viernes, 4 de noviembre de 2016

GOBIERNO DE RAJOY. ¿DE QUIÉN SI NO?

Y tras la investidura por el Congreso de los Diputados de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno y su toma de posesión ante el Rey, llegó el nombramiento de los nuevos Ministros. Salen Morenés, García Margallo y Fernández Díaz y entran, además de, como estaba previsto, María Dolores de Cospedal (Defensa), el hasta ahora alcalde de Santander Íñigo Pérez de la Serna (Fomento); el exalcalde de Sevilla José Ignacio Zoido (Interior); el que ha sido asesor económico de Rajoy Álvaro Nadal (Energía, Turismo y "Agenda Digital"); la diputada nacional del PP catalán Dolors Montserrat (Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad); y el único nuevo independiente: el diplomático Alfonso Dastis (Exteriores). Se mantienen, pues, Soraya Sáenz de Santamaría (continúa de vicepresidenta y Ministra de la Presidencia y adquiere Administraciones Territoriales, pero pierde la portavocía); Rafael Catalá (Justicia); Cristóbal Montoro (Hacienda y Función Pública, aunque pierde Administración Pública que pasa a Sáenz de Santamaría); Íñigo Méndez de Vigo (Educación, Cultura y Deporte, y además se hace cargo de la portavocía); Fátima Báñez (Empleo y Seguridad Social); Isabel García Tejerina (Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente); y Luis de Guindos (que a Economía y Competitividad se le añade Industria).

Como es hora de la política, especialmente ante un parlamento fragmentado y en principio escasamente propicio, Mariano Rajoy se ha inclinado por un Gobierno netamente político, conformado con personas técnicamente preparadas, sí, pero también experimentadas y bregadas en la vida pública y política, pese a la juventud de algunos de los nuevos Ministros. Eso sí, el hecho de que haya dado continuidad a los departamentos más "económicos", como Economía, Hacienda, Industria, Energía y Empleo, y haya hecho de ellos un auténtico núcleo duro, es también toda una declaración de intenciones: no piensa dar marcha atrás ni revertir las políticas de índole económica y de empleo que sin duda han reportado los mayores éxitos de su anterior Gobierno, tal y como además dejó meridianamente claro en su segundo discurso de investidura.

Hay quien ha mostrado su extrañeza y hasta estupor por haber constituido Rajoy un Gobierno a su imagen y semejanza, típicamente "rajoyano" y, para más inri, compuesto casi exclusivamente por militantes del Partido Popular cuando, según aducen, debería haber hecho alguna concesión incluyendo a personas de otras tendencias o, cuando menos, políticamente asépticas. Resulta curioso que tales críticas hayan procedido de algunos de los que precisamente se han negado a cualquier posibilidad de que el acuerdo de investidura con Ciudadanos se convierta en pacto de Gobierno, o a que la abstención socialista conlleve algún tipo de conformidad previa, o a la misma entrada de miembros de otros partidos en un Ejecutivo presidido por Rajoy; ofrecimientos que en su momento hizo tanto a PSOE como a Ciudadanos el entonces presidente del Gobierno en funciones, y que han obtenido los más contundentes de los rechazos.

Por tanto, puesto que no se trataba de hacer, que se sepa, un Gobierno de coalición, y dado que el pacto con Ciudadanos se ha limitado a la investidura bajo el compromiso de desarrollar unos puntos programáticos, y la única declarada intención de la abstención socialista ha sido facilitar que un nuevo Ejecutivo eche por fin a andar, sin más pretensiones inmediatas, no debería haber sorprendido que a quien se le ha otorgado la confianza para presidir el Gobierno, y que además pretende dirigirlo con capacidad de maniobra, cuente con personas de su estricta confianza y, cómo no, le imprima su particular sello y haciendo los cambios mínimamente imprescindibles; que por lo demás los ha habido, y de cierta enjundia. Pero, una vez más, hay quien quiere estar al plato y a las "tajás".

Aunque el hecho de que sea un Gobierno tan significado políticamente (por cierto, como todos los que anteriormente se han constituido a lo largo de nuestra democracia, haya habido mayoría simple o absoluta), no ha de suponer que no esté dotado para el diálogo y esa búsqueda del acuerdo que exige la aritmética parlamentaria. Es más: ya en el primer Consejo de Ministros se ha encargado el presidente de recordar la necesidad de alcanzar pactos en esta legislatura que por fin arranca. Ahora bien: pactar no implica claudicar ni dejar que quien no ha logrado la mayoría imponga su programa, sino negociar para alcanzar puntos en común y, con ello, un acuerdo mínimamente satisfactorio y, sobre todo, realizable. Y para llegar a ese objetivo es imprescindible partir de unos principios firmes y claros.

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