
Estaba cantado. Las reuniones entre el Ministro de Educación, Ángel Gabilondo, y la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, no podían desembocar sino en el fracaso más absoluto. En realidad, el Gobierno socialista no tenía la menor intención de alcanzar un pacto de Estado en materia de educación; a no ser, claro, que pudiera imponerle un trágala al principal partido de la oposición. En este caso, no se trata tan sólo de que este PSOE de Zapatero, sectario hasta la médula, sienta alergia por cualquier acuerdo de mínimos con su detestado rival político: La supervivencia de la identidad de la izquierda parece pasar por la apropiación en exclusiva de una supuesta defensa a ultranza de una educación y una 'cultura' 'públicas', frente a la tentación 'elitista' y 'privatizadora' que, según nos advierten, distingue a la derecha. Típica consigna propagandística que continúa difundiéndose pese a la catástrofe sin paliativos provocada por veinte años de un modelo educativo, el de la LOGSE, que, basado en la nefasta teoría constructivista del aprendizaje, ha dejado a nuestra enseñanza pública a la altura del betún.
Además, en el fondo, y pese a que con la boca pequeña no tienen más remedio que reconocer algunas de sus innumerables fallas (entre otras razones, por los demoledores índices de fracaso escolar que padece nuestro país), en el PSOE están en general orgullosos del sistema educativo que, de la mano de Maravall y Rubalcaba (recordémoslo) y siguiendo las directrices del inmarcesible Marchesi y demás apóstoles de Piaget, implantaron en su momento. Es cierto que la aplicación de la pedagogía constructivista, que establece que el conocimiento, lejos de poder medirse, es un concepto subjetivo y único en cada alumno (sobran, por tanto, las calificaciones y las notas), ha llevado a un alarmante empobrecimiento de los contenidos que se imparten y a la desaparición de la exigencia del esfuerzo; pero un objetivo primordial como era la generalización del principio de igualdad en las aulas se ha logrado hacer realidad, a costa, por supuesto, de la extensión de la mediocridad y la subsiguiente penalización de la excelencia. Y otro de los fines perseguidos por todo socialismo, como es la intromisión del Estado en la familia, en este caso para arrebatarle su importante y tradicional papel en la transmisión de valores y principios de comportamiento, también se ha logrado a plena satisfacción.

En educación como en tantas otras materias, los socialistas prefieren apoyarse en los partidos nacionalistas, que no ponen impedimento alguno en dar su voto siempre y cuando se cumplan dos condiciones: Que en sus predios no se garantice la enseñanza en español, con el fin de poder seguir desarrollando su liberticida política lingüística, y que no se le toquen los contenidos de historia, para de esta forma continuar inculcando en las aulas sus interpretaciones sesgadas y delirantes de la misma. Concesiones a los que siempre accede gustoso el PSOE, con los consiguientes perjuicios para una libertad de enseñanza que, especialmente en determinadas comunidades autónomas, pasa a convertirse en una mera ficción.
Así pues, de la reforma educativa 'gabilonda' no podemos esperar, si acaso, más que algún que otro cambio simplemente cosmético. Por desgracia, nuestro sistema educativo continuará adoleciendo de las mismas deficiencias y, en consecuencia, mostrándose como una implacable fábrica de ignorantes e iletrados. Eso sí, todos ellos con ordenador y políticamente correctos.
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