martes, 21 de diciembre de 2010
LAS IZQUIERDAS Y SU ALERGIA POR LA LIBERTAD
Una silla vacía. Es la simbólica, deplorable e ignominiosa imagen que el mundo entero se vio obligado a contemplar, y por partida doble, en sendos acontecimientos de tantísima resonancia internacional: El Premio Nobel de la Paz y el Premio Sajarov del Parlamento Europeo. Ni a Liu Xiaobo ni a Guillermo Fariñas les permitieron viajar siquiera solo para recoger sus galardones. Y es que los regímenes de China y Cuba, absolutamente implacables y crueles con quienes se atreven a discrepar de manera notoria con el poder establecido, se basan, si bien con matices aunque manteniendo su carácter genuinamente totalitario, en la misma ideología: El comunismo. Que, asombrosamente, y pese al inmenso y macabro reguero de miseria, sangre y muerte que dejó a su paso durante el siglo anterior, continúa disfrutando de cierto prestigio en ámbitos políticos, mediáticos y académicos. Respetabilidad que, por ejemplo, le permite al eurodiputado comunista Willy Meyer ausentarse de la entrega del Premio Sajarov sin que se le caiga la cara de vergüenza y, además, dando hipócritamente lecciones sobre defensa de unos derechos humanos que, si en algún sitio se conculcan de la forma más escandalosa, es en su admiradísima Cuba.
Que heroicos luchadores por la libertad como Fariñas conciencien de la abyección de la dictadura comunista cubana a la opinión pública internacional cuenta con el indisimulado rechazo de personajes tan mezquinos como Meyer, como si a estas alturas se pudiera ocultar la acreditada naturaleza liberticida de las doctrinas que él mismo, compañeros suyos de coalición y determinados próceres del 'artisteo' y de la seudointelectualidad profesan, y que incluso todavía a buena parte de la progresía en general le merecen comprensión y hasta simpatía. De absolutamente nada parece haberles servido la cruda experiencia de un proyecto totalitario que, precisamente por intentar descender el cielo a la tierra, y por tanto hacer abstracción de la verdadera esencia del ser humano, convierte a aquélla en el peor de los infiernos. Y es sabido que, una vez se impone esa especie de religión laica, no se admite la disidencia, que es tratada, bien como enferma 'mental' en el mejor de los casos, bien como delincuente en el peor de ellos. En ese mismo sentido, el lamentable espectáculo vivido recientemente tanto en Oslo como en Estrasburgo es prueba y consecuencia de los terribles coletazos que aún continúa dando una de las ideologías más siniestras y dañinas de la historia. Si no la que más.
Pero, dentro de las izquierdas, las pulsiones liberticidas no se circunscriben al llamado socialismo real (y tan real). También se desarrollan, por supuesto en menor medida, en el socialismo supuestamente moderado que se integra y gobierna en las instituciones de la democracia liberal burguesa. Esos sus afanes colectivistas e intervencionistas, que forman parte de su más pura idiosincrasia, y con los que se pretende que el Estado permanezca en nuestras vidas de la cuna a la sepultura, suelen conllevar hiperregulación y, en consecuencia, recortes a la libertad individual. Buen ejemplo de ello es el Gobierno de Zapatero (ahora, en realidad, de Rubalcaba), que pasará finalmente a la historia, no ya por sus conocidas iniciativas de índole prohibicionista, sino como el que, por primera y quizá única vez en nuestra democracia, limitó en sendos decretos, y 'manu militari', derechos y libertades. Un nuevo baldón en los anales del PSOE. Y van...
Aquellos que vinieron con el falso y vacío discurso del 'talante', y que tanto han alardeado de promocionar los valores 'pacifistas' y defender a ultranza principios democráticos, le han acabado cogiendo el gusto al estado de alarma, que, recordémoslo, no deja de representar la imposición de una situación de excepción; que, como tal, resulta inconcebible que se prolongue más de la cuenta en un régimen de libertades. Sin embargo, incapaces de resolver un problema de gravísimas dimensiones que ellos mismos como Gobierno contribuyeron a generar, y en una trágica actitud trufada a la vez de incompetencia y autoritarismo, han tenido a bien prorrogarla 'por si acaso'. Lo cual, si los Tribunales no lo impiden, sienta un peligroso precedente, ya que cualquier Gobierno en un futuro más o menos próximo puede verse tentado a volver a decretar el estado de alarma con tal de solventar cualquier conflicto similar. Y, en estos casos, la libertad, por la que las izquierdas sienten una especial alergia, siempre pierde.
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