
Antes de la visita de Rajoy a la Casa Blanca, la última conversación con cierta enjundia entre un presidente del Gobierno de España y un presidente de Estados Unidos se produjo cuando este último, que ya era Obama, llamó a Zapatero para reconvenirle por su política económica e instarle a que tomara medidas de una vez. Menos de cuatro años después, el presidente Obama ha tenido a bien recibir al actual máximo mandatario español y elogiar públicamente unas reformas que, según sus palabras, 'han estabilizado la economía española', si bien ha hecho hincapié en la importancia de seguir afrontando el reto de la creación de empleo, la sempiterna asignatura pendiente de nuestra economía. Pero semejante cambio de actitud hacia el presidente de nuestro país, que es lo que va de Zapatero a Rajoy, de un Gobierno del PSOE a un Gobierno del PP, es tremendamente significativo.
Aunque, sobre todo, resulta de capital importancia reconducir en general unas relaciones privilegiadas con la primera potencia mundial y líder del mundo libre, deterioradas por el irresponsable antiamericanismo (por mucho que se presentara como antirrepublicanismo norteamericano, o 'antibushismo') del anterior presidente. Conviene, por tanto, hacer un somero repaso de los gestos, declaraciones, actos y formas de proceder que nos han conducido a coyuntura tan mejorable en cuanto a nuestros vínculos con el gigante norteamericano, y que son perfectos ejemplos de lo que jamás se debe hacer en política diplomática.
Hemos de situarnos en los dos últimos años de la segunda legislatura de Aznar. Hacía tiempo que el entonces líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, había decidido transmutar su imagen de socialdemócrata moderado tipo Tony Blair, proclive al pacto con el Ejecutivo del PP, por el de un radical de izquierdas con cierta tendencia 'antisistema'. Ya se había ganado una justa fama de 'pancartero' con motivo de su apoyo a la huelga general política que los sindicatos le habían organizado a su detestado 'Gobierno de la derecha', y a las manifestaciones, orquestadas por la izquierda nacionalista gallega, en las que se responsabilizaba al PP del hundimiento del 'Prestige'. Pero la guerra de Irak supuso un verdadero punto de inflexión en ese drástico cambio de táctica, ya que, además de adherirse a algaradas callejeras tan 'pacifistas' como violentas, Zapatero no desaprovechó la oportunidad de hacer uso y abuso de una de las tradicionales señas de identidad de la izquierda: el antiamericanismo.


Por tanto, a España le esperaban al menos cuatro años sin posibilidad de restablecer sus vínculos con los Estados Unidos, lo que equivalía a permanecer en una especie de limbo en el panorama internacional. En las cumbres mundiales se sucedían las situaciones más grotescas: desde las irrisorias persecuciones por los pasillos del inefable Moratinos a la entonces Secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, cual dama deseada, hasta los muy fugaces 'encuentros', cronometrados en décimas de segundo, de Zapatero con Bush. Escenas que daban lugar a todo tipo de chistes y chirigotas, pero que suponían un grave menoscabo para la imagen exterior de España, que ya de por sí, y tras la deserción de Irak, se había ganado la reputación de socio no fiable.

¿Pero cabe calificar a Obama de 'progresista'? Sería oportuno recordar que, en uno de los debates de sus primeras elecciones a presidente, su entonces rival republicano John McCain llegaría a colocarle la etiqueta de 'liberal' (equivalente a 'progre' o 'progresista' en los Estados Unidos), y el propio Obama rechazaría tajantemente que se le pudiera aplicar tal calificativo. ¿Y hasta qué punto se le puede considerar a Obama de izquierdas? Pues depende de con qué o quién se le compare. Su objetivo de implantar una Sanidad pública a la europea, muy parcialmente logrado, podría denotar un cierto carácter izquierdista, aunque se debe matizar que entre los 'padres' de la Seguridad Social encontramos más bien personajes pertenecientes a la derecha autoritaria, desde Bismarck hasta Franco. Y, por ejemplo, Obama no ha amagado con la más mínima intención de impedir por ley el despido libre, que, que sepamos, continúa en vigor en los Estados Unidos. Ni de poner obstáculos al muy liberalizado mercado estadounidense. Ni tan siquiera de abolir la pena de muerte. Por tanto, no es que Obama no esté tan escorado a la izquierda como pudo estarlo Zapatero, o cualquier líder del PSOE; es que en muchísimos aspectos se sitúa a la derecha del PP o de cualquier partido conservador europeo.

Pero, cabe insistir, el siguiente, único y último contacto 'bilateral' que tuvo lugar entre Obama y Zapatero fue la famosa llamada conminatoria del primero. Y, por su parte, Rajoy ha tenido que esperar dos años como presidente, y tras haber podido demostrar que sí es plenamente capaz de hacer los deberes en materia económica, para por fin ser recibido en la residencia del presidente de los Estados Unidos con los correspondientes honores. Sea como fuere, si lo que se pretende es volver a las relaciones de privilegio con el amigo americano que, por ejemplo, Aznar forjó y finalmente logró no sin denodados esfuerzos, los daños provocados durante el zapaterismo, sobre todo en su primera legislatura, son tan difíciles de cuantificar que todavía se han de paliar en la medida de lo posible. Quizá esta entrada de Rajoy como invitado en el Despacho Oval marque el punto de partida de una profunda amistad por fin totalmente recuperada.
2 comentarios:
Couldn't agree with you more here, Pedro. Rachel
Thank you very much, Rachel. Kisses. ;)
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