miércoles, 23 de mayo de 2012

LA GRAN ASIGNATURA PENDIENTE

Otro pulso planteado en la calle al Gobierno del PP, y nuevo fracaso: porque, independientemente de las cifras que aporten unos y otros (casi siempre sesgadas), sí ha resultado evidente que la que ha sido presentada como una protesta sin precedentes en la historia de la democracia no ha sido capaz de paralizar el desarrollo de la jornada docente, y que su seguimiento, en el mejor de los casos, ha sido desigual. De todas formas, y haciendo abstracción de las detenciones que han llegado a producirse (algo que se está convirtiendo en nefasta costumbre cada vez que la izquierda se manifiesta), no parece que convocar una huelga general en plena época de exámenes constituya el mejor ejemplo para los alumnos: se puede entender que desgastar a una derecha maldita que encima se atreve a gobernar ha de ser prioridad absoluta para algunos, pero luego no hemos de extrañarnos de los altos índices de fracaso escolar. Porque resulta sarcástico justificar tales algaradas en la defensa de la 'calidad' de una enseñanza pública que el PSOE, vía LOGSE y pedagogía constructivista, ha situado a la altura del betún: como si no hubiese quedado suficientemente demostrado que el lamentable estado de nuestra enseñanza no se debe a un problema de falta de inversión, sino a un sistema que ha desterrado los valores del esfuerzo, la excelencia y la competitividad y no reconoce la autoridad del profesor.

Sea como fuere, el Ministro de Educación, Wert, ha mostrado su disposición a 'aproximar posturas' para reformar el sistema educativo. Vano intento según la reciente experiencia, porque la izquierda nunca ha renunciado a utilizar la educación 'pública' como tótem para distinguirse de la derecha, elitista y siempre presta a privatizarla, y poder así emplearla como arma arrojadiza: valga como ejemplo el acuerdo que Esperanza Aguirre, cuando era Ministra de Educación, alcanzó con el socialista Laborda en el Senado para ampliar los contenidos de Humanidades y garantizar la enseñanza en español en todo el territorio nacional; pacto que a continuación, y a traición, sería tumbado en el Congreso de los Diputados por el mismo PSOE, con la ayuda de los nacionalistas. Después, en la segunda legislatura de Aznar, la de la mayoría absoluta, el PP quiso también buscar el consenso (algo que se le reprochó en su momento), y de ahí que se tardara demasiado en aprobar la Ley de Calidad de la Educación y tuviera escasa vigencia; pronto llegaría al Gobierno, y por sorpresa, Zapatero, al que le faltó tiempo para derogarla y 'rescatar' ese engendro llamado LOGSE. Por tanto, aquí que cada palo aguante su vela.

En cualquier caso, la mejor reforma educativa no tiene por qué proceder necesariamente del 'santificado' consenso (aunque sea conveniente para garantizar su perduración, al abrigo de los cambios de Gobierno), y menos si tenemos en cuenta las erradas ideas que sobre educación sigue albergando el socialismo, todavía partidario de propiciar la igualdad en la mediocridad y penalizar la excelencia. Esperemos que esta vez sí se lleve a cabo una reforma en profundidad del sistema educativo, que devuelva la autoridad y el prestigio al profesorado y promueva el esfuerzo y la competitividad; sin duda, la gran asignatura pendiente de nuestra democracia.

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