lunes, 4 de abril de 2011

LA ECONOMÍA HA ECHADO A ZAPATERO


Mientras la cuantiosa herencia económica del PP se mantenía por pura inercia, alguien que había alcanzado la presidencia del Gobierno mucho antes de lo previsto y a lomos de la conmoción derivada de unos atentados terroristas, podía permitirse el lujo de mostrarse tan sectario e irresponsable como para jugar al furibundo antiamericanismo, al cambio de régimen, al 'cordón sanitario' contra el PP, a la memoria histórica, a la ingenería social y, en suma, a cumplir los anhelos de la izquierda nihilista y posmoderna. De esta forma, se ganaba el favor del electorado más 'progre', al que le suele encantar estas batallitas contra su denostada 'derecha' (de donde la necesidad de 'crear tensión'), y a la vez parecía demostrar la compatibilidad de un Gobierno socialista con la generación de empleo, riqueza y prosperidad. Hasta que, ay, llegaron tiempos de zozobra, en los que el personaje, puesto ante la tesitura de una realidad esquiva, ha sido incapaz de disimular su ínfima categoría como gobernante.

Ni las urgencias electorales de los barones regionales socialistas, ni, con todos los respetos, los serios y desesperados ruegos de doña Sonsoles Espinosa; y, ni muchísimo menos, esa su supuesta intención, curiosamente no declarada hasta ahora, de permanecer en el poder al modo aznariano, esto es, tan solo dos legislaturas. Ha sido precisamente la que fuera su principal aliada para obtener su reelección, la economía, la que en cambio le ha forzado ahora a renunciar a presentar su candidatura en 2012.

La incompetencia y la falta de altura de miras de Zapatero como gestor de la economía nacional han sido verdaderamente proverbiales: En su primera legislatura, en lugar de continuar con la política de reformas liberalizadoras de Gobiernos anteriores, se limitó a vivir de las rentas e incluso a emprender medidas de gasto público expansivo, especialmente acentuadas en campañas electorales (lo que entonces se conocía como 'sacar conejos de la chistera', eso sí, pagados a precio de oro a cuenta del erario); cuando empezaba a ser evidente que se nos venía encima una crisis económica de envergadura, negaba con virulencia tal contingencia, primero por razones electorales y después con la sola intención de desmentir una realidad que le obligara a tomar iniciativas drásticas e impopulares; una vez que el español medio comenzaba a notar, y de qué manera, la crudeza de la crisis, optó por la fácil salida de tirar de déficit por medio de improductivos y contraproducentes planes keynesianos, mientras nos anunciaba una y otra vez el final de unas turbulencias que, lejos de aminorar, no cesaban de aumentar; y cuando la situación de nuestra economía se volvió insostenible, el eje Paris-Berlin y Washington le conminaron a tomar esas medidas de reducción del gasto que poco antes rechazaba tajantemente, y que tanto han contribuido a deteriorar su imagen, amén de unas reformas flexibilizadoras de la economía que, por su timidez e inconsistencia, no son sino meros parcheos para salir del paso.

La misma cortina que, otrora opaca y fulgurante, sirviera para tapar una fea desnudez, ha degenerado en tan mísera y transparente que ha acabado dejando al descubierto las peores vergüenzas. La economía, de cuyos resultados en cambio se apropiaba mientras marchaba viento en popa, ha terminado siendo la más evidente demostración de la ineptitud de Zapatero como gran dirigente político del que, precisamente en los momentos más complicados, se espera realismo, capacidad de liderazgo, firmeza e ideas claras. Su desprestigio ha alcanzado tan altas cotas que ha llegado a representar una auténtica rémora electoral, y de ahí que el PSOE haya decidido librarse de él ante la cercanía de los comicios autonómicos y municipales. Sin embargo, no se nos ha concedido al resto de los españoles la oportunidad de pronunciarnos al respecto: cabe preguntarse si nos merecemos el castigo de seguir soportando durante un año a un presidente del Gobierno que, a su natural torpeza política y económica, encima hay que unir su recién adquirida condición de 'pato cojo'. Doblemente renqueante, pues, para desgracia de la dañada España.

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