jueves, 13 de septiembre de 2012

DE LAS 'NACIONALIDADES' AL SECESIONISMO

El artículo segundo de nuestra Carta Magna proclama 'la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles'; pero a continuación reconoce 'el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran'. Nacionalidades y regiones: hubo polémica durante el proceso constituyente acerca de esta, cuando menos, extraña diferenciación. Porque, en efecto, resultaba muy difícil de justificar que se elevara a categoría constitucional la flagrante contradicción de que dentro una misma nación, única e indivisible, pudieran coexistir distintas nacionalidades. Pero se trataba de la primera gran concesión a los nacionalismos catalán y vasco en aras de su 'encaje' en el sistema político español que nacía entonces. Y no se limitaba a un supuesto reconocimiento meramente simbólico de las mal llamadas 'nacionalidades históricas' (como si, por ejemplo, Castilla, León, Aragón o Asturias fueron menos históricas por carecer de ese 'hecho diferencial' que los nacionalismos prescriben), sino a la construcción de un Estado que se empezó a calificar 'de las autonomías' y que, sin ser federal, pretendía adquirir características federales (con instituciones propias y amplísimas competencias para las 'nacionalidades', la mayoría de las cuales no tardarían en reclamar y lograr las 'regiones') con tal de contentar a los nacionalismos y alejarles de la tentación del secesionismo.

Pero nada más lejos de la realidad. Una vez asentado el modelo de Estado compuesto y de que a las autonomías, satisfaciendo básicamente demandas nacionalistas, se les transfiriera o cediera todas las materias posibles, habidas y por haber (incluidas aquellas que, según la misma Constitución, son de competencia exclusiva de la Administración central), en 2001 plantearía el nacionalismo vasco el primer gran reto secesionista: el tristemente célebre Plan Ibarretxe. En 2006, las fuerzas políticas del nacionalismo catalán (en las que cabe incluir al partido-hermano del PSOE, el PSC) consiguieron la aprobación de un 'Estatut' cuyo preámbulo define a Cataluña como 'nación' y, entre otras lindezas, pretendía crear un órgano propio del poder judicial y establecer una bilateralidad en las relaciones Cataluña-España, como si de dos Estados-nación distintos se tratara. Y muy recientemente, el 11 de septiembre de 2012 (en otro de los días en que el nacionalismo catalán celebra su delirante versión oficial sobre la caída de Barcelona durante la Guerra de Sucesión Española), alrededor de un millón de personas salieron a las calles de Barcelona para pedir abiertamente la independencia, con el Gobierno catalán del 'moderado' CiU a la cabeza de la manifestación.

El nacionalismo basa su supervivencia política en la reivindicación permanente, lo que le atribuye un carácter insaciable. No se contentará jamás, a no ser, claro, que se le conceda su último objetivo: la independencia. De ahí que tantos años de cesiones, lejos de lograr 'integrar' a los nacionalismos en el sistema político constitucional español, hayan provocado el efecto contrario: su cada vez mayor radicalización. Hemos llegado a un extremo en el que ya no pueden disimular y muestran su verdadera cara, máxime cuando nos hemos limitado a aceptar y 'oficializar' sus manipulaciones y falseamientos de la historia y sus derivados, los consabidos discursos victimistas. Porque si en el fondo les damos la razón, ¿qué les impide seguir luchando contra 'el opresor'? Además, bien se han cuidado los nacionalismos de sacar perfecto provecho de las materias y competencias de las que se ha dotado a los Gobiernos autonómicos; básicamente de la educación, utilizada para adoctrinar a generaciones de catalanes y vascos en el odio a España y lo español. Tampoco han mostrado escrúpulo alguno en ejercer un control de la sociedad civil desde los resortes del poder autonómico e imponer el pensamiento único nacionalista, en cuyo cometido los medios de comunicación de su órbita, públicos y privados, han sido fundamentales (para más inri, cabe añadir en el caso del País Vasco el amedrentamiento y estado de miedo impuestos por la ETA y sus adláteres). Porque, obviamente, nacionalismo y pluralismo son conceptos plenamente incompatibles: la adhesión a la nación inventada ha de ser inquebrantable.

La crisis económica que aún sufre España es grave; pero lo es todavía más el abierto secesionismo de los nacionalismos. De la primera, tarde o temprano, saldremos, como tantas veces a lo largo de nuestra historia; lo segundo tendrá difícil resolución si no lo afrontamos con la decisión y firmeza requeridas. Aunque, a este respecto, nuestra Ley de Leyes es clara: en primer lugar, la soberanía reside en el pueblo español (fundamento de la indisoluble unidad de la nación española), y en nadie más; y en segundo lugar, confiere la misión de garantizar esa misma soberanía y defender la integridad territorial de España y el ordenamiento constitucional. Mandato constitucional que, por el bien de la supervivencia de España como nación, y llegado el momento, no debería quedar en papel mojado.

1 comentario:

Costadamorte dijo...

Hombre, como liberal que me considero, en realidad, casi mas bien "libertariano", siempre me intrigó la afición que teneis la mayoría de los liberales en meteros a constreñir la libertad de los demás...
Un caso paradigmático es el tema de los nacionalismos, (que no considero incompatible para nada con una visión liberal de la economía y de la sociedad), a que viene tante empeño en gobernar vidas y haciendas ajenas?...
tu visión, y la de la mayoría de los que considero falsos liberales es que si tu nación es España, tienes que imponerla en todo su ámbito..., (y eso tambien lo piensan los nacionalistas separatistas vascos, catalanes o, en menor grado gallegos o canarios)...
Yo creo que una posición liberal, incluso para un nacionalista, no puede ser esa, tiene que ser la de que su nación solo puede compreder a los que se sientan participes y solidarios en ella, pero nunca imponerse a los que no lo sientan, y por lo tanto las leyes o reglas de convivencia no pueden ser las mismas para todos, tienen que ser comunes para los que se sientan copartícipes de un proyecto nacional, y otras, de mínimos, para los que sientan proyectos distintos...
Puede que no me explique bien, pero hay un caso paradigmático que explica mi posición ante la vida, (una posición si quieres ultraliberal), que es el caso del aborto...
Bien, como liberal compartiras que el primer derecho es a la vida, pero ese lleva aparejado el derecho a hacer con el propio cuerpo lo que a uno le venga en gana, incluso a matarse, con la única limitación de que no puedes esar tu propio cuerpo como arma para dañar a otros...
Ejemplo, uno tiene el derecho de suicidarse cuando quiera, pero no pude suicidarse tirandose desde una azotea sobre un peatón con riesgo de dañarlo...
bueno, pues llegamos al caso del aborto, una mujer, (yo soy hombre), tiene el derecho de hacer con su cuerpo lo que le de la gana, no?..., pero no puede dañar a otro!..., entonces como solucionameo es problema de una mujer embarazada que no quiere cargar con "otro", (el feto)?...
Bueno, pues está claro, la mujer puede desprenderse sin hacerle daño del feto en cualquier momento, ahora bien, la supervivencia del feto una vez extraido de la mejor manera posible, ya dependerá de el, de su estado de desarrollo e de los avances de la ciencia...
Conclusión sobre el tema del aborto, no se debe permitir el aborto en ningún caso, pero si se tiene que permitir a la madre provocar el parto o hacerse una cesarea en cualquier momento de su embarazo, con lo que la vida o no del feto depende de el...
Pues así con todo, necionalismos incluidos, si los catalanes quieren independizarse, que se independicen, (obviamente, los que quieran), y el problema se reduce a organizar el proceso y el futuro de los que no quieran y para todo hay soluciones, desde particiones de territorios, hasta traslados de población o regimenes jurídicos distintos para minorías...