Es una ironía de la historia que bajo el Gobierno de alguien que, como líder de la oposición, se caracterizó por el uso y abuso de la pancarta y la algarada callejera, hayan tenido lugar las huelgas y manifestaciones más variopintas y chocantes. Que salgan a la calle con ánimo reivindicativo tricornios, uniformes policiales y togas ha supuesto todo un hito en nuestra democracia, que bien puede apuntarse ya la era Zapatero. De este panorama de protesta generalizada hay quien pueda echar en falta a determinados sindicatos, supuestos defensores de los derechos e intereses de los trabajadores y tan revoltosos en épocas pasadas aunque recientes contra Gobiernos de 'la derecha'. Pero bastante tienen con repartirse las cuantiosas subvenciones que reciben del Ejecutivo 'progresista'.
Mención aparte merece la manifestación protagonizada por los autónomos y los pequeños y medianos empresarios. Era cuestión de tiempo que entonaran el 'basta ya'. Pese a una imposición fiscal de carácter confiscatorio y una legislación laboral extremadamente rígida, su contribución a la riqueza nacional y a la creación de puestos de trabajo es muy generosa. Pero esos mismos impedimentos les han acabado colocando en una situación insostenible en estos tiempos de crisis galopante. Puesto que generalmente viven por y para el trabajo y, por tanto, carecen de tiempo para constituirse en 'lobby', no pueden esperar ni planes de 'rescate' como los aprobados en favor de los bancos, ni prebendas como las proporcionadas a los llamados sindicatos 'mayoritarios'. Resulta además indignante que esas grandes cantidades de dinero público procedan, en buena parte, del desmedido esfuerzo tributario de esos mismos autónomos a los que se les niega el pan y la sal.
Un Estado que penaliza la creación de riqueza y en cambio recompensa la cercanía al poder político puede ser muy socialista, pero es tremendamente injusto. En realidad, los autónomos no necesitan que el Estado les conceda un especial trato de favor; basta con que procure no estorbar.
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