lunes, 28 de mayo de 2012

LA ENFERMEDAD DE LA NACIÓN

Con serlo, lo más preocupante del inmediato porvenir de España como nación no es la crisis económica que todavía sufre con especial intensidad: potencial y recursos, tanto materiales como humanos, tiene para afrontarla y superarla, y uno está convencido de que llevando a cabo las adecuadas reformas económicas e institucionales lograremos salir de esta. Se trata de una perturbación, aunque severa y larga, pasajera, de la que sabremos recuperarnos, como hemos demostrado en varias ocasiones a lo largo de la historia. Ahora bien, la pasada semana, y a propósito de un hecho tan aparentemente trivial como pueda ser un partido de fútbol, quedó patente que la nación adolece de un mal que se ha hecho, por desgracia, definitivamente endémico; de una enfermedad, esta sí, absolutamente grave, enquistada y de más difícil resolución: la que representa el nacionalismo secesionista, valga la redundancia.

No por esperado fue menos bochornoso el deleznable espectáculo que en la final de la Copa del Rey dio el separatismo, que una vez más ha mostrado su chabacanería, irrespetuosidad, intolerancia y fanatismo; notas que, pese a que se nos ha presentado durante tantos años al nacionalismo como la quintaesencia de la moderación y la democracia, le caracterizan. Y es que en realidad solo les mueve su irracional odio a España (o a 'Madrit', al que identifican con el mismo enemigo), y por tanto no pierden ocasión para ultrajar sus símbolos nacionales; y qué mejor lugar para hacerlo que en un escenario tan propicio para el forofismo y el manejo de las masas como un partido de fútbol.



A su vez, resultan verdaderamente descorazonadores, pero también tremendamente significativos, los respaldos que tan oprobioso acto de agravio ha obtenido fuera del ámbito nacionalista; fundamentalmente (aunque no solo) de una izquierda que, debido a la mala conciencia de sus largas vacaciones políticas en el franquismo, siempre le ha concedido un 'plus' de legitimidad democrática al nacionalismo. Así, por ejemplo, cuando se utiliza la coartada de una pretendida libertad de expresión, como si dentro de tal categoría se pudiera incluir un supuesto 'derecho al insulto', en este caso a nuestro himno, nuestra bandera y nuestro Rey; los cuales, por simbolizar la soberanía de una nación, e independientemente de la opinión que les merezca el más montaraz de los secesionistas, deberían ser objeto del respeto más absoluto en actos públicos e institucionales. Por puro civismo democrático.

Pero de la misma forma que el nacionalismo disfruta de patente de corso para desbarrar, insultar y vejar, sobre todo cuando de España se trata, hay a quien, por exactamente atreverse a toserles a unos intocables nacionalistas y situarles ante sus miserias, se le niega el ejercicio de esas mismas libertades (de expresión y opinión) para las que hay manga ancha en otros casos; y, de paso, se le culpa de aquello que precisamente critica. Porque quienes han acusado a Esperanza Aguirre de 'avivar el fuego' (como si la misma masa bárbara que pitó los acordes de la Marcha Real hace dos años en Mestalla hubiese necesitado de la 'provocación' previa de la presidenta de la Comunidad de Madrid), obvian que quienes comenzaron el grotesco circo separatista fueron los nacionalistas (desde proetarras hasta convergentes) que utilizaron la sala Clara Campoamor del Congreso de los Diputados para reivindicar selecciones 'nacionales' para Cataluña y País Vasco y, a su vez, animar a las aficiones barcelonista y bilbaína a silbar el himno nacional; la continuó el presidente del Barcelona, Rossell, pidiendo que se respete 'la expresión de sentimientos' de la hinchada de su equipo; y la culminaron los diputados nacionalistas que envolvieron los leones del Congreso con bufandas y banderas. 


Esperanza Aguirre se limitó a dar su opinión (coincidente con medidas que se toman en otros países con mayor tradición democrática) sobre el particular respondiendo a una pregunta concreta, y dentro de una entrevista en la que en su práctica totalidad la presidenta estuvo hablando del mismo asunto del que le acusan quería desviar la atención: el déficit de su Comunidad Autónoma. Pero sabido es que nacionalistas e izquierdistas comparten muchos prejuicios (en el caso de los segundos por los mencionados complejos franquistas), que le llevan a colocar el sambenito de 'fachas' a aquellos que defiendan con claridad meridiana la nación española y sus símbolos; de ahí que salieran al unísono a emprender una campaña típicamente intoxicadora (que, por cierto, ha tenido eco en medios no afines al socialismo ni al nacionalismo) con la siguiente consigna: culpar de esa misma pitada promovida y alentada por el nacionalismo a Esperanza Aguirre, quien para más inri, tanto por su escaso apego a los parámetros de lo políticamente correcto como su españolismo sin ambages, es una de las grandes 'debilidades' compartidas por socialistas y nacionalistas. Lo que sin duda resalta más si cabe las virtudes políticas e ideológicas de doña Esperanza.

De tal forma que los agresores han convertido en agresor, en este caso agresora, a quien denuncia sus desmanes y propone que se reaccione contra los mismos: quizá hasta de los graves insultos que antes de la disputa de la final se profirieron contra la señora Aguirre sea culpable la misma presidenta. Por supuesto, no cabe esperar la más mínima petición de perdón ni por parte de los presidentes y directivos del Barcelona y el Athletic de Bilbao, que en el fondo beben del nacionalismo (aunque no quieran separarse del sabroso negocio, en este caso futbolístico, que representa su denostada España), y ni mucho menos de los presidentes autonómicos y demás políticos nacionalistas, que viven del odio a España que azuzan y fomentan. ¿Y después de la infamia del 25 de mayo en el Vicente Calderón, qué? ¿Se tomará cumplida nota de tan desagradable experiencia para intentar evitarla, o contenerla, en el futuro? Es de temer que la respuesta será similar a la que tuvo lugar después del 13 de mayo de 2009 en Mestalla, y como cada vez que el secesionismo plantea un pulso a la nación española: absolutamente nula. Se le volverá a quitar importancia al ultraje y nos olvidaremos pronto, que además ahora la Selección Española juega la Eurocopa de fútbol. Pero limitarse a mirar para otro lado no conseguirá conjurar la principal y más grave enfermedad que sufre nuestra nación; bien al contrario, y como ha quedado suficientemente demostrado, la seguirá alimentando.

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