lunes, 8 de junio de 2009

EUROPA NO QUIERE SOCIALISMO


Las elecciones al Parlamento europeo se han significado una vez más por su escasa participación ciudadana: Apenas un 43 por ciento de los electores europeos han acudido a las urnas. Por deméritos propios, a esta Unión Europea excesivamente burocrática se le sigue considerando como un ente alejado de las inquietudes reales de los ciudadanos. En este sentido, debería mover especialmente a la reflexión el muy revelador dato de que en el Este del continente, donde hasta hace poco se acogía con entusiasmo su propia integración en la Europa de las libertades, haya votado un ridículo 25 por ciento de los electores, frente a un más digno 55 por ciento de la Europa occidental. Hace tiempo que está fallando el actual diseño de la construcción de la Europa unida, desde luego, y sería menester que se tomara cumplida nota de una vez.

En cualquier caso, que estos comicios europeos se celebraran en plena crisis económica le conferían un mayor interés. Sobre todo si tenemos en cuenta que la izquierda creía haber encontrado en la actual depresión su ansiada revancha por la caída del muro de Berlín. Así, aunque el origen de la crisis no se encuentra en el libre juego del mercado, sino en la expansión monetaria propiciada por los Bancos Centrales, socialistas y socialdemócratas no han cejado en su empeño de culpar de la misma a los 'excesos' del capitalismo. Es tiempo, proclamaban, de volver a las esencias del más puro intervencionismo (precisamente una de las peores enfermedades de las que adolece nuestra Europa) y enterrar las políticas 'neoliberales' de la derecha, definitivamente derrotadas por la experiencia de la historia. Pues bien, ese discurso no sólo no ha calado entre la ciudadanía europea, sino que ha cosechado un rotundo fracaso: Los partidos de corte socialista y socialdemócrata han visto nítidamente reducida su representación en la Eurocámara, con contundentes derrotas en el Reino Unido, Alemania, Italia, Francia y Holanda. La sentencia ha sido inapelable: Europa no quiere socialismo.

El triunfo del PP en España también ha supuesto un considerable revés para un socialismo, el de Zapatero, especialmente eficaz a la hora de fabricar paro. La política española le debía este éxito a Jaime Mayor Oreja, cuya enorme categoría humana le ha llevado siempre a arriesgar su propia vida por una defensa a ultranza de las libertades. Ha demostrado que es perfectamente posible ganar unas elecciones apelando sin ambages a unos valores que tradicionalmente han distinguido al centro-derecha, por muy alejados que se encuentren de todas aquellas tesis que la progresía reputa como políticamente correctas. De esta forma, atreviéndose a plantear sin complejos un debate ideológico contra quienes todavía y pese a todo presumen de disfrutar de una superioridad moral y de monopolizar la virtud, ha sido capaz de movilizar a un importante sector del electorado que ha acabado dándole la victoria.

Quienes nos sentimos liberales y españoles no podíamos encontrar en las elecciones europeas mejor candidatura que la compuesta, además de por el propio Mayor Oreja, por Teresa Jiménez Becerril, Alejo Vidal-Quadras, Carlos Iturgaiz o Cristina Gutiérrez Cortines; hombres y mujeres de principios, de una ejecutoria caracterizada por un compromiso inquebrantable con la causa de la libertad y la defensa de los intereses de España. Porque es legítimo que desde conocidos ámbitos mediáticos se haya abogado por el voto a UPyD, y debemos felicitarnos por el hecho de que haya irrumpido una fuerza política de centro-izquierda con una visión nacional de España, pero resulta ciertamente ridículo intentar vendernos su carácter supuestamente liberal. Sin ir más lejos, su cabeza de lista, por mucho que tenga de intelectual, tiene bien poco de liberal (por no decir nada). Y cabe recordar que su fundadora se despidió del PSOE evocando con emoción la figura de Pablo Iglesias, a quien difícilmente se le puede considerar un epígono del liberalismo. Por tanto, una mayoría al menos de liberales nos hemos pronunciado en consecuencia, y, pese a todos los esfuerzos de tales apoyos mediáticos, el partido de Rosa Díez ni tan siquiera ha conseguido superar a una Izquierda Unida en avanzado estado de descomposición.

Pero si hay una Región dentro de España que lleva tiempo abjurando del socialismo, y cada vez con más contundencia, esa es Murcia, donde, por muy difícil que parezca, el PP continúa rompiendo techos y el PSOE tocando aún más fondo. Esta nueva debacle de los socialistas murcianos se hacía previsible, máxime cuando Zapatero, en el estreno de su campaña electoral precisamente en Murcia, no hiciera mención alguna a la escasez de agua en nuestra Región. Quizá crea el presidente que tal problema ha dejado de existir en virtud de la desalinización. Lo lamentable es que a nadie en el PSRM le haya parecido oportuno sacarle de su error. Así les va. En cambio, Rajoy defendió en su visita a Murcia el rescate del Plan Hidrológico Nacional (que, recordemos, incluía el trasvase del Ebro) y rechazó tajantemente la caducidad del Tajo-Segura. Es ni más ni menos que la justa y merecida cosecha recogida por unos y por otros.

2 comentarios:

Matthew Bennett dijo...

Está bien lo que dices en tu artículo, sobre todo la escasa participación (la mía incluida) en el 65º aniversario del Día-D, ese punto de inflexión tan importante en la Segunda Guerra Mundial que nos ha permitido el lujo de ir o no a votar.

Es una gran lástima, sin embargo, que muchas personas en Europa han decidido hacer uso de ese voto libre para elegir de nuevo a diputados europeos de extrema derecha y a partidos que tienen opiniones políticas y sociales radicales y xenófobas, fantasmas resurgidas de las mismas creencias que tanta sangre costó a nuestros antepasados vencer en su día.

De nuevo vemos crecer ese espectro maligno de radicalismo y en un momento en que algunos partidos mayoritarios han decidido adoptar una actitud abiertamente euroescéptica. Véase el afán de los conservadores ingleses de establecer un nuevo grupo parlamentario euroescéptico de derechas.

Creo que ninguna formación política puede felicitarse de momento por su comportamiento ni durante ni antes de la crisis ni tampoco lo puede hacer Europa.

No deberíamos estar discutiendo a estas alturas si participamos en Europa o no, sino cómo participamos, y allí tanto los políticos demasiado interesados en sus respectivos discursos nacionales como los medios de comunicación están fallando a Europa y a nosotros.

Unknown dijo...

Creo que se ha exagerado el nivel de apoyo obtenido por los llamados partidos de ultraderecha; sobre todo por parte de determinados corresponsales y medios de comunicación, empeñados siempre en ligar las victorias del centro-derecha en Europa a una supuesta ola de antieuropeísmo y xenofobia. Tales partidos minoritarios representarán apenas el 15 por ciento de la Eurocámara, algo que no creo que sea excesivamente inquietante. Sobre todo si tenemos en cuenta que bajo la etiqueta 'ultraderecha' se ha colocado a una especie de 'totum revolutum' en el que se encuentran, en efecto, partidos y 'partidas' ultranacionalistas o xenófobas que son plenamente merecedores del adjetivo (caso del Frente Nacional francés, la Lega Norte italiana, o el húngaro Jobbik), junto a otros a los que es injusto tacharles de 'ultras'. Por ejemplo, el Partido de la Libertad de Holanda, que comete el 'pecado' de denunciar la incompatibilidad del islamismo con nuestras sociedades abiertas y libres, o el Partido Independentista Británico, que se hace eco de un euroescepticismo muy extendido en Gran Bretaña (y que ha propiciado que el Partido Conservador Británico haya abandonado el Partido Popular Europeo). Así pues, los partidos que se hayan hecho acreedores de calificativos tales como 'ultraderechistas' o 'neofascistas' son una minoría aún más reducida.
Y hay quien identifica injustamente conceptos tan distintos como euroescepticismo, eurofobia y xenofobia. A alguien que discuta el diseño que se está realizando de la Europa unida, o que crea en una unión económica pero no política (fenómeno muy en boga en Gran Bretaña, por ejemplo), se le podrá calificar de euroescéptico, pero no de antieuropeo o eurófobo, y mucho menos de xenófobo. Y lo cierto es que el proyecto de unión política de Europa está en crisis, entre otras razones debido al monstruo burocrático y generalmente ineficaz que se ha ido construyendo. Que no hayamos sido capaces de sacar adelante una Constitución europea que consiga la adhesión de electorados de países de clara tradición europeísta como Francia, Holanda o Irlanda es tremendamente significativo.