lunes, 23 de julio de 2012

QUE AL MENOS EL ABISMO SEA NUESTRO

Ya puede el Gobierno reformar, recortar y ajustar todo lo reformable, recortable y ajustable, y asumir todo el desgaste político correspondiente, pero no hay manera de que los mercados se calmen: la prima de riesgo sigue batiendo récords a niveles insoportables y el bono español se ha situado por encima del 7%. Y el señor Draghi, tocando el violón. Ante tamaña inacción, uno se pregunta: ¿para qué queremos entonces un Banco Central Europeo? Si su papel se limita a ser mero espectador del temporal que se avecina, mejor clausuramos el BCE, y, de paso, que el euro se vaya definitivamente al garete. Todos al fondo del abismo, y el último que apague la luz.

Por mucho que en estos días se abogue por la drástica y rápida reducción, e incluso virtual eliminación, del actual sistema autonómico como la solución casi definitiva a nuestros males, hemos desembocado en una situación en la que, por mucho que juráramos y perjuráramos que íbamos a dejar a las autonomías en la mínima expresión, no hay forma de frenar las especulaciones (tan legítimas como letales) en contra del euro. Cabe discutir el ritmo, la oportunidad o el empaque de las medidas de ajuste de Mariano Rajoy, pero lo cierto es que ha cumplido al dedillo las 'recomendaciones' del FMI y la UE, sin que Bruselas, a la que le toca mover ficha, de momento haga nada. 

Por todo ello, tampoco serviría de absolutamente nada la salida demandada tanto por el furibundo antimarianismo mediático como por terminales del socialismo más o menos prisaico: la renuncia del actual titular de la presidencia del Ejecutivo para dejar paso a un nuevo gabinete, sea de concentración, sea de coalición. Porque pongamos al frente del Gobierno a cualquier gran dirigente político de nuestra preferencia: Esperanza Aguirre, Gallardón, incluso Aznar; o, dentro de la socialdemocracia (aunque suponga un verdadero fraude electoral), a Felipe González, a Solana, o, haciendo realidad el sueño de muchos de los incondicionales de cierto medio de comunicación, a Rosa Díez. Sin duda que cada uno dejaría su impronta personal y política, ¿pero qué margen de maniobra tendría cualquiera de ellos para revocar siquiera algunas de las medidas adoptadas y desmarcarse mínimamente de Bruselas? ¿Llevaría a cabo una política económica que se diferenciara a grandes rasgos de la actual? La respuesta se antoja obvia. Al menos, y no es poco, Mariano Rajoy, además del valor añadido de la mayoría absoluta parlamentaria, ostenta la legitimidad obtenida en las urnas, de la cual ha derivado un mandato de cuatro años; y de cuyo balance deberá responder ante los electores españoles llegado el momento.

Y es que, puestos ya al borde del abismo sin que de momento nadie esté dispuesto a ayudarnos aunque solo sea para evitar su propia caída, deberíamos plantearnos la posibilidad de alejarnos de ese precipicio y cambiar a otro que se sitúe en nuestro predio, que sea 'nuestro'; y, una vez en el fondo, buscar un mejor respaldo, basado en la pura realidad económica, para remontar y salir a flote. Si las escasas intervenciones del BCE, que no se ha privado en otras ocasiones de llevar a cabo 'mangerazos' cuando determinadas economías los necesitaban, se limitan a favorecer los mismos intereses, no merece la pena haber cedido soberanía económica y monetaria. Porque si los compromisos no se cumplen y las reglas no son iguales para todos, cabe romper la baraja. Y a quien Dios se la dé, San Mario se la bendiga.

Desde luego, entre consolidar y fortalecer el euro y una hipotética vuelta a la peseta, que no dejaría de ser tremendamente traumática a corto plazo, es absolutamente preferible lo primero; sobre todo tras años de esfuerzos empleados para formar parte de la Unión Económica y Monetaria. Ahora bien, si las autoridades europeas no están por la labor de llevar a cabo lo primero, no habría mejor salida que optar por lo segundo, adaptarse a las circunstancias y aprovechar los aspectos positivos que la recuperación de la soberanía monetaria conllevaría; ya puestos a seguir sufriendo colapsos (como el que de todas formas derivaría de una intervención macroeconómica de Bruselas), pongamos las bases para volver a tener nuestra propia moneda e intentar no repetir experiencias como la vivida. Porque queda cada vez más patente que el euro se ha construido empezando por el tejado; y estos últimos años, lejos de buscar los cimientos de una unión bancaria y fiscal y un Banco Central que proceda como tal, se ha actuado de manera puramente selectiva y en defensa tan solo de determinados intereses. Sea como fuere, si la premisa de Bruselas y el BCE va a seguir siendo la inacción (a conveniencia), al euro le quedarán dos telediarios. Al tiempo.

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