para poner la guinda final, un soberbio Rafael Hernando destapaba el fariseísmo y la hipocresía de unas izquierdas, que, en efecto, ninguna autoridad moral tienen para dar lecciones sobre ética y corrupción. Unos, el PSOE, único partido junto con Unió condenado en firme por financiación ilegal, y dos de cuyos presidentes se hallan procesados por el escándalo de los ERE fraudulentos; otros, Podemos, financiados por tiranías como Irán y Venezuela, con condenados judicialmente en su bancada, e incapaces de reprobar la represión sangrienta del régimen chavista. Así de claro, así de lamentable.

Y puesto que votaban los representantes de la soberanía nacional, y no los participantes mediatizados de una asamblea de la "Facul", el resultado ha sido el previsible: 170 votos (PP+Cs+CC) en contra de la "moción-peñazo" frente a solo 82 a favor (Unidos Podemos+ERC+Bildu) y 97 abstenciones (PSOE+PNV+PdeCat). Se acabó la última farsa de Iglesias Turrión. Pero la peor noticia para la ultraizquierda podemita no es esa, sino que a partir de mañana mismo no les quedará más remedio que ponerse a trabajar en serio. O, dentro de sus limitadas posibilidades de esfuerzo, al menos intentarlo.

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