'La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos'. Aristóteles, filósofo griego.
Ya nos lo advertía el Estagirita en su 'Política', nada menos que en el siglo IV a. C., y en la mismísima Atenas: la democracia, como forma pura de gobierno del pueblo, corre el riesgo de degradarse, corromperse y convertirse en demagogia cuando se imponen los demagogos, los meros 'aduladores del pueblo'. Pues bien, avanzado ya el siglo XXI, y 25 años después de la caída del Muro de Berlín y el subsiguiente colapso del totalitarismo comunista en la Europa del Este, el electorado griego se ha echado literalmente en brazos del
populismo antisistema: no es solo que los ultraizquierdistas de Syriza hayan rozado la mayoría absoluta (el sistema electoral que antes
denostaban les ha favorecido, y mucho, en esta ocasión), sino que los
neonazis de Amanecer Dorado, cuyo líder se halla cumpliendo pena de
cárcel, han logrado ser la tercera fuerza política.
Ha triunfado claramente, pues,
el discurso extremista (y absolutamente demagógico) contra 'la austeridad' (antaño virtud de raigambre
cristiana consistente en gastar en lo estrictamente necesario; ahora, y coincidiendo con la crisis moral desde hace años vigente, bicha), contra las políticas de ajuste y reformas económicas (muchas de ellas exigidas como contraprestación a los préstamos financieros, y que en Grecia no han llegado
a aplicarse nunca del todo bien), contra 'la Troika' (es decir, fundamentalmente contra
una Unión Europa que salió a su rescate a petición de la misma Grecia y, por cierto, con las
aportaciones procedentes de los impuestos de todos los europeos;
españoles, por tanto, incluidos) y contra el sistema en general
(exprimiendo el uso de una demagogia fácil en los actuales y difíciles tiempos de
'digestión' de una larga crisis económica).
Así pues, nada impide que el 'Podemos griego' (pese a su sorprendente pacto con la derecha nacionalista griega; colectivista e intervencionista al fin y al cabo) aplique desde el
primer día en que tome posesión del Gobierno su disparatado programa
antieconómico basado en una ilimitada expansión del gasto público (cómo
hacerlo posible es harina de otro costal), drásticas subidas de
impuestos 'a los ricos' (que, como muestra irremisiblemente la experiencia, siempre termina afectando a las clases
medias que cobran por nómina) y numerosos impedimentos al libre mercado
(dentro de una ya de por sí muy intervenida economía griega). Y si
finalmente el nuevo Ejecutivo heleno no paga la deuda de la manera
pactada, es decir, incumple los contratos y compromisos adquiridos,
siempre se puede salir de un euro en el que quizá jamás se debió entrar;
máxime los 'recortes', 'sufrimientos' y 'penurias' que, según el mismo populismo demagógico victorioso, la integración en la moneda única europea ha terminado provocando en el noble y
castigado pueblo griego.
En Grecia a partir de ahora saborearán
las mieles de la tierra prometida por la nueva (pero casposa) izquierda
mesiánica. Así lo ha querido la mayoría en las urnas. Adelante, pues. En
otros lares de la vieja Europa a buen seguro que se tomará cumplida
nota.
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