lunes, 21 de marzo de 2011

GUERRAS E IRONÍAS DE LA HISTORIA


Ha habido que esperar a que el sanguinario tirano Gadafi consiga llegar a las mismísimas puertas de Bengasi, bastión rebelde, para que una coalición de democracias occidentales se decidiera por fin a intervenir militarmente en Libia. Qué tiempo más precioso se ha perdido entre dimes, diretes, tiras, aflojas y tantísimas dosis de retórica hueca. Cuántas vidas inocentes se hubieran podido salvar de la cruel masacre perpretada. Pero es el signo de los tiempos: un burocratizante 'multilateralismo', elevado a principio absoluto en el panorama de las relaciones exteriores, impide tomar medidas inmediatas, no ya ante amenazas a la seguridad internacional, sino incluso contra los peores atropellos a los derechos humanos; cuya defensa debería constituir norte y fundamento irrenunciable de Occidente, tanto dentro como fuera de sus fronteras.

De tal forma que si la Liga Árabe, que no tardará en desmarcarse si el conflicto se enquista, no hubiera dado su visto bueno, y si China y Rusia no se hubiesen abstenido en el Consejo de Seguridad de la ONU, el dictador libio, inmisericorde, continuaría aniquilando a placer a su propio pueblo. A estas alturas, ni tan siquiera se ha extraído ninguna lección de la reciente y cruda experiencia de la Guerra de los Balcanes, en la que, recordémoslo, los aliados occidentales, reticentes a involucrarse militarmente, acabaron interviniendo bajo el mando de la OTAN (por cierto, sin el 'plácet' de Naciones Unidas); aunque tan a deshora que para entonces Milosevic estaba ya culminando su macabra limpieza étnica. Ojalá que en esta ocasión no sea demasiado tarde.

En cualquier caso, esta guerra (sí, guerra) declarada al régimen dictatorial norteafricano no puede tener otro final que la expulsión de Gadafi, y sin contemplación alguna, del poder. Máxime cuando se trata de proteger al pueblo libio de los abusos del sátrapa. En este sentido, tampoco ha de repetirse el fatal error de la primera Guerra del Golfo, que precisamente provocaría su continuación postrera: tras liberar Kuwait, determinadas consideraciones geoestratégicas, tan sesudas como desacertadas, llevaron a Bush padre a no mover un solo dedo por el derrocamiento de Sadam Hussein, quien, instalado sin límites en el absolutismo, continuaría reprimiendo Irak y desafiando a la comunidad internacional. Semejante desaguisado tuvo que arreglarlo otro Bush, su hijo, doce años después, si bien la democratización de Irak no ha estado desde luego exenta de traumas y adversidades.

Precisamente el temor a que Libia se convierta en un nuevo Irak o en otro Afganistán, esto es, que la guerra contra Gadafi, o más bien la gestión de la posguerra, genere también un atolladero de complicada salida, ha retraído a un Obama ya de por sí petrificado por su inoportuno Nobel de la Paz. Afortunadamente, su Secretaria de Estado, más afecta a la 'realpolitik', le ha hecho ver la conveniencia de la intervención norteamericana, aunque finalmente será limitada. Esta voluntaria pérdida de protagonismo, bastante preocupante en quien por tradición liberal y democrática y potencial militar debería liderar siempre las causas por la libertad y contra la tiranía, conllevará un mayor peso específico del Reino Unido y, sobre todo, de Francia, dispuesta en este caso a recuperar su 'grandeur' para mayor gloria de Sarkozy; quien, apelando al votante más chauvinista, puede además haber encontrado un linimento que alivie sus hasta ahora negativas perspectivas electorales. En cualquier caso, cabe esperar que este cambio de papeles no sea óbice para que las operaciones militares de la coalición alcancen sus objetivos sin excesivos problemas.

En cuanto a la posición que debe adoptar nuestra nación, y al margen de la flagrante hipocresía y la irritante incoherencia de quienes llegaron al Gobierno bajo el facilón y demagógico eslogan de 'no a la guerra', España debe situarse incondicionalmente al lado de las potencias democráticas occidentales y prestarles el apoyo que sea menester. Como en el Golfo Pérsico, como en Afganistán, como en Irak. Por nuestro lugar en el mundo, en el Occidente de la libertad y la democracia, y también en este caso por nuestra situación geográfica, en el Mediterráneo europeo junto a Italia y la propia Francia. Que el mismo presidente que, como primera medida, nos cubriera de vergüenza al ordenar a nuestras tropas su huida de Irak, termine prácticamente su lamentable ejecutoria metiéndonos, y muy de lleno, en una guerra, no es sino una ironía de la historia. Y ya pueden ciertos 'pacifistas' irreductibles disfrazar esta realidad como quieran.

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