lunes, 30 de enero de 2012

¿LA CULPA? DE 'MADRIT', POR SUPUESTO

El repentino y traumático cierre de la compañía aérea Spanair no es sino una nueva demostración de que tirar de dinero público, aunque se disfrace de defensa del 'interés general' o se presente como manera de superar los 'fallos del mercado', no sirve para obrar milagros. Más bien suele ser contraproducente; incluso si se utiliza para reflotar empresas, que en el mejor de los casos pueden de esa forma obtener pan hoy, pero para pasar hambre mañana. Porque por mucho que la financiación proceda de ese ente al que se le conceden propiedades casi taumatúrgicas llamado Estado (del que la Administración autonómica catalana no deja de formar parte), la compañía en cuestión seguirá sometiéndose a la ley de la oferta y la demanda, la competencia y demás rigores del mercado; en consecuencia, y a no ser que consiga adaptarse a los mismos, continuará siendo improductiva y, por tanto, y puesto que el dinero público tarde o temprano también acaba agotándose, terminará fracasando igualmente. La alternativa al libre mercado en el sector comercial aéreo, consistente en el monopolio del Estado-empresario, la conocemos perfectamente: un servicio burocratizado, tremendamente costoso e ineficiente; y en el que las preferencias del consumidor no pintan absolutamente nada.

Pero que la simple y cruda realidad no estropee ningún delirio, en este caso nacionalista. Porque hete aquí que salta a la palestra Puigcercós, que pasaba por representar la tendencia menos radical, obviamente dentro de lo que cabe, del secesionismo republicano catalán; quien ha encontrado al verdadero culpable de la caída de la joya de la corona del nacionalismo catalán: por supuesto, y como no podía ser de otra manera, la insaciable España, la mangante 'Madrit'. Y es que el opresor y asfixiante yugo español obliga a Cataluña a sujetarse a los más elementales principios de la economía. En cambio, cuando llegue el glorioso día de la independencia, los Països Catalans se verán exentos de cumplir reglas tan inexorables para el común de los mortales como odiosas (quién sabe, hasta muy posiblemente la ley de la gravedad, seguramente un invento español, deje de estar en vigor); y en ellos, cual paraíso en la tierra, todo será posible: desde atar perros con longanizas hasta crear de la nada (es decir, con ese dinero que 'no es de nadie') un sinfín de compañías aéreas catalanas; que, liberadas del mal español, jamás quebrarán.

No debería extrañarnos a estas alturas: así de irracional y disparatado es el nacionalismo.

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