¿A qué espera el fidelísimo socio de Sánchez y martillo de herejes de la corrupción, Albert Rivera, para exigir el cese o la dimisión (de lo único que puede, de su cargo) del líder socialista gallego, en cumplimiento del sacrosanto pacto 'de investidura' que firmaron solemnemente ante los retratos de los Padres de la Constitución? Porque en este caso, dado que el señor Gómez Besteiro se halla encausado, entre otros, por los delitos de prevaricación, cohecho, contra la ordenación del territorio y negociaciones prohibidas, no es aplicable la doctrina que el mismo Rivera sentara para justificar su respaldo al PSOE en Andalucía (pero que en cambio no emplea para el PP en Murcia y en Madrid): no es lo mismo meter la pata que meter la mano. Pues bien: en Ciudadanos, que por ejemplo en Murcia exigieron la renuncia a su cargo orgánico de un secretario general del PP que no tenía ningún puesto de responsabilidad pública, parecen hallarse ahora plenamente satisfechos con tamaña burla a las condiciones 'anticorrupción' supuestamente impuestas por ellos mismos; e incluso no muestran empacho alguno en atribuirse el mérito de una 'dimisión' que, por su inexistencia, solo cabe calificar de virtual, cuando no de monumental engaño. Uno más, por cierto, del irreductible dúo salido del debate de 'no investidura'.
Porque así de laxos
son los límites sobre asunción de responsabilidades políticas que
acuerdan esos dos campeones de la lucha contra la
corrupción que responden a los nombres de Sánchez y Rivera, por mucho que queden reflejados por escrito y se firmen y
rubriquen: al final todo depende de si la persona investigada o imputada
es del PP, a la que se le aplica irremisiblemente la exigencia máxima, e
incluso por encima de lo estipulado, o del PSOE, que en tal caso hasta
podría disfrutar de patente de corso, y máxime si se trata de un amigo
de Pedro Sánchez. Porque ha quedado meridianamente claro que no es lo mismo apellidarse Gómez Besteiro que simplemente Gómez y, además, llamarse Tomás (y no digo más).
Qué doble moral más escandalosa, qué ejercicio de superchería y fariseísmo más flagrante.
Qué doble moral más escandalosa, qué ejercicio de superchería y fariseísmo más flagrante.
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