Artículo que me publicó ayer el diario 'La Opinión de Murcia', en la columna del foro de pensamiento liberal 'Ciudadanos para el Progreso'.
Así por ejemplo, y si nos centramos en el nivel de las libertades, el sistema de Monarquía Parlamentaria vigente en España garantiza y protege el derecho de los republicanos de ultraizquierda a salir a las calles con banderas, por cierto, inconstitucionales (tanto como lo puedan ser las franquistas), y para pedir el final del mismo régimen político que ampara el ejercicio de sus libertades. Calidad democrática de la que carecía esa Segunda República cuya restauración demandan, ya que, en aplicación de una malhadada y liberticida Ley de Defensa de la República, prohibía la exhibición de cualquier símbolo monárquico, y por supuesto cualquier manifestación pública en favor de la Monarquía. Es oportuno resaltarlo ante la tramposa y burda identificación que desde cierta izquierda se hace de 'república' con 'democracia', con la mera intención de dar a entender que el actual régimen constitucional no llega a ser democrático. Bien, a las pruebas cabe remitirse.Frente a quienes descalifican al régimen constitucional surgido de nuestra ejemplar transición tachándole de 'candado', cabe destacar que nuestra misma Carta Magna establece unos procedimientos para su reforma que incluyen la posibilidad de cambiar la forma de Estado, y a ellos hay que atenerse como Estado de Derecho que somos; lo que, en cualquier caso, requeriría consensos muy amplios, y que, por ejemplo, aquellos que abogan por un sistema republicano se impusieran democráticamente: es decir, no adueñándose de la vía pública al estilo populista-golpista, sino ganando en las urnas, como corresponde a un régimen de democracia representantiva.
Por lo demás, monarquías parlamentarias tan 'anacrónicas' como la británica, la holandesa, la danesa, la noruega, la sueca o la belga son democracias consolidadas y prestigiosas, y a un nivel superior al de muchas repúblicas en cuanto a reconocimiento de derechos y libertades. En estos casos, el cometido de la jefatura del Estado, simbólico y representativo de la unidad y permanencia de las naciones por encima de divisiones políticas, no procede de las monarquías en sí y de su sistema hereditario, sino de las constituciones (en el caso de la británica, no escrita) emanadas de las soberanías nacionales, que residen en los pueblos, y que en su momento decidieron la forma de Estado monárquica.
De tal manera que el sistema de Monarquía Parlamentaria se asienta en una Constitución que nos dimos los españoles como depositarios de la soberanía nacional; de 'impuesta', como da a entender el rupturismo, nada. Por el contrario, esa Segunda República 'tricolor', cuya vuelta exige la izquierda más o menos radical, vino tras unas elecciones municipales (no generales) que para más inri habían ganado los partidos monárquicos (si bien los republicanos se impusieron en las principales capitales de provincia), y como consecuencia de unos hechos consumados que tuvieron lugar después de la huida de Alfonso XIII vía puerto de Cartagena. Porque no fueron los españoles en las urnas quienes decidieron el rumbo a seguir tras la marcha del Rey: quienes tomaron el poder en esos momentos proclamaron la República por las bravas, sin establecer ninguna fórmula de referéndum para que los españoles decidieran la forma de Estado. Se limitaron a interpretar 'a su manera' los resultados de unas elecciones que se celebraron solo para elegir concejales y que, además, en realidad perdieron los republicanos. Así pues, ¿cuál de los dos sistemas, la República del 31 o la Monarquía del 78, se podría considerar 'impuesto' y sin tener realmente en cuanta la voluntad de los españoles manifestada en las urnas?
Encima, contra el referido régimen republicano actuaron y conspiraron los mismos que contribuyeron a su implantación una vez perdieron unas elecciones (estas sí, generales) y tuvieron que dejar paso en el Ejecutivo a unas derechas a las que negaban cualquier legitimidad para gobernar: de ahí las revoluciones (golpistas) de 1934 en Asturias y Cataluña contra un Gobierno de centro-derecha (radical-cedista) que, paradójicamente, y pese a su carácter no republicano en esencia, tuvo que encargarse de defender la legalidad republicana. Y de aquellos polvos, vinieron posteriores y trágicos lodos.
He aquí la legitimidad democrática de origen del ejemplo histórico a seguir de cierta izquierda, sobre todo de la antisistema. Lo cual, teniendo en cuenta sus actuales faros del mundo, de Cuba a Venezuela, no es en absoluto de extrañar.
1 comentario:
MUY BUENO.PERO COMO LOS BURROS ESOS NO LEEN, Y SI LEEN NO ENTIENDEN, SEGUIRAN EMPECINADOS EN SUS ERRORES HASTA EL FIN DEL MUNDO.
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