lunes, 29 de octubre de 2012

EN CATALUÑA, FUERA CARETAS

Si alguna virtud están teniendo el reto secesionista de Mas y el subsiguiente adelanto de las elecciones autonómicas catalanas es el esclarecimiento de posturas que están propiciando. Fuera caretas. Quizá muchos de quienes nos tachaban de 'radicales' a los que siempre hemos sostenido que las diferencias entre el nacionalismo llamado 'moderado' y el secesionismo, por ejemplo, de ERC son meramente cosméticas, se hayan caído por fin del guindo. Porque en su recién presentado programa electoral, y por mucho que evite siquiera mentar la palabra 'independencia' (burda argucia para conservar a buena parte de su electorado no separatista), CiU aboga definitivamente por la construcción de un 'Estado propio' para Cataluña; que obviamente, y pese a todos los eufemismos que se empleen, solo puede producirse previo desgajamiento del Estado al que pertenece la región catalana y que, como nación política, es el único que impera: el español. Es decir, puro independentismo, aunque no se le quiera llamar por su nombre.

Y por si todavía quedaba alguna duda, no hay más que acudir a las palabras de quien durante tantos años se ha presentado como la quintaesencia de la sensatez y moderación del catalanismo, de aquel que se rasgaba las vestiduras cuando alguien ponía mínimamente en cuestión su implicación en la defensa de los intereses generales de España, cuya sinceridad tanto proclamaba: el diputado catalano-aragonés Durán Lleida, que, ni corto ni perezoso, ha argumentado su respaldo al programa secesionista en la necesidad de 'rescatar a Cataluña de España'; pretendido sarcasmo que resulta especialmente indigno precisamente ahora, cuando el Gobierno de la nación insufla más de 5.000 millones de euros, procedentes de los impuestos que pagamos todos los españoles, a una Generalitat catalana endeudada hasta las cejas. Una vez más, es toda España la que sale al rescate de Cataluña, y a cambio los nacionalistas intensifican su discurso victimista y promueven sin ambages el independentismo; estrategia que a su vez sirve como cortina de humo para ocultar su supina incompetencia como gobernantes, que en una Cataluña independizada sería incluso todavía más palpable. Aunque mientras, claro, se permiten prometer el oro y el moro haciendo creer que en una 'Catalunya Lliure' el paro desaparecerá, la economía irá como la seda, los pensionistas cobrarán más, los ciegos verán, los cojos correrán la maratón y todos serán buenos y benéficos. Y si cuela en estos tiempos tan duros como abonados a la demagogia, cuela.

Eso sí, saliendo de la enfermiza ensoñación del nacionalismo y aterrizando en la realidad, cómo financiaría por sí sola una Cataluña independiente todo el aparato administrativo del nuevo Estado que pretende erigir CiU (hacienda propia, un marco de relaciones laborales, asumir la gestión de las pensiones y cotizaciones de los catalanes, todas las competencias en materia hidráulica y de infraestructuras, las materias de puertos y aeropuertos que asumirían los Mossos d'Esquadra...) es todo un arcano; a no ser, claro, que aspiren a que les paguemos también entre todos los españoles la independencia, algo de todo punto inaceptable pese a la preceptiva caradura del nacionalismo catalán en este aspecto. Y en cuanto a su pretensión de que el 'nou Estat catalá' se desarrolle 'en el marco de la Unión Europea', el delirio alcanza proporciones verdaderamente colosales: si Cataluña está dentro de la UE no es por su inventada historia como 'nació', lengua 'propia' y supuesta tradición europeísta (exactamente la misma que en el conjunto de España), sino única y exclusivamente porque forma parte de la nación española. Por tanto, la independencia de Cataluña conllevaría en sí misma su inmediata expulsión de la Unión, como han dejado claro desde las mismas instituciones europeas; y, para más inri, no hay precedente alguno de ningún 'reingreso' de territorios escindidos de Estados miembros. Y por mucha profesión de fe europeísta que hagan los políticos nacionalistas, no iban éstos a conseguir cambiar los tratados europeos, dado que, evidentemente, la estabilidad y supervivencia de Europa sería perfectamente posible sin la inclusión en ella de Cataluña.

En cualquier caso, y dando por descontada la característica ambigüedad de un PSC que siente alergia por la defensa a ultranza de la unidad de España (ora aporta el 'federalismo' como gran y genial solución, ora se apunta a la moda del referéndum aunque para, según aseguran ahora, votar que no; todo con tal de diferenciarse del PP), las posiciones políticas tras el reto separatista de Mas han quedado por fin claras y diáfanas: CiU, pese a que sigue haciendo uso de un lenguaje calculado y lleno de subterfugios, ya no disimula su pulsión secesionista y se sitúa al nivel de ERC y otras formaciones nacionalistas radicales que siempre han hecho de la ruptura con el resto de España su razón de ser. Hasta el punto de que dentro del panorama político catalán solo quedan como partidos netamente constitucionalistas, esto es, españolistas, el PP en el centro-derecha y Ciudadanos en el centro-izquierda. El electorado catalán, por tanto, debería saber ahora perfectamente a qué atenerse. Sea como fuere, será interesante medir la correlación de fuerzas entre independentistas y no independentistas que salga de los próximos comicios autonómicos. Aunque, eso sí, se ha de partir del principio de que ni todos los votos del mundo confieren legitimidad alguna para actuar contra la soberanía nacional, la Constitución y las Leyes.

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