lunes, 7 de mayo de 2012

LA AUSTERIDAD: DE VIRTUD A BICHA

Que en una campaña electoral marcada por la consigna general 'todos contra Sarkozy', el tan denostado candidato haya conseguido un 48 por ciento de los votos no deja de tener su mérito; si bien ese porcentaje ha sido insuficiente para renovar su mandato como Presidente de Francia, cuya titularidad, tras nada menos que 17 años, ha pasado a ostentar un socialista, el segundo de la V República: François Hollande. La crisis económica vuelve a llevarse por delante a un gobernante; en este caso incluso a un político de auténtica categoría y raza y con indiscutibles dotes de liderazgo (de los que tanto escasean en la Europa actual), pero cuya carrera política, que se presumía especialmente brillante y relevante, ha acabado siendo más breve de lo normal y pasará más desapercibida de lo que se esperaba. Quizá precisamente su propia tendencia a la exhibición mediática, de la que ni tan siquiera se ha librado su relación sentimental con la cantante y modelo Carla Bruni, haya terminado pasándole factura.

En cualquier caso, la llegada al Palacio del Elíseo de un socialista que ha basado su discurso electoral en refutar las políticas de rigor económico y presupuestario y, en consecuencia, rechazar los inquebrantables principios del dúo 'Merkozy', no ha hecho sino generar, cuando menos, incertidumbre en la Europa comunitaria. De ahí que la victoria de Hollande, aun cuando se tenía por descontada en virtud de los sondeos, haya sido recibida con caídas en las bolsas europeas. Para más inri, en la indomable Grecia el panorama político se torna más confuso si cabe tras la celebración de sus elecciones legislativas, que han dado como resultado un Parlamento excesivamente fragmentado y con presencia mayoritaria de pequeños partidos y partidas que, desde la extrema derecha neonazi a la extrema izquierda procomunista ('sorpasso' incluido, ya que la izquierda radical ha llegado en superar en votos y escaños al socialismo griego), coinciden en el repudio absoluto de las disposiciones de Bruselas. La solución más inmediata parece residir en un Gobierno de concentración entre los (no lo olvidemos) ganadores de las elecciones, los conservadores de Nueva Democracia, y los socialistas del PASOK, aunque estos últimos no están de momento por la labor; cualquier otra alternativa desembocaría en la salida del euro del país heleno, por supuesto que con todas las consecuencias: porque no resulta de recibo estar en misa y, a la vez, repicando.

De todas formas, los últimos comicios franceses y griegos han demostrado la rentabilidad electoral de mentar la bicha de la austeridad como supuesto causante del alargamiento de la crisis económica. Lo cual a su vez es muy indicativo de la enfermedad moral de la que adolece Europa, e incide en la evidencia de que la crisis que sufrimos no es tan solo económica, sino fundamentalmente de valores. Porque la austeridad, que significa sobriedad, rigidez en la forma de obrar y sujeción a las normas de la moral, implica vivir sin alardes, sin ostentación, y por tanto gastando en lo estrictamente necesario; es decir, atenerse a lo que se tiene, y no más. Así pues, una manera de proceder y comportarse que hasta hace poco se tenía por virtuosa, particularmente en el manejo de las cuentas públicas (esto es, del dinero de todos), se ha convertido en inconveniente e indeseable: de ahí que Rubalcaba, hombre por otra parte de conocida ética intachable, quisiera descalificar a Rajoy tachándole de 'último mohicano de la austeridad'; o que el propio Hollande llegara a definir la austeridad como condena. A buen seguro que el temor al déficit de nuestros abuelos liberales, antaño adjetivado como 'santo', hoy sin duda sería merecedor de calificativos tales como 'malvado' o 'diabólico'. Es más, tirar de déficit y deuda, es decir, seguir hipotecando a generaciones enteras con dinero ajeno, se considera propio de dirigentes políticos 'progresistas' y con 'sensibilidad social'.

Y es que las medidas de 'estímulo' de las que tanto se habla ahora, que por supuesto han de complementarse con políticas de ajuste del gasto público, deberían consistir en liberalizaciones y desregulaciones para que la reactivación de la economía proceda de la sociedad civil; no en nuevas dosis de keynesianismo para seguir acumulando déficit y deuda y, con ello, continuar alargando la crisis y provocando paro, consecuencia inmediata. Si la alternativa a la tan aborrecida austeridad es esta última, es decir, en incidir en los mismos errores, paren el tren, que me apeo. En cualquier caso, queda la esperanza de que el recién elegido Presidente francés termine mostrándose más como un socialdemócrata a la alemana, es decir, un pragmático más o menos ortodoxo en la gestión de la economía, que como un socialista típicamente latino, esto es, obsequioso y desprendido con el dinero de los demás.

No hay comentarios: