martes, 17 de enero de 2012

FRAGA: TODA UNA VIDA AL SERVICIO DE ESPAÑA

Ha muerto a los 89 años Manuel Fraga Iribarne, uno de los padres de nuestra Constitución y presidente fundador del Partido Popular. Portento intelectual, honrado a carta cabal, tuvo el mérito de hacer evolucionar al franquismo reformista hacia el conservadurismo democrático. Nuestra historia reciente no puede entenderse sin la presencia de este gigante de la política al que le guiaba una pasión: el servicio a España, a lo que se dedicó en cuerpo y alma desde los variados cargos que desempeñó. Todo un ejemplo a seguir, especialmente en unos tiempos, los actuales, en los que la integridad personal y el nivel de instrucción de buena parte de nuestros políticos deja bastante que desear.

Fue Ministro de Información y Turismo precisamente en la época de mayor aperturismo del franquismo, que, merced a la entrada de España en el mercado internacional y las reformas económicas de los llamados 'tecnócratas del Opus', favoreció un periodo de prosperidad que nunca antes había vivido una sociedad española que se modernizaba de manera vertiginosa; hasta el punto de que, paradójicamente, con el paso del tiempo iba a contrastar de manera cada vez más clara con un régimen obsoleto. El sector turístico por el que se apostó, y que diseñó Fraga, fue clave en el desarrollo económico, y en cierta manera en el cambio de costumbres: no hubo más remedio que relajar la estricta moral pública imperante hasta entonces si se quería llenar nuestras playas de turistas extranjeros. Idea suya fue el lema 'España es diferente', y bajo su dirección se edificó la red de paradores nacionales. Como Ministro de Información, impulsó la aprobación de una Ley de Prensa que eliminaba la censura previa, un avance dentro de una dictadura que, como tal, no reconocía la libertad de expresión.

Sus discrepancias con el propio Franco acerca del ritmo y la calidad de las reformas, junto a su implicación en los enfrentamientos entre los llamados 'azules' (en los que estaba incluido) y los 'opusdeístas' del régimen a propósito del caso Matesa, le llevaron al cese como Ministro y, posteriormente, al 'exilio' como embajador de España en Londres, donde tuvo tiempo de estudiar a fondo a su admirada democracia británica. Muerto el dictador, formó parte del primer Gobierno de la Monarquía como vicepresidente y Ministro de la Gobernación, donde llevó a cabo una ejecutoria muy controvertida ante la creciente sucesión de desórdenes públicos (fue ahí cuando se le atribuyó la famosa exclamación '¡la calle es mía!', autoría que él siempre negó). Cesado Arias Navarro ('un desastre sin paliativos', según palabras del Rey, para pilotar la reforma política) como presidente del Gobierno, Fraga pasaba a ser, junto a José María de Areilza, uno de los favoritos para sucederle; pero don Juan Carlos dio la sorpresa al nombrar para el cargo a un jovencísimo Adolfo Suárez, entonces Ministro Secretario General del Movimiento. Afortunadamente, el 'error Suárez', como se le llegó a calificar, no fue ni mucho menos tal, pero a partir de ahí Fraga buscaba acomodo dentro del convulso panorama político español, y fuera de una Unión de Centro Democrático que, desde el Gobierno, estaba llamada a aglutinar el voto del electorado más proclive a una transición democrática sin traumas.

Y lo hizo organizando un partido, Reforma Democrática, con el que trataba de atraerse a lo más granado del franquismo reformista frente al 'bunker' que representaban Girón de Velasco y Blas Piñar. A continuación fundó la federación de partidos Alianza Popular (AP), en la que incluyó por supuesto al suyo propio, y que abogaba por una transición ordenada hacia la democracia, sin concesiones al marxismo ni al separatismo. Su 'fichaje' de los conocidos como 'siete magníficos' (Fernández de la Mora, López Rodó, Licinio de la Fuente, Silva Muñoz, Martínez Esteruelas, López Bravo y Thomas de Carranza, casi todos ex-Ministros de Franco) parecía augurarle un magnífico resultado electoral en los comicios de 1977, de resultas de la esperada adhesión en las urnas del llamado 'franquismo sociológico'; sin embargo, AP tuvo que conformarse con el tercer puesto (muy lejos de la victoriosa UCD y del PSOE), menos del 10 por ciento de los votos y 16 escaños. Y es que la mayor parte del electorado del centro-derecha, por mucho que se le pudiera considerar por entonces más o menos franquista, apoyaba la democracia sin matices, y estaba por una reforma al menos lo suficientemente audaz.

Aún así, le cupo el honor de participar como ponente en el nacimiento de la actual Constitución española, junto a los centristas Pérez Llorca, Cisneros y Herrero de Miñón, el socialista Peces Barba, el catalanista Roca y el comunista Solé Tura. Su recién adquirida condición de 'padre' de nuestra Carta Magna no le impidió retirarse temporalmente de la política, hasta que decidiera imprimirle un carácter más centrista a Alianza Popular pactando con Osorio y Areilza su incorporación a Coalición Democrática, cuya candidatura a las elecciones generales de 1979 encabezaría. Pero los frutos electorales fueron verdaderamente desalentadores: 9 diputados y 6 por ciento de los sufragios; en este caso, debido fundamentalmente a la mayor concentración del 'voto útil' del centro-derecha en la UCD, cuyo líder supo explotar a la perfección el recelo que despertaba un marxismo al que el PSOE todavía no había renunciado.

Pero la Unión de Centro Democrático, una vez que cumplió el objetivo por el que se creó, que fue culminar institucionalmente la transición democrática, se descomponía a ojos vista, y de ello se vería especialmente beneficiada la Alianza Popular de Fraga, que acogió a políticos centristas descontentos (llegó a formar en 1982 una coalición electoral, que se repitiría en 1986, con el Partido Liberal de Segurado y el Partido Demócrata Popular de Alzaga, ambos procedentes de la UCD) y consiguió por fin absorber la mayor parte del voto que antes iba a parar al partido de Suárez y pasar a ser el referente del centro-derecha. De tal forma que, un año y medio después del felizmente fracasado golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 (en el que Fraga se enfrentó a los golpistas), se celebraron elecciones generales, en las que AP se erigió como el partido que más creció exponencialmente al conseguir el 26 por ciento de los votos (cinco millones) y 106 escaños (aunque a casi 100 de un arrollador PSOE). Manuel Fraga se había convertido en el jefe de la 'leal oposición', como a él mismo le gustaba calificar al británico modo.

Sin embargo, lejos siempre de hacer realidad su sueño de alcanzar la presidencia del Gobierno, Fraga y AP sufrieron durante diecisiete años una auténtica 'travesía en el desierto'. La indiscutible hegemonía socialista, cuyo poder ejercía sin miramientos, el cainismo y las divisiones que caracterizaban entonces a la derecha, la falta de renovación en los programas y los mensajes y la injusta pero negativa imagen (que la izquierda, y no solo ella, insistía en identificar con el autoritarismo y el franquismo) que transmitía el mismo Fraga en amplios espectros del electorado hicieron imposible ni tan siquiera romper ese tristemente célebre 'techo de Fraga' (los resultados cosechados en 1982, nunca superados), que se convirtió en una verdadera maldición. El propio líder de la derecha, tras idas y venidas, acabó convenciéndose de que su papel protagonista se había tornado en tremendamente perjudicial para las expectativas de su partido; así, tras conducir en 1989 la refundación y conversión de Alianza Popular en Partido Popular, que significó la definitiva integración de las corrientes liberal y democristiana y su inclusión por fin en el Partido Popular Europeo, entregó el testigo del liderazgo al entonces presidente de la Junta de Castilla-León, un joven José María Aznar (no sin que antes su particular sanedrín, formado por Lucas, Rato, Álvarez-Cascos y Trillo, le convenciera de que no designara a Isabel Tocino, como era su intención inicial); relevo que se escenificó en un Congreso celebrado un año después en Sevilla, donde el PP, de la mano de Aznar y sus jóvenes colaboradores, empezaba a adquirir una tonalidad cada vez más liberal y trasladar así mayor credibilidad como alternativa al socialismo imperante.

Cinco años después comenzaron a sucederse en el ámbito nacional las victorias electorales del nuevo PP, pero el propio Fraga tuvo la oportunidad de disfrutarlas mucho antes: en 1989 presentó su candidatura a la presidencia de la Xunta de Galicia y logró la mayoría absoluta; resultado que, profeta en su tierra, repetiría hasta en tres ocasiones. Bajo su largo mandato, Galicia experimentó un progreso sin precedentes, especialmente en materia de infraestructuras; eso sí, para muchos resultó ciertamente chocante la 'conversión' al autonomismo de quien en su momento, e incluso como ponente constitucional, tan contrario se había mostrado al Título VIII de nuestra Carta Magna: quizá un ejemplo más de quien, siendo ideológicamente conservador, siempre se había preocupado por adaptarse a los tiempos y las circunstancias. Pese al desgaste de quince años en el poder, y el provocado también por el hundimiento en costas gallegas del 'Prestige', manipulado hasta la saciedad por la propaganda anti-PP, Fraga consiguió una nueva y clara victoria en los comicios regionales de 2005; si bien se quedó a escasos votos de la mayoría absoluta, lo que facilitó el pacto social-nacionalista para hacerse con el Gobierno gallego. Sus últimos años los dedicó a su puesto de senador por designación autonómica, una especie de retiro dorado que, por cuanto le mantenía conectado con la actualidad política, siempre había deseado. Hasta que en septiembre de 2011 decide retirarse de la vida política por razones de salud.

Han sido nada menos que 60 años de una carrera política ingente, fructífera y absolutamente modélica. Contribuyó en primera línea al desarrollo y la modernización de España, desempeñó un estimable papel (aunque quizá no tan decisivo como él hubiese querido) en la transición a la democracia, atrajo al franquismo más o menos reformista hacia posiciones de conservadurismo democrático y propició la consodilación de una gran fuerza política nacional de centro-derecha que, sin ir más lejos, hoy gobierna en España. Por todas estas razones, Manuel Fraga Iribarne pasará a la historia como una de las personalidades políticas más destacadas del siglo XX en España.

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