Además, el peronismo, articulado, no como partido político, sino como 'Movimiento Nacional' (bajo el rimbombante nombre de 'Partido Justicialista'), no se ha recatado en utilizar una supuesta defensa de la soberanía e independencia económica de Argentina, y por supuesto la protección del 'pueblo' frente a los abusos de las grandes corporaciones internacionales, como coartadas para robar: cabe recordar como reciente ejemplo el latrocinio en 2012 de YPF, filial de la compañía española Repsol, por parte de ese remedo recauchutado de Evita Perón que responde al nombre de Cristina Fernández de Kirchner, durante los últimos ocho años, y para desgracia de unos argentinos que, eso sí, la votaban abrumadoramente, presidenta de la República Argentina. Se trata, en suma, de un nacionalismo trufado de populismo 'descamisao' que ha convertido a uno de los países más desarrollados del mundo en el perfecto ejemplo de insolvencia económica, pero que ha sabido captar como nadie la idiosincrasia del argentino medio hasta identificarse casi plenamente con él.
De ahí los numerosos éxitos electorales del peronismo desde su misma aparición: no por casualidad, Perón sigue siendo el candidato a la presidencia de Argentina que más elecciones ha ganado (en 1946, 1952 y 1973) pese a que le prohibieron presentarse en buen número de ellas; el peronista Carlos Menem el presidente que más tiempo ha permanecido de manera ininterrumpida en el poder (de 1989 a 1999); e incluso en los comicios de 2011 los tres candidatos peronistas lograron acumular nada menos que el 68 por ciento de los votos. Así pues, la hegemonía del peronismo en Argentina ha venido siendo tan indiscutible como dispendiosa, hasta el punto de hacer realidad aquella lapidaria frase formulada por su fundador solo dos años antes de su muerte: 'peronistas somos todos'.
Sabido es que el genial Jorge Luis Borges, argentino universal, aseveró que los peronistas no son ni malos ni buenos, ni de derechas ni de izquierdas, sino sencillamente 'incorregibles'. Tanto, que entre sus dirigentes políticos siempre ha cundido la idea de que, puestos a hacer el inmenso sacrificio de cometer latrocinios por el bien del 'pueblo', algún beneficio habrían de obtener también sus propios bolsillos. Son tristemente célebres, por ejemplo, los episodios de corrupción protagonizados por la familia Perón y su entorno y los desfalcos al erario público perpretados por Menem, familiares y allegados. Pero a propósito de la presidenta todavía en funciones, que para más inri se estrenó apropiándose de los ahorros de todos los argentinos, y de su antecesor en el cargo y difunto marido, Néstor Kirchner, su patrimonio familiar se vio en 2011 incrementado de siete a 89 millones de pesos (es decir, más del 1.000%) justo desde 2003, cuando el matrimonio Kirchner empezó a habitar en La Casa Rosada.
Son significativos ejemplos de la verdadera esencia, corrompida y corruptora, nepótica y cleptocrática, de un peronismo que, empero, ha concitado alabanzas y adhesiones en regímenes y corrientes políticas que pueden parecer absolutamente dispares, pero que tienen en común una indisimulada aversión hacia los sistemas políticos parlamentarios y de economía de libre mercado: así, en España, tanto en su momento en el franquismo (que recibió en plena posguerra a una generosa Evita Perón como una estrella de Hollywood, además de acoger al mismísimo fundador durante su exilio) como ahora en los ideólogos de Podemos (que han presentado a la política populista y onerosa de Cristina Fernández de Kirchner como ejemplo a seguir).
Hasta que llegó Mauricio Macri, un ingeniero y empresario conocido por sus éxitos como presidente del Boca Juniors (lo que siempre da caché por aquellos lares) y, sobre todo, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a la que ha sabido convertir en una especie de fortín antikirchnerista. Nadie mejor que él para captar y reunir en torno a su figura el voto del paulatino y creciente descontento generado por unas políticas de gasto público desbocado que han llevado a los argentinos a soportar niveles de inflación 'venezolanos' (hasta del 40%); porque, una vez más, el populismo vuelve a demostrar en su puesta en práctica su carácter dañino y contraproducente, especialmente para quienes proclaman defender y proteger: los más desfavorecidos.
Así, Macri ha sido capaz de imponerse a todo un régimen de pensamiento único imperante desde mediados del siglo pasado (es, desde 1916, el primer candidato a la presidencia de la República Argentina que, sin pertenecer ni al peronista Partido Justicialista ni a la socialdemócrata Unión Cívica Radical, se alza con la victoria), y sin que tan siquiera la gastada etiqueta de 'neoliberal' que sus adversarios políticos y la gran mayoría de medios de comunicación le han venido colocando (y todo porque defiende sin ambages el libre mercado, la propiedad privada y el rigor en las cuentas públicas; esto es, justo lo contrario de lo que ha conducido a Argentina a la insolvencia económica) haya podido hacerle mella en esta ocasión.
Y es que al peronismo le han dicho basta... por fin. Argentina, aunque parecía imposible, ha dejado de ser peronista. Se abre, pues, paso una oportunidad de oro para que la otrora tierra de promisión vuelva a serlo.
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