Pocas horas después de la salvaje y cobarde agresión del que fuera objeto en Pontevedra por parte de una despreciable alimaña de extrema izquierda, Mariano Rajoy, mostrando una fortaleza verdaderamente admirable, continuaba con absoluta normalidad la programación de sus actos, tanto de campaña como los derivados de su cometido como presidente del Gobierno: esa misma noche, un mitin en La Coruña; a la mañana siguiente, protagonizaba una conferencia en Barcelona; y por la tarde, viajaba a Bruselas para participar en el Consejo Europeo junto a los demás
presidentes y primeros ministros de la Unión Europea.
Se equivocaba de
medio a medio quien temiera, o incluso deseara, que ese puño impulsado por el
odio más visceral iba a alterar lo más mínimo la agenda del presidente
Rajoy, que en cambio vuelve a dar a propios y extraños, y
fundamentalmente a sus detractores a derecha y a izquierda, una
auténtica lección, no solo de entereza, sino de saber
estar y caballerosidad: pese a que hay quienes también le critican por ello, resulta encomiable su petición de no utilizar políticamente el atentado, con lo que sin duda ha contribuido desde la alta magistratura que ostenta a rebajar la crispación.
Tendrían que tomar nota sobre todo aquellos que
desprestigian y degradan la que debería ser una noble actividad, como es
la política, convirtiéndola en terreno abonado para el insulto, la
difamación y el juego sucio. La tan mentada regeneración política no
puede venir de la mano de semejantes actitudes que en último término
buscan generar tensión y hasta criminalizar al adversario y
transformarlo en enemigo digno de ser liquidado (caldo de cultivo de la
agresión física), sino ateniéndonos a los principios del debate y la
confrontación de ideas y proyectos propios de la democracia y el
pluralismo político, bajo las premisas de unas reglas de juego basadas
en el civismo y un mínimo respeto personal hacia quien piensa diferente.
Y en una ponderación y sensatez de la que Mariano Rajoy Brey está dando
el mejor ejemplo.
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