lunes, 17 de noviembre de 2014

PABLO IGLESIAS II, ¿COMO LULA?

Se empeñan algunos, especialmente quienes se han pasado, con armas y bagajes y sin solución de continuidad, de la ceja a la coleta, en presentarnos al incontestable (y ay de quien se mueva) líder de la otrora corriente, ahora partido político, de la izquierda antisistema como un buen chico con, eso sí, algunos pecadillos veniales de los que pronto nos olvidaremos; ya que sus 'coqueteos' con los totalitarismos etarra, chavista e incluso islamista, por mucho que durante un pasado inmediato les declarara su admiración, prestara su colaboración y hasta contara en algún caso con su financiación, quedarán definitivamente desterrados de su ideario político y programático cuando el tiempo (y la realidad) le hagan transmutarse en un socialdemócrata moderado.

Vamos, que el de Pablo Iglesias II (el I fue, obviamente, el fundador del PSOE) acabará siendo un caso parecido al de Lula da Silva; quien, en un Brasil lastrado por la insolvencia económica y la cleptocracia, ganó unas elecciones encabezando un partido entonces de tendencia comunistoide y abanderando un populismo atroz, si bien una vez en la presidencia de la República atemperó su ideario doctrinario y se inclinó por el pragmatismo. Es decir, que Pablo Iglesias II será algo así como el Lula español. Ya hay quien le ha comparado hasta con Felipe González y la ilusión que generaba 'el cambio' que anunciaba, quizá sin pararse a pensar en las muchas expectativas defraudadas por un felipismo caracterizado por la apropiación de las instituciones del Estado, la corrupción y un paro galopante.

Es más: según muchos de sus ahora abundantes panegiristas, ya está moderando su discurso y su programa. Semejante aseveración se basaría más bien en una confusión entre los conceptos 'moderación' e 'indefinición', puesto que resulta muy fácil prometer el impago de la deuda, una renta básica 'universal', atar perros con longanizas, el oro y el moro... pero no tanto aterrizar en el terreno concreto y explicar cómo llevar a cabo medidas tan difícilmente realizables y, sobre todo, contraproducentes. Aun así, el nuevo Salvador en la tierra, el mismísimo Cristo redivivo, se encarga cada vez que tiene ocasión de desmentir, de obra y de palabra, a sus aduladores procedentes de la izquierda más o menos 'correcta' (e incluso de una parte, mínima, de la derecha acomplejada): así por ejemplo, y tras ser aclamado, y muy a lo 'casta' por cierto, como guía todopoderoso de la nueva (pero ideológicamente rancia) formación política, no ha tenido empacho alguno en reafirmar su intención de acabar con el régimen constitucional vigente; el que los españoles nos dimos en 1978 tras enterrar tantísimos años de enfrentamientos cainitas y lograr alcanzar un consenso político ejemplar.

Una Constitución que, pese a que reconoce y garantiza el ejercicio de unos derechos y libertades fundamentales que nada tienen que envidiar a las democracias más prestigiosas y consolidadas (en virtud de los cuales, por ejemplo, puede el mismo interfecto manifestarse y expresarse libremente en contra de ella y promover su liquidación, algo que no todas las Cartas Magnas permiten), y que además recoge unos procedimientos para su misma reforma (y para lo cual, como es preceptivo, se requiere asimismo un amplio consenso), se ha permitido comparar con un 'candado' que urge 'abrir'. Un régimen constitucional que quiere derribar a pesar de que, desde su instauración, ha dado paso al periodo de mayor estabilidad política y prosperidad económica de nuestra historia, y cuya crisis actual no se distingue en demasía de la que se está viviendo en toda Europa y Occidente en general. Pues bien, el en el fondo más 'moderado' Pablo Iglesias II no aboga por propiciar un acuerdo político general para reformar aquello que pueda ser susceptible de mejora o adaptación a nuevas demandas, sino simple y llanamente por la tabla rasa, y sin ningún tipo de contemplaciones. Lo que por otra parte no resulta extraño viniendo de la extrema izquierda antisistema, que siempre ha abjurado de nuestra transición política, y en realidad de la democracia parlamentaria burguesa y liberal.

Pretender apoyarse en una mayoría coyuntural para imponer definitivamente sus propias reglas de juego al resto de la sociedad política discrepante, y convertir así las libertades en una ficción y dificultar sobremanera la posibilidad de que la oposición alcance legítimamente el poder, no es proceder propio de Lula, sino de su admirado Chávez. Y en hipotético trance, en España volveríamos a las andadas de antes de la Constitución del 78: de nuevo, media España sometería políticamente a la otra media. Por favor, que la fascinación que despierta el personaje en tantísimos pagos, y en estos tiempos abonados a la demagogia fácil y al populismo maniqueo, no llegue al extremo de intentar hacernos comulgar con ruedas de molino.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

viva pablo iglesias

Alexander Forsyth dijo...

Luego de exportarnos a Latinoamérica su ideología progresista durante años (era la época, es cierto, de pagar las viejas culpas históricas de Occidente, como si el resto de la humanidad no hubiese tenido a la conquista como motor del cambio), ahora le toca a España vivir en carne propia el mérito de las utopías. Lamentablemente, en el Perú sabemos por experiencia que la estupidez solo se cura tocando fondo. Ojalá no suceda así en España. Ojalá...