viernes, 20 de junio de 2014

FELIPE VI: POR LA CONCORDIA Y LA UNIDAD

Los españoles hemos sido testigos estos últimos días de unas jornadas memorables, que harán historia en nuestra querida y gran nación. El proceso de relevo en la Corona de España culminó cuando el Rey Juan Carlos I, con el preceptivo refrendo del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, sancionó y promulgó la ley de abdicación aprobada por una abrumadora mayoría de las Cortes Generales. Tras estampar su firma en el Palacio Real, abrazó a su hijo y tuvo el gesto simbólico de cederle la silla. A partir de esa misma medianoche, y en virtud de las previsiones constitucionales al efecto, comenzaba el reinado de Felipe de Borbón y Grecia bajo el nombre de Felipe VI; si bien después debía ser proclamado Rey ante las Cortes Generales, esto es, ante la representación de la soberanía nacional que reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado y el cual, como tal y en consecuencia, se sitúa por encima de la misma Monarquía. Y ha sido un 19 de junio, Día del Corpus Christi.

Como era de esperar de un hecho de tantísima trascendencia en nuestra historia, muchísimo se ha escrito y hablado sobre los actos de proclamación de Felipe VI como Rey de España. Sea como fuere, resulta digno de destacar que la celebración del acontecimiento propiciara que saliera a las calles de Madrid una verdadera mayoría silenciosa; no la que se suele apropiar por las bravas de la vía pública blandiendo insignias inconstitucionales, no aquella que promueve asedios al Parlamento al estilo golpista, sino la que defiende el actual sistema democrático y constitucional de Monarquía Parlamentaria que, amén de edificarse sobre la reconciliación y concordia entre españoles tras tantísimos años de enfrentamientos cainitas, ha hecho posible el período de mayor estabilidad política, progreso y prosperidad de la historia reciente de España. Vitoreando al nuevo Rey Felipe VI y agitando las que sí son banderas constitucionales: las rojigualdas, que son las de España desde el reinado de otro Borbón, Carlos III.

Respeto al acto de proclamación en el Congreso, y dentro de un discurso de altura (especialmente oportuno fue su recuerdo a las víctimas del terrorismo, quienes, en efecto, 'perdieron su vida o sufrieron por defender nuestra libertad' y, por tanto, 'la victoria del Estado de Derecho, junto a nuestro afecto, será el mejor reconocimiento a la dignidad que merecen'), son resaltables las apelaciones a una España unida (tanto como diversa y plural) de quien precisamente a partir de ahora simboliza como Jefe del Estado la unidad y permanencia de la nación española. Llamamientos que a su vez han servido para poner de nuevo de manifiesto la mezquindad, la cerrazón y la intolerancia de los presidentes de las Comunidades Autónomas vasca y catalana, los nacionalistas Urkullu y Mas respectivamente, que no aplaudieron al Rey al final de su alocución ante las Cortes. Deleznable actitud que resulta muy indicativa de dónde reside el principal y más preocupante problema que tiene España: el del nacionalismo separatista. El más difícil reto que ha de afrontar el reinado que recién comienza.

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