miércoles, 21 de enero de 2009
OBAMA, EN DEFENSA DEL 'AMERICAN WAY OF LIFE'
Quienes declaramos sin miramientos nuestra admiración por los Estados Unidos y hacemos nuestros los principios y fundamentos que los han convertido en la democracia más poderosa de la tierra, que no es que seamos muchos, asistimos con una fascinación no exenta de estupefacción al entusiasmo generalizado, rayano en el infantilismo, que ha provocado la llegada a la Casa Blanca de Barack Obama; sobre todo por parte de quienes, al menos hasta ahora, encontraban en el irracional antiamericanismo una de sus señas de identidad. Si toda esta ceremonia del papanatismo, tan propia de una progresía tan presta a seguir incondicionalmente las consignas de rigor, sirve para que algunos por fin descubran la grandeza de la democracia estadounidense, bienvenida sea. Pero me temo que muchos no van a tardar en sentirse decepcionados ante determinadas decisiones que empiece a tomar su nuevo Mesías.
El espectacular acto que tuvo ayer el mundo la oportunidad de presenciar no es sino la gloriosa culminación de un largo proceso electoral basado única y exclusivamente en la voluntad popular, ya que el cuidadano estadounidense ha tenido la oportunidad de participar directamente y manifestarse libremente tanto en la elección del candidato de cada uno de los partidos como posteriormente en las presidenciales. Es la democracia en estado puro, de la que tanto hemos de aprender los europeos, y particularmente los españoles. De ahí que la toma de posesión del presidente de los Estados Unidos se celebre siempre con especial magnificencia, puesto que, además de ser un acto solemne con sus característicos rituales, en realidad se trata de la gran fiesta de la democracia. Y representa, a la vez, un tributo a todos aquellos antepasados, empezando por los Padres Fundadores, que han contribuido a construir una nación joven pero de una historia verdaderamente extraordinaria.
Supongo que más de uno habrá dado un respingo cuando, antes del juramento del cargo (que no promesa, posiblemente para disgusto de 'laicos'), un pastor protestante, que, aunque amigo de Obama, se ha manifestado contrario al aborto y al matrimonio homosexual, procedió a rezar ante una multitud que, comenzando por el propio presidente, seguía con devoción las oraciones. A tantos también le chirriarían, no sólo las referencias del discurso de Obama a las Escrituras y a Dios, sino, por una parte, su recuerdo hacia quienes se enfrentaron al comunismo (experimento fallido pero bienintencionado para tantos de nuestros progres) 'con sólidas alianzas y firmes convicciones'; y por otra, su rechazo a pedir perdón por el estilo de vida norteamericano (el 'American way of life', tan detestado por toda la izquierda), que aseguró que no vacilaría en defender: 'We will not apologize for our way of life, nor will we waver in its defense (...)'.
Desde luego, no parece que Obama vaya a ser el mejor ejemplo para quienes nos adherimos a las ideas liberales, ya que se sitúa ideológicamente mucho más cerca del 'New Deal' de Roosevelt que de la llamada 'revolución liberal-conservadora' de Reagan, pero también dista mucho de ser lo que se nos ha vendido, es decir, una especie de Zapatero a la americana. Quizá tengamos oportunidad de comprobarlo muy pronto.
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