¿Reformas también en Educación y Sanidad? Por supuesto que sí, y profundas. No por una mera cuestión coyuntural relacionada con la crisis o el catastrófico estado de las cuentas públicas, ni porque nos lo exija Bruselas, sino fundamentalmente para preservar la calidad, viabilidad y supervivencia del mismo sistema educativo y sanitario. Porque, independientemente de la circunstancia económica, y a fuerza de incidir en la supuesta 'universalidad' y 'gratuidad' de la sanidad pública, seguimos viviendo en una auténtica
ficción; sin embargo, la cruda realidad es que se trata de un servicio muy
costoso y, debido a deficiencias del actual sistema, altamente
deficitario. Que sea pública no implica que tenga el privilegio de
disfrutar de ingresos infinitos y financiación inagotable, ya que en
este ámbito, por mucho que todavía pretendan convencernos de lo
contrario, no deja de aplicarse el principio básico de la economía: que
los recursos son limitados. Por supuesto, ocurre tres cuartos de lo
mismo con nuestro sistema educativo en lo que a gestión económica se refiere.
La solución a las dificultades de financiación de los
servicios básicos no reside en el copago, o al menos no solo, pero sí en introducir
racionalidad y eficiencia en la administración, que pasa por aplicar
criterios privados de gestión y propiciar una mayor participación de la
iniciativa social. Desde luego, las 'líneas rojas' de reformas tan imprescindibles no deberían marcarlas, y ni mucho menos imponerlas, aquellos que con sus políticas socialistas, por otra parte derrotadas en las urnas, nos han conducido a la ruina económica y han llevado las cuentas públicas a la quiebra técnica; factores que precisamente han contribuido, y mucho, a poner en peligro la conservación de la educación y la sanidad públicas.
Es, pues, momento de situarse contra quienes se han instalado en la involución pura y dura, con tal de generar un miedo que pueda beneficiarles política y electoralmente. Porque el remedio a los males que nos aquejan no consiste en no hacer nada y limitarse a dejarse llevar por los acontecimientos; ni tan siquiera en aplicar la conocida filosofía lampedusiana, a la que se atuvo el PSOE en sus dos últimos años de Gobierno: que algo cambie para que todo siga igual. No queda otra que actuar con decisión y altura de miras.
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