Un viernes de noviembre, un dramático 13-N, se ha convertido en el particular 11-S sufrido por Francia. Diez meses después de los atentados contra periodistas y empleados del periódico satírico 'Charlie Hebdo' y policías y personas de ascendencia judía, que tanta conmoción despertaron en todo el mundo, el terrorismo yihadista ha vuelto a golpear con toda su crueldad asesina
y criminal en territorio francés, hasta el punto de llegar a sembrar la zozobra y el caos en pleno
corazón de París: 129 muertos y 180 heridos, 99 de ellos de gravedad, de resultas de siete atentados en cadena en distintos puntos de la capital francesa y en lugares muy concurridos, especialmente por turistas. La Policía, la Gendarmería y el Ejército francés no tardaron en tomar literalmente París toda vez que el presidente de la República, Hollande, se vio obligado a decretar el cierre de fronteras y el estado de emergencia, en virtud esta última de una ley que data de 1956, promulgada con motivo de la guerra de Argelia.
Esta ley francesa de estado de emergencia, que tuvo su última aplicación en 2005 (si bien limitada a barrios periféricos de París para hacer frente a una ola de disturbios, no en todo el territorio nacional como ahora), contempla medidas de excepción tales como permitir a las fuerzas de orden público restringir la circulación de vehículos y
personas, ordenar registros y arrestos domiciliarios sin necesidad de mandato
judicial, suspender espectáculos públicos y cerrar lugares de ocio, prohibir manifestaciones en la vía pública (como de hecho así ha procedido la prefectura de policía 'hasta nueva orden'), o incluso instaurar disposiciones de control de la prensa. Se trata, obviamente, de preceptos legales de carácter transitorio y absolutamente necesarios para garantizar la seguridad y la defensa y supervivencia de la democracia y el Estado de Derecho en situaciones excepcionales y de máxima gravedad, pero que demuestran que la mismísima 'Patriot Act', promulgada tras el 11-S y tan vapuleada y reputada de 'liberticida' sobre todo por venir de donde viene (esto es, de los Estados Unidos y de Bush), se queda en mantillas ante la previsión de suspensión temporal de derechos y libertades que establece el sistema legal de la República Francesa. Como ocurre, por cierto, en cualquier régimen democrático que se precie (así, en el nuestro, cuya Constitución recoge los estados de alarma, de excepción y de sitio).
Sea como fuere, esta vez no proceden los pretextos que, con motivo de los ataques de enero, utilizaron quienes siempre en estos casos buscan atribuir alguna culpa a las víctimas (y con ellas a Occidente y nuestro sistema de libertades): en esta ocasión, los yihadistas no
han segado la vida de dibujantes que hayan ofendido gratuitamente al Islam, ni tan siquiera de policías que se interpusieran en el camino ni de quienes, como judíos, pudieran sufrir las consecuencias de actos de represalia provocados por la infinita 'maldad' de Israel con respecto a la 'oprimida' Palestina. Los objetivos de atentados tan brutales e indiscriminados han sido
personas anónimas e indefensas, sin distinguir nacionalidad, religión ni condición, pero cuya sola existencia, por su carácter de
'infieles', ofende a semejantes fanáticos sanguinarios. Porque nos odian a nosotros, los occidentales, y nuestro sistema de valores; porque quieren
acabar con nosotros y nuestro modo de vida basado en
la libertad individual, y a estas alturas deberíamos tenerlo claro si queremos evitar que lo logren.
No se trata, pues, de buscar 'venganza', como ha aseverado cierto Mesías con tal de justificar su negativa a adherirse al Pacto Antiyihadista firmado por PP y PSOE y al que se sumará Ciudadanos (y es que, claro, Irán paga); sino, simple y llanamente, de defenderse de un enemigo que persigue tu aniquilación y la de toda una civilización. Y es que, aunque tanto se resistieran a asumirlo en su momento, y precisamente, en la misma Francia, abonada entonces al antiamericanismo fácil, y que abanderaba al albur las tesis de un pacifismo tan buenista como suicida, los atentados del 11-S en Nueva York y Washington supusieron toda una declaración de guerra, no a los Estados Unidos y su política internacional 'intervencionista' y 'belicista', sino al 'satánico' y 'cruzado' Occidente en general; una guerra de carácter global que, por mucho que algunos se empeñaran en negar su existencia, empezó entonces y que continúa librándose ahora, catorce años después, y que, sin ir más lejos, ha llevado a la plena implicación de la propia Francia en los bombardeos contra posiciones del Estado Islámico en Siria. Así, el presidente de la República, François Hollande, ha definido los ataques de París como 'actos de guerra'; mientras que su Primer Ministro, Manuel Valls, ha reiterado que 'Francia está en guerra'.
De la misma manera que tras el 11-S Estados Unidos no debía rendirse y ceder ante el chantaje criminal, sino bien al contrario, y en colaboración con sus aliados, intensificar su lucha contra el terrorismo islamista y perseguir a sus cabecillas allí donde sea menester (de esta forma, no lo olvidemos, se logró debilitar a Al-Qaeda e incluso capturar y matar a su líder, Bin Laden), Francia tras el 13-N, lejos de claudicar y allanarse a la más mínima pretensión fundamentalista, ha de situarse a la vanguardia del mundo libre en la cruenta batalla contra el yihadismo: tanto en nuestros propios territorios, como allá donde se encuentren. Solo así, unidos sin fisuras frente a la barbarie y en defensa a ultranza de los principios y valores que distinguen a las sociedades abiertas y democráticas, venceremos.
Unidad y patriotismo; valores de los que la admirable nación francesa ya vuelve a dar soberanas lecciones al mundo entero: verdaderamente emocionante la entonación al unísono de 'La Marsellesa' por parte de un nutrido grupo de aficionados franceses que, la misma noche de los atentados, salían del estadio de Saint-Denis tras varias horas encerrados en el recinto. Además, obviamente, nadie en Francia atribuye culpa alguna de los atentados islamistas a su Gobierno, pese a que haya participado en bombardeos contra el Estado Islámico en Siria; bien al contrario: al igual que en los Estados Unidos tras el 11-S, todo un pueblo, toda una nación, se mantiene unida en torno a su presidente de la República. Y es que en momentos tan delicados y cruciales es cuando la fortaleza y grandeza de un país adquiere su máxima expresión.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario