Se ha hecho esperar, pero la décima visita de un presidente de los Estados Unidos a España ha
tenido por fin lugar. La primera en la historia, la de Dwight Eisenhower
en 1959, se produjo cuando la España de Franco consolidaba su 'estatus'
de socio estratégico contra el comunismo en plena Guerra Fría; de ahí
los posteriores viajes a nuestro país de Richard Nixon, en 1970, y
Gerald Ford, en 1975, todavía en el franquismo. Ya en la democracia, nos
visitó Jimmy Carter en 1981, cuando se planteaba nuestra plena entrada
en la OTAN; el gran Ronald Reagan en 1985, que, pese a ser cumplimentado debidamente
tanto por el Rey Juan Carlos como por el presidente Felipe González, fue
objeto de todo tipo de desaires por parte de una progresía que vio la
ocasión propicia para alardear de antiamericanismo, incluidos miembros
del propio Gobierno como el mismísimo Alfonso Guerra, que tuvo a bien
desplazarse a una democracia acrisolada como era entonces la búlgara;
George H. Bush en 1991, con motivo de la Conferencia Internacional de
Paz en Oriente Medio que Madrid tenía el honor de albergar; Bill Clinton
en 1995, en su calidad de invitado a la Cumbre de la Unión Europea que
se celebraba entonces en la capital de España; el propio Clinton dos
años después, en 1997, cuando acudió a Madrid, para asistir a la Cumbre
de la OTAN, a Palma de Mallorca, a visitar al Rey Juan Carlos, y a
Granada, donde se enamoró del atardecer que se divisa desde La Alhambra;
y George W. Bush en 2001, momento en el que surgiría esa especial
sintonía entre el entonces mandatario norteamericano y nuestro
presidente, José María Aznar, que llevaría a unas relaciones intensas y
fluidas, como nunca las había habido, entre Estados Unidos y España,
especialmente tras el 11-S y con motivo de la controvertida segunda
guerra de Irak.
Pues bien: han tenido que pasar nada menos que 15
años para que el presidente de la nación más poderosa de la tierra y líder del mundo libre
tomara por fin la decisión de rendir visita oficial a España. Entre
medias, un inaceptable gesto de desconsideración hacia la bandera
norteamericana como líder de la oposición y, ya como presidente del
Gobierno, una unilateral y cobarde huida de una zona de conflicto
dejando a nuestros aliados a los pies de los caballos, y encima con
jactancia, por parte de un personaje políticamente frívolo e
irresponsable. Unas relaciones que, en consecuencia, pasaron a ser
inexistentes, que solo el mero paso del tiempo convirtieron en frías, y
que ha habido que recomponer con mucha paciencia y perseverancia
diplomáticas. Y he aquí el feliz resultado: Barack Obama, además de haber resaltado en su visita a Madrid, y ante el Rey Felipe VI y el propio presidente Mariano Rajoy,
la profundidad de la alianza entre Estados Unidos y España por la
coincidencia en la defensa de unos mismos valores basados en la
libertad, la democracia y el Estado de Derecho, no ha perdido la
oportunidad de felicitar a Rajoy por una recuperación económica, la de
nuestro país, que es todo un ejemplo a seguir en el ámbito
internacional.
Por su parte, el Gobierno de España aspira a que
las relaciones con Estados Unidos no se limiten, con ser importantes, al
ámbito de defensa y seguridad, sino que se amplíen a campos como el
comercial (ambos países ya tienen contactos comerciales de privilegio a
través de sus empresas), el turístico (tanto Estados Unidos como España
son potencias turísticas de primer orden) o el cultural. En este
sentido, España puede desempeñar un papel importante de nexo de unión
con una comunidad latinoamericana con cada vez mayor peso específico en
la sociedad estadounidense. Es de esperar que nada ni nadie esta vez trunquen proyectos tan ambiciosos y que redundarían en una relación fructífera entre dos grandes aliados.
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