Pero no se trata de dejarse llevar por la corriente 'justicialista' que hace años se ha enseñoreado de la vida política, a la que tanto daño hace y sigue haciendo, y exigir dimisiones a troche y moche. Simplemente, el señor Rivera debería ser mínimamente consecuente y, de la misma manera que pide a Rajoy que comparezca hasta por asuntos concernientes a sus subordinados que, amén de legales, tuvieron lugar hace más de veinte años, hace tiempo que tendría que haber saltado a la palestra para dar explicaciones sobre semejante praxis de ingeniería financiera con dinero público en su partido que, además de burda, no puede ser de más rabiosa actualidad. Es más, si se limitara a situarse al mismo nivel de exigencia que demanda para el presidente del Gobierno en funciones, cabría incluso preguntarse cómo es posible que no detectara tales comportamientos irregulares, dado además su carácter generalizado y hasta preceptuado por escrito.
De nuevo se demuestra que no es lo mismo predicar que dar trigo, y que ser tan implacable con los demás como harto generoso consigo mismo es una actitud muy propia del ser humano, de ese 'zoon politikón' que definiera el gran Aristóteles; y en este aspecto, como en tantos, no cabe extraer diferencias entre la 'nueva' y la 'vieja' política. Aunque todavía resuenan estas palabras: 'quien no puede limpiar su casa no puede limpiar España'.
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