Desde luego, cabe reconocer que si de algo saben semejantes sujetos es de exterminios en masa, sobre todo de los llevados a cabo por regímenes de índole totalitaria que constituyen su norte político. Pero el falazmente calificado como 'genocidio' español en América no es más que una vil y monumental mentira surgida de aquella trasnochada 'leyenda negra' de origen anglosajón que ha tenido cierta fortuna, desde sus comienzos en el siglo XVI hasta nuestros días; sobre todo en ciertos ámbitos académicos marxistas y/o de izquierda acomplejada, y que la propaganda antiespañola actual, en la que hacen frente común el nacionalismo separatista y los movimientos ultraizquierdistas y antisistema, no hace más que seguir a pies juntillas para divulgarla y presentarla como verdad histórica irrefutable. Porque de lo que se trata es de desacreditar nuestra historia y, con ello, a España como nación y proyecto común.
Hay que partir de un hecho: y es que no, no siempre los españoles se encontraron durante el Descubrimiento de América a almas puras y cándidas a las que, empero, y según reza cierta publicidad de evocaciones rousseanianas (las del 'buen salvaje'), sometió e incluso 'aniquiló' de manera inmisericorde. Bien al contrario, hubo ocasiones en que los conquistadores tuvieron que hacer frente a enemigos que se empleaban con una crueldad verdaderamente atroz, como fue el caso de los caníbales aztecas que exterminaron sin miramientos en junio de 1520 a los integrantes de una caravana de Hernán Cortés, incluidos mujeres y niños.
Aun así, y al contrario que en la colonización llevada a cabo precisamente por el país de donde procede la 'leyenda negra' contra España, Inglaterra (con la que trataba de desprestigiar a la que era su principal rival comercial y militar), la española se caracterizó por el mestizaje, esto es, por el cruce y la mezcla de distintas razas y etnias como consecuencia de matrimonios mixtos y uniones sexuales entre españoles procedentes de la metrópoli y nativas; a ello contribuyeron sin duda los menores prejuicios raciales derivados de la tradición de siglos de convivencia entre árabes, judíos y cristianos en España. De tal forma que la población actual de los países hispanoamericanos comparte en diversos grados antepasados indígenas, europeos y hasta africanos; evidencias de un mestizaje que es prácticamente inexistente en territorios conquistados por Inglaterra, Holanda e incluso Francia, donde tachaban de 'impuras' a razas que no fueran las suyas. Cabe concluir, pues, que las prácticas de 'genocidio' las llevaron a cabo más bien quienes se permitían denunciarlas en el poderoso adversario español.
Además, a la bula 'Sublimis Deus' del Papa Pablo III en 1537, que declaraba a los indígenas hombres con todos los efectos y capacidades de cristianos, había que unir las normas y leyes españolas que ponían a los naturales del Nuevo Mundo bajo la protección de la Corona española. Hasta el punto de que, en palabras del historiador hispanista estadounidense Lewis Hanke, 'ninguna nación europea se responsabilizó de su deber cristiano hacia los pueblos nativos tan seriamente como lo hizo España'. Así, ya tras el primer viaje de Cristóbal Colón, Isabel la Católica decretó que los indígenas habrían de ser considerados como súbditos de pleno derecho de la Corona de Castilla, y que por tanto no deberían ser tratados ni como esclavos ni como gentes colonizadas. A partir de ahí, vendrían en 1512 las Leyes de Burgos, firmadas por Fernando el Católico, que dotaban al indio de naturaleza jurídica de hombre libre con todos los derechos de propiedad, si bien como súbdito debía trabajar para la Corona, aunque sin ser explotado.
Legislación revisada treinta años más tarde, en 1542, por Carlos I de España, quien, influido por las denuncias de abusos de Fray Bartolomé de las Casas y la doctrina de los 'justos títulos' de Francisco de Vitoria, y tras las conclusiones de una comisión convocada por él mismo, promulgó las 'Leyes Nuevas'; en virtud de las cuales se suprimieron las contraproducentes 'encomiendas', utilizadas por colonizadores para someter a indios a trabajos forzados, y se regulaban con más detalle los derechos y libertades de los nativos para procurarles una mejor condición de vida. Así pues, ninguna Monarquía como la española se dedicó a acometer reformas legales que buscaran garantizar un trato justo a los naturales de sus territorios de América, lo cual se compadece bien poco con un propósito genocida que, por su propio carácter, habría de ser planificado desde las más altas y poderosas instancias.
Y es que el 95% de las muertes que tuvieron lugar tras la llegada de Colón fueron debido, no a la infinita crueldad española, sino a unas enfermedades que se transmitieron desde el viejo Continente a una América biológicamente vulnerable. Negar que, aun así, hubo excesos, atropellos, atrocidades y actos de esclavitud, propios de una época en la que prevalecían unos ultrajantes 'derechos de conquista' y los principios humanitarios hacia 'el diferente' no estaban precisamente muy extendidos, sería faltar a la verdad. Ahí están las mismas acusaciones de un Bartolomé de las Casas (dominico español, para más señas), quien más bien, y precisamente, pretendía denunciar las contradicciones entre el fin, que no era otro que la evangelización de los indios, y los medios utilizados; recriminaciones de las que, por cierto, tomaron buena nota en la metrópoli española para actuar en consecuencia y elevar la protección legal a los indígenas.
Normas y leyes de defensa del nativo sancionadas por la Corona española, y mestizaje extendido y consolidado en Hispanoamérica tras más de 520 años de la arribada de las naves de Cristóbal Colón a la isla de La Española. ¿Dónde está el genocidio, sino en la infame y embustera versión de la historia de la propaganda antiespañola, de la añeja y de la actual, de la extranjera y de la propia? No tengamos complejos en desmentirla y ponerla en su sitio.
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