lunes, 4 de julio de 2011

CUANDO EL PSOE PROMETE EMPLEO


800.000 puestos de trabajo. De tantísimas promesas que hizo, y que no cumplió, sin duda una de las más destacadas y evocadas de un joven Felipe González que, ante una UCD que se autodestruía a ojos vista, se veía entonces a las puertas del Palacio de La Moncloa: el Gobierno 'de progreso' que iba a conformar aportaría ese concreto y glorioso guarismo a un mercado laboral azotado ya por el paro; de tal forma que sería capaz de acabar con un mal que empezaba a enquistarse en la sociedad española (tan 'maltratada', según célebre eslogan de aquel PSOE). Pues bien, poco más de diez años después, la España del felipismo alcanzaba el nefando porcentaje del 23 por ciento de desempleo, marca todavía no superada. Los chistes de entonces, que hacían decir al propio Felipe que en realidad no había prometido la creación de 800.000 puestos de trabajo, sino 800 ó 1.000, incidían en tamaño incumplimiento electoral.

'Por el pleno empleo'. Fue el lema sobre el que verdaderamente giraba la campaña de reelección de un Zapatero empeñado en negar tajantemente cualquier atisbo de crisis, y dispuesto a seguir limitándose a recoger los hasta entonces ingentes frutos de una herencia económica, la legada por los Gobiernos de Aznar, que quizá consideraba plenamente consolidada y, como tal, inagotable. El resultado, no por conocido deja de ser deplorable: cinco millones de parados, funesto récord absoluto. El mandato de un presidente socialista volvía a mostrarse radicalmente incompatible con la generación de puestos de trabajo y... con la verdad.

Pese a tales y significativos antecedentes de flagrantes engaños, nadie mejor que un mentiroso compulsivo como el 'autodedificado' candidato socialista P. Rubalcaba para atreverse a anunciarnos la buena nueva: él sí dispone de la fórmula mágica para crear empleo, que, eso sí, desvelará y aplicará si, y solo si, asumimos el suicidio general que supondría votarle. Que a estas alturas no nos la haya descubierto, incluso a pesar de sus altas responsabilidades en el Gobierno de los cinco millones de parados, ha de deberse, no ya a su maldad congénita, sino a un sadismo ciertamente irrefrenable.

Prometer empleo, inclusive cifras concretas de puestos de trabajo, es muy del gusto de quienes profesan un socialismo, como tal, planificador: solo con que un Gobierno lo desee puede hacerlo realidad. Pero los poderes públicos, lejos de crear empleo, muchas veces se convierten en el principal impedimento para ese menester: su verdadero papel debería consistir en facilitar las condiciones para que la sociedad lo genere; en suma, estorbar lo menos posible. Cantar las virtudes de la Divina Providencia de un Gobierno omnisciente, proveedor y benefactor es insistir en una gran mentira que, además de contumaz, acarrea siempre trágicas consecuencias.

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